PICCADILLY (1929, Ewald André Dupont) Picadilly
Cuando ya el Séptimo Arte, había vivido las primeras muestras de ese cine sonoro, que con tanta imprudencia interrumpió un periodo de extraordinaria madurez y sensibilidad para el lenguaje cinematográfico, el alemán Ewald André Dupont se traslada hasta Inglaterra, para firmar allí la que sin duda es una de las obras más importantes del periodo silente en dicha cinematografía -lamento no tener las suficientes muestras, para situar la misma con más precisión en dicho contexto-, como es PICCADILLY (Picadilly, 1929). Lo cierto es que Dupont concluye en suelo británico, esa inesperada trilogía de intensos dramas románticos, descritos en ambientes del mundo del espectáculo, iniciada en Alemania con la mítica VARIETÉ (Varietés, 1935), y prolongada en tierras francesas, con la inmediatamente anterior MOULIN ROUGE (Moulin Rouge, 1928). En esta ocasión, puede decirse que esa mirada iniciada en el contexto del mundo del espectáculo londinense, adquiere unas tonalidades menos desgarradas que sus dos precedentes, inclinándose por una visión no menos dramática, pero sí más sutil, quizá yendo en consonancia con ese lugar común de la característica flema inglesa.
El film de Dupont se inicia de manera muy ingeniosa, insertando sus créditos en los anuncios publicitarios que se insertan en los tranvías que discurren de noche, en la arteria principal del West End londinense. Muy pronto, la cámara se insertará en el interior del club Picadilly, mostrando con tanto acierto como sofisticación, el mundo frívolo de sus asistentes. Será el contexto, sobre el que el cineasta describirá el núcleo de conflicto inicial, centrado en las suspicacias que mantendrá el elegante y refinado propietario del recinto -Valentine Wilmot (un magnífico Jameson Thomas)-, al observar como su amante -Mabel Greenfield (Gilda Gray)-, pese a sus aparentes reticencias, no deja de mostrarse receptiva a los abusivos galanteos que le proporciona su compañero de número de baile -Victor Smiles (Cyril Ritchard)-, verdadera atracción a los espectadores de un recinto nocturno, que agota las reservas horas antes de la noche. Dupont despliega su capacidad descriptiva, acertando al plasmar ese trazado inicial de pugna sentimental, centrado en la estrella femenina del espectáculo. La ya forjada madurez narrativa del cineasta, se manifiesta en la precisión con la que traza ese enfrentamiento, en medio de la deslumbrante narración visual, de la actuación de la pareja de baile, sin dejar de mostrar la reacción de un público entregado. Es decir, plasmar un triángulo amoroso, dentro de un contexto ligado al mundo del espectáculo, y que en esta ocasión se cerrará al despedir Val al que considera -y en realidad es así- su oponente en el amor por Mabel. Las secuencias que ofrecen la vida del recinto, permitirá la presencia de un juvenil Charles Laughton como molesto comensal, quejándose al observar una mancha en uno de los platos, y demostrando que desde sus inicios, basó buena parte de su técnica, en unos tics interpretativos, que reiteró hasta sus últimos días como actor.
En todo caso, la ruptura de dicho triángulo, no dejará de suponer un quiebro argumental muy interesante, ya que la decisión del empresario, romperá las expectativas del espectador. Pero al mismo tiempo, el incidente con el cliente que representa Laughton, posibilitará en el guion la búsqueda por parte de Wilmot, de los culpables del desaguisado. Ello nos permitirá ir descubriendo el entorno laboral que encierra la entraña del establecimiento, que irá desligándose de la responsabilidad en la carencia de limpieza de la vajilla, hasta que este llegue al recinto donde efectúan su trabajo los fregadores. El reencuentro con estos -mayoritariamente orientales-, le permitirá contemplar el sucio garito en el que estos realizan sus tareas, en cuyo mostrador una joven china, se encuentra bailando de manera muy sensual. Irritado por su ligereza y falta de profesionalidad, la despedirá, pero al mismo tiempo, aquel será el inicio de una fascinación, en la que contribuirá ese extraño amuleto en forma de pequeño personaje oriental que mueve la cabeza, que se insertará de manera discreta, pero cada más inquietante, en la mesa del despacho del empresario. Lo depositará hasta allí la insinuante Sosho (intensamente sensual Anna May Wong), en la medida que para ella ha constituido un talismán de la suerte, tal y como le entregara el que hasta entonces ha sido su amante y proyector Jim (King Hou Chang), el cual le vaticinará, con no poco pavor, que la entrega de dicho amuleto, le granjeará mal augurio a su destinatario.
Aquello, no supondrá más que el inicio de una nueva ocurrencia a Wilmot ¿O aparecerá a partir de la influencia de ese inquietante amuleto, que se ha insertado sin que él lo sepa, en su entorno? Como quiera que el club asume crecientes problemas, dada la mengua de clientes, se le ocurrirá insertar un número de musical oriental, para lo cual citará a la muchacha, que acude vestida de manera andrajosa, quedando cada vez más hechizado por ella -mientras habla con ella, no deja de hacer bocetos de su rostro, provocando una situación incómoda ante la presencia inesperada de Mabel-. Acudirá incluso al sombrío restaurante chino -descrita mediante travellings frontales consecutivos, que transmiten esa sensación de traspasar una determinada frontera, por parte del protagonista-. Allí intentará rebajar las pretensiones económicas de cara al vestuario que Sosho desea utilizar en su número, ante lo que Val hará además de renunciar a su idea, aunque finalmente recule sobre sus deseos, dominado ante la fascinación que le produce la muchacha, y que la propia Sosho asumirá satisfecha, consciente de su ascendencia sobre este, y dejando que Jim se lo pruebe, en una inequívoca señal de sumisión por parte de este. El empresario preparará los pormenores y ensayos, consciente por un lado de tener ante sí, un recurso de seguro éxito, pero al mismo tiempo fascinado ante su nueva conquista, mientras que su hasta entonces indispensable Mabel, cada vez quedará más alejada de sus sentimientos.
Se produce el esperado estreno. Mable logrará alcanzar el reconocimiento en su nuevo baile, pero, en realidad, apenas importa ya. De hecho, Dupont no mostrará su actuación, más si la decepción de esta, al ver que en realidad se encuentra relegada en el mundo de su amado. No se equivoca. La debutante, escenificará su número, dominado por una deslumbrante sensualidad, en lo que constituye el auténtico prodigio de PICCADILLY, y uno de los grandes episodios del cine de Dupont. Insertada además en el ecuador de la película, destacará al acertar a describir todos los puntos de vistas que la presencia de esta provoca, sea en el público presente, que estallará finalmente en una salva interminable de aplausos, en la fascinación del empresario, que ve en Sosho algo más que un producto de éxito, e incluso en las personas que hasta ese momento, han forjado la vida de la muchacha. Su triunfo irrefrenable, provocará un síncope en Mabel, y a la propia Sosho le hará entrar en una nueva vida. A partir de ese momento, PICCADILLY se insertará en esa irrefrenable cuesta de un triángulo sentimental de imposible solución, sin que en él, deje de hacer acto de presencia el resentimiento, la tragedia y la redención.
Olvidada en la reseña de cualquier antología del cine silente, no cabe duda que nos encontramos ante una obra admirable, en la que el cineasta alemán fue depurando los estilemas de su pasional concepción del drama. Lo señalaba anteriormente, en su defecto, se inclina por un mayor grado de elegancia a la hora de plasmar el drama. Y lo hará en una película que, entre sus considerables logros, no dudará en insertar una mirada valiente en torno al racismo en la sociedad inglesa de su tiempo. Dotada de una enorme vigencia, lo que permite admirar la maestría de Dupont a la hora de utilizar todo un completo catálogo de recursos expresivas, quizá cabría destacar en la película, como ya sucedería en los títulos precedentes que señalamos, esa asombrosa capacidad de alternar intimismo y gran producción. De combinar esa mirada a elementos descriptivos, de diferentes facetas del mundo del espectáculo, con la enorme convicción, con la que se insertó reiteradamente, en los resortes más profundos del melodrama. Es muy lento, el proceso por el que se va desempolvando la obra de Ewald André Dupont pero, al mismo tiempo, muy placentera, ya que personalmente, me está ratificando, paso a paso, la confirmación de ver, a un cineasta esencial en la Historia del Cine
Calificación: 4