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CINEMA DE PERRA GORDA

QUALITY STREET (1937, George Stevens) Olivia

QUALITY STREET (1937, George Stevens) Olivia

Aquellos que puedan sentirse sorprendidos por El agradable tono de comedia que preside la muy simpática QUALITY STREET (Olivia, 1937), emergiendo sobre su condición de film de época, estoy convencido que no tendrán muy en mente el auténtico origen cinematográfico de su realizador; George Stevens. Mucho antes de irse configurando como un ilustre representante de la qualité de Hollywood, antes incluso de brindar en su obra una comedia melodramática tan espléndida como PENNY SERENADE (Serenata nostálgica, 1941) –que sigo considerando de lejos su mejor obra, al menos entre las que he contemplado de su filmografía-, los primeros pasos del realizador de GIANT (Gigante, 1956) se encuentran insertos dentro del engranaje del slapstick mudo, rodeando la prolija producción silente de la pareja Laurel & Hardy –es fácil comprobar su presencia en los títulos de crédito de diversos de sus films-.

Partiendo de dicha premisa, no es difícil apreciar detectar la afinidad en aquel Stevens provisto de ligereza y sentido del humor en los años treinta –testigo de ello lo fue incluso su aportación al film colonial como GUNGA DIN (1939)-, trasladando ese carácter a un relato que se traslada a los primeros compases del siglo XIX dentro de una pequeña localidad inglesa. La calle de la virtud que da título al film, es una arteria en la que parecen aunarse como una auténtica confabulación, todas las solteronas y puritanas de la localidad, que no dudan en dedicar sus existencias en asomarse a las ventanas,  contemplando tras las cortinillas de sus ventanas el paso del cualquier viandante masculino. Serán unos primeros minutos realmente divertidos, destacando la capacidad ofrecida por Stevens para describir con una enorme comicidad el hogar de las Throssel formado por Susan (Fay Banter) y Phoebe (Katharine Hepburn), dos hermanas solteras, siempre influenciadas por un trío de hermanas y dominantes puritanas comandando por Mary Willoughby (inconmensurable Estelle Winwood, dominando la película cada vez que aparece en escena). En medio de ese contexto tan divertido en su apariencia como represivo en el fondo, Phoebe espera la presencia del atractivo doctor Brown (Franchot Tone), con el que mantiene una sincera amistad, de quien está convencido se va a convertir en una petición de mano, que relegaría de forma definitiva su condición de soltera. Para su desdicha, y pese a los buenos modos que Brown le muestra –llega a escenificar un encuentro en el jardín que posee todos los componentes románticos-, este solo lo llevará a cabo para comunicarle que se ha alistado en la guerra contra las fuerzas napoleónicas.

Tras la estupefacción inicial, Phoebe y su hermana sobrellevarán diez años de su vida –que se solapan con una adecuada elipsis-, comandando una pequeña escuela que supone toda una tortura para la inexperta protagonista, hasta que de forma inesperada regresarán las tropas inglesas –un momento atractivo que muestra la fugacidad de la felicidad de los lugareños, que muy pronto volverá a la rutina cotidiana tras el desfile de las tropas-, llegando posteriormente Brown, convertido en un capitán de dichas fuerzas, y buscando afanosamente a Phoebe. El encuentro estará provisto de cierto alcance melancólico e incluso equívoco –la ausencia de expresiones del ya prestigiado militar-, e inducirá a pensar en Phoebe que ya no muestra interés en ella, al haber envejecido de manera lógica. Por ello, se inventará la personalidad de una supuesta sobrina suya –no será más que esta rejuvenecida de aspecto y vestuario- provocando con ello una inesperada y rápida pasión de este –que también en un momento determinado observará los indicios de su envejecimiento; esas inoportunas canas escondidas bajo la gallardía del uniforme militar-.

A partir de dichas premisas, QUALITY STREET esgrime las bases de un juego de carácter vodevilesco, que hay que reconocer funciona en un determinado nivel, provocando lo que denominaríamos un producto ligero y divertido, sobre todo cuando hacen escena las terribles hermanas Willoughby –ese impagable detalle de los velos a modo de cortinillas sobre los que se esconden los rostros de algunas de las solteronas-, con sus indagaciones que van mucho más allá de lo permisible –su estancia en la fiesta para lograr contemplar a esa ficticia Libby que lleva de calle a Brown-. En buena medida, la propia génesis de la película –articulada además por una estupenda recreación de época, obedece sobre todo a la astuta visión de la R.K.O., para extraer de Katharine Hepburn todo su potencial andrógino y de simulación. Una vertiente que muy poco tiempo después, llegaría incluso a proponer en la pantalla otro vodevil en el que modificaría incluso de sexo SYLVIA SCARLETT (La gran aventura de Silvia, 1935. George Cukor), o se pondría en la piel de conocidos personajes históricos como MARY OF SCOTLAND (María Estuardo, 1936), de la mano de un eficaz aunque un tanto envarado John Ford.

A QUALITY STREET cabe reprocharle –si con ello pretendemos establecer los límites de una comedia que se degusta con agrado y no pocas carcajadas, el hecho de que el equívoco que sustenta su nudo central está demasiado dilatado en el metraje. No aparece demasiado creíble esa ficción recreada por Phoebe, máxime cuando con un simple embellecimiento de su aspecto –algo que en realidad ejecutará al crear a su ficticia sobrina-, lograría el objetivo de atraer de nuevo la atención –y el amor- de esa persona a la que ha estado esperando largamente. Que se establezca como una prueba de orgullo ante el mismo, no justifica ese juguete cómico, que como tal hay que reconocer funciona en ocasiones con no poca efectividad, pero que en varios de sus momentos se nos antoja como una mera justificación para plantear un discurso sobre la verdadera esencia del amor... aunque para ello haya que ejecutar a un personaje que nunca existió, y de refilón este sentimiento favorezca una inesperada relación amorosa entre el pesado reclutador y la fiel criada de las Throssel. Y es curioso observar –es probable que sea una simple casualidad-, como esa conclusión no deje de tener su semejanza con la que trés décadas después plantearía Richard Quine en HOW TO MURDER YOUR WIFE (Como matar a la propia esposa, 1965). Y es que, ya que hablamos de Quine, el divertido inicio señalado al inicio de estas líneas, no dejó de recordarme el de la magnífica THE NORORIUS LANDLADY (La misteriosa dama de negro, 1962) ¡Que contaba también con Estelle Winwood! Demasiadas casualidades… o es que Quine, además de ser un gran director, sabía donde asumir sus referencias.

Calificación: 2’5

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