VARIETÉ (1925, E. A. Dupont) Varietés
Si bien es cierto que poco a poco vamos avanzando a la hora de intentar redescubrir la grandeza del periodo silente, no es menos evidente que son tremendas las lagunas que permanecen, y que van más allá de la triste constatación de la pérdida en apariencia irremisible, de buena parte de dicha producción. Sin embargo, y más allá de la esporádica aparición de títulos que se creían irrecuperables, y de la no menos periódica restauración de otros exponentes, poniendo en valor con ello la importancia de preservar en las mejores condiciones dicho legado, hemos de reconocer con cierta impotencia, que el conocimiento de la producción silente, se ejemplifica en unas pocas decenas de títulos, más allá de los cuales el interés sobre tan basto periodo, se antoja diluido para un puñado de escasos aficionados. Un ejemplo pertinente de este enunciado, nos lo proporciona la magnifica VARIETÉ (Varietés, 1925), por otra parte el título más conocido del alemán Ewald André Dupont (1891-1956). Superproducción de Erich Pommer, se inserta en una extraña y fascinante intersección entre el expresionismo y el kammerspiel, corrientes ambas bajo cuyo amparo la cinematografía alemana, se erigió durante aquellos años, en la vanguardia europea.
Y viene a colación esa aseveración, al comprobar como VARIETÉ, que se referencia en todas las historias del cine casi por inercia, ha aparecido durante décadas como un título casi oculto, lo que ha imposibilitado su necesario reconocimiento. Es probable, que no estar avalado por uno de los cineastas de primera fila de aquel ámbito –Lang. Murnau-, haya sido una de dicha razones. Es algo que sigue extensible a la obra de otros cineastas, que siguen estando pendientes de una casi obligada rehabilitación –viene a mi mente con rapidez el nombre de Joe May-, y que incluso se extiende a la obra silente del tan irregular como interesante William Dieterle. Condenado en sus últimos tiempos en Hollywood a un ámbito de producción de serie B, por lo general poco estudiado y valorado –aunque entre la misma se encuentre una propuesta tan interesante como THE SCARF (1951)-, creo que aún tendrá que transcurrir demasiado tiempo para intentar vislumbrar si en su obra se encuentra un estilista de primera fila, o un profesional competente, demasiado dependiente de las circunstancias de producción. Mi intuición me hace inclinarme por el primer enunciado, aunque he de reconocer que me faltan elementos de juicio para demostrarlo con rotundidad. De momento, lo que vale en este caso es disfrutar con este VARIETÉ, admirable simbiosis de gran espectáculo con melodrama intimista, con el que Dupont asumió un proyecto diseñado inicialmente para Murnau, combinando en su desarrollo las dos tendencias antes señaladas. Como en tantas otras producciones de dicho periodo, con el paso del tiempo han ido discurriendo diferentes copias, siendo la comentada la procedente de la cuidada restauración del Instituto Murnau, realizada en 2015, con una duración de unos noventa y cinco minutos.
La película se inicia de manera sombría, mostrando de espaldas y casi en estado catatónico a un ya envejecido preso, dispuesto ante un juez que intenta escuchar algún descargo suyo para ofrecerle una libertad condicional, ya que ha cumplido diez años de condena. Este se niega, y solo la referencia del letrado al llamamiento de su esposa y su hijo, hará que recapacite, e inicie un relato que se remonta a ese tiempo atrás, en Hamburgo. La cámara de Dupont, nos retrata la cotidianeidad y la rutina, de la pareja formada por Boss Hutter (Emil Jannings), su esposa Frau (Maly Delschaft) y el pequeño hijo de ambos, aún bebé. Muy pronto percibiremos el desapego existente en una pareja que ha perdido todo el aliciente –fueron trapecistas, pero un accidente de él le obligó a abandonar la profesión-, teniendo que sobrevivir dirigiendo una siniestra atracción de feria, en donde se utiliza el reclamo sexual de un concurso de belleza femenino. Una situación en la que solo el cariño sentido por el bebé servirá para transmitir a Hutter una cierta alegría, y que se romperá con el inesperado ofrecimiento de una hermosa joven, que ha sido rescatada por los responsables de un barco. Ela asumirá el nombre de Bertha-Marie (Lya de Putti) –carecía de nombre y asumió el del barco que la recogió-, y poco a poco hará encender, en su inocencia, la pasión hasta entonces apagada de Boss, mientras es utilizada con éxito como reclamo de la atracción del feriante. Ambos huirán hasta Berlín, donde se establecerán con éxito como trapecistas en un parque de atracciones, mientras que la estabilidad defina una relación, en la que cada vez Boss adquiera un papel más pasivo y sumiso. Paralelamente, el famoso trapecista Artinelli (Warwick Ward), se encuentra desolado por el accidente que ha sufrido su hermano en Londres, en el que ha perdido la vida, e impidiendo que su dúo de trapecistas se mantenga. Su representante le informará de la posibilidad de contratar a la pareja, visitando a nuestro protagonista, y contemplando Artinelli a Bertha, con la que de inmediato se sentirá atraído. Muy pronto esta decidirá seguir el camino de la infidelidad, hasta que llegue el momento en que Hutter se entere y se sienta humillado, planteando una venganza que inicialmente imaginará como un provocado accidente en plena actuación, perp que finalmente dirimirá en una lucha a dos en la propia habitación del trapecista. Una vez cometido el asesinato, su autor se entregará a la policía. La acción vuelve al tiempo presente, donde el juez invocará a la misericordia de Dios, otorgando la libertad al reo, que podrá ver la luz del día.
Admirable combinación de espectáculo visual y drama intimista. De relato pasional y deslumbrante propuesta plástica, VARIETÉ deslumbra en el virtuosismo técnico que despliega la apuesta de su realizador y el operador Karl Freund, al describir la magnificencia de las actuaciones del trío de trapecistas, utilizando el plano subjetivo y, con ello, proporcionando una extraordinaria movilidad a la cámara, y una asombrosa modernridad en el uso de lentes y encuadres. Y es algo que se traducirá en numerosos ejemplos. Ese vertiginoso acercamiento de la cámara a la oreja de Artinelli, pendiente de la escucha de la llegada de Bertha a su habitación. La austeridad en el uso de los intertitulos, apostando de manera decidida por la fuerza de la imagen. En la importancia que tienen los fondos sobre los que se proyecta la acción –los diseños de la carteleria, ese payaso dibujado, que describe las intenciones de Hutter, con respecto a Artinelli-. Pero al mismo tiempo, este morality play tan ligado al ya mencionado kammerspiel, adquiere sus más altas cuotas de hondura, en esa mirada intensa y a ras de tierra que brinda en torno a los recovecos más contradictorios, sinceros y oscuros al mismo tiempo, del alma humana. Esa capacidad para oscilar de lo sombrío a lo entrañable –la secuencia de presentación de la aspereza de la vida matrimonial de Hutter, modificada al percibir el cariño que este manifiesta a su pequeño-, para mostrar la progresiva sumisión de este en torno a la muchacha que cambiará su vida –el conmovedor pasaje en el que este le cose una media rota, que prefigura por completo DER BLAUE ENGEL (El ángel azul, 1930. Joseph von Sternberg)-. En la casi sobrecogedora intensidad con la que Dupont utiliza los rostros de los actores para transmitir emociones, y que tiene en el inmenso Emil Jannings a un aliado de excepción –unamos a ello, la fría sensualidad de Lya de Putti. En la capacidad descriptiva que adquiere en todo momento el relato, al mostrarnos la crudeza de la vida en los barracones de feria, en la noche urbana…
Y dentro de un relato que rezuma fatalismo por todos sus foros, y en el que los instantes de felicidad aparecen como prestados, dentro de un conjunto además, inserto en un marco en donde se adivina ese aura sombría de una sociedad que muy poco tiempo después marcaría una peligrosa deriva, dos son los aspectos que me gustaría señalar para finalizar, después de visionar esta restauración ofrecida por la Fundación Murnau. La primera se ciñe a la incorporación de un controvertido fondo sonoro, protagonizado por el grupo inglés The Tiger Lillies, centrado en temas musicales que, a mi modo de ver, distancian desafortunadamente en el conjunto de esta magnifica película. Un conjunto lleno de pasajes inolvidables, en los que sin embargo, personalmente me quedo con el extraordinario cariño que Dupont muestra en torno al mundo del espectáculo, y que quizá fuera el germen de sus posteriores y casi ignotas MOULIN ROUGE (1928) y PICADILLY (1929). Fruto de ello, aparece tras la primera hora de metraje, un episodio meramente descriptivo, cuya belleza formal no dudaría en destacarla entre las más elevadas del cine silente. Me refiero a esa sucesión de breves pasajes, conformando una pequeña sinfonía en la que su musicalidad y la pertinencia de su montaje y composición visual deviene perfecta, que describirá una sucesión de actuaciones de variedades, con la correspondiente reacción del expectante público. Un fragmento insuperable que, lo confieso, me hubiera gustado se hubiera prolongado, asistiendo deslumbrado y de manera contemplativa a ese auténtico alarde de belleza.
Calificación: 4
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