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CINEMA DE PERRA GORDA

MARA MARU (1952, Gordon Douglas)

MARA MARU (1952, Gordon Douglas)

Cuando Gordon Douglas acomete la realización de MARA MARU (1952) para la Warner, ya había firmado un buen número de títulos, entre los que se encontraba uno de los más valiosos de su filmografía –ONLY THE VALIANT (Solo el valiente, 1951)-, aunque justo es reconocer que lo mejor, lo más denso de su obra, estaba aún por llegar. De alguna manera, esta curiosa y estimable cinta de aventuras describe en su propia concepción y desarrollo, esas características que forjaron en la andadura de Douglas la de un cineasta capaz de títulos revestidos de interés cuando los materiales de base poseían el suficiente atractivo, implicándose en los mismos de manera intensa. Al mismo tiempo, el realizador podía despachar otros films con el simple oficio aprendido, sin un especial grado de inspiración, aunque mostrando en él los suficientes destellos de sus posibilidades como narrador. La película que comentamos se inserta, bajo mi punto de vista, en este segundo apartado, viviendo un relato que se contempla con relativa placidez, provisto de algunos episodios magníficos, pero que en su conjunto quizá ponga en evidencia los relativos convencionalismos que emanan de su guión –compartido por un equipo de tres personas, entre los que se encuentra el destajista Philip Yordan-.

Con estas características de partida, MARA MARU nos relata la aventura que vive el veterano hombre de mar Gregory Mason (Errol Flynn) en la costa filipina. Persona acostumbrada incluso a la búsqueda submarina, de la noche a la mañana se verá implicado en una rocambolesca búsqueda de un tesoro valorado en un millón de dólares en diamantes –siempre esas cifras tan típicas; nunca serán novecientos mil o un millón cincuenta mil-. Se trata de un plan que le formulará su socio y  amigo de siempre, Andy Callahan (Richard Webb), casado con Stella (la siempre sensual Ruth Roman), que con anterioridad estuvo ligada sentimentalmente con Mason. El mencionado tesoro se encuentra situado bajo el mar, permitiendo las leyes que transcurridos seis meses desde la desaparición de cualquier objeto, el que lo recupere se pueda considerar su propietario definitivo. De forma violenta, Andy será asesinado, al tiempo que nuestro protagonista será tentado por Brock Benedict (espléndido, como siempre, Raymond Burr, ideal para este tipo de papeles de entronque oscuro y ambivalente) para patrocinar la operación destinada a la recuperación del codiciado tesoro. Mason se negará, pero el asesinato de uno de sus jóvenes colaboradores, o el incendio de su propio y viejo navío, así como la presencia en escena de un curioso y veterano personaje –Ortega (George Renavent)-, forzarán a que acepte un envite peligroso, auspiciado por Benedict, en el que también se encuentra un extraño detective. Le decisión estará secretamente condicionada por desconocer a ciencia cierta el objetivo último de ese deseo y, ante todo, descubrir la verdadera faz de cuantos personajes se suman a esta azarosa aventura.

No cabe duda que la película se erigió como una propuesta ligada a los ámbitos de la serie B, al servicio de un Errol Flynn ya en cierta decadencia física, pero que sin embargo se muestra capaz de sobrellevar bajo sus hombros el rol de un aventurero revestido por la experiencia e investido por atributos de nobleza. A partir de dichas premisas, lo cierto es que a nivel argumental MARA MARU ofrece no pocas lagunas y convenciones. Citemos una de ellas ¿Cómo es posible que Stella apenas se resienta de la muerte de Andy, vistiendo en todo momento de blanco, y no insertándose siquiera una breve secuencia que nos haga pensar en su duelo ante la violenta muerte de su esposo? Cierto es que la película nos muestra en sus primeros minutos la presencia latente de una relación triangular, jugando Douglas con gran acierto en la planificación interna de sus secuencias a la hora de insertar a sus actores en el interior del encuadre. Y es que, en realidad, la constante lucha de interés y morosidad que plantea el film de Douglas, se centra al atender a los aciertos de realización, a la tensión que este logra plantear en algunos de los episodios del film, y dejando en buena medida de lado las convenciones que emanan de su guión. Es así, como uno prefiere valorar la importancia que poco a poco, irá adquiriendo el símbolo de la cruz –inicialmente como elemento de sospecha, más adelante como símbolo de salvación y transformación-, o la tensión que se establecen en las secuencias en las que interviene Benedict, ayudado por la inquietante personalidad que impone la figura de Burr, sabiendo extraer el director todo su potencial proyectándolo en encuadres que respiran amenaza y espacios oscuros. Serán elementos que cobrarán de forma creciente una mayor importancia, como la cada vez más evidente ligazón que Stella mostrará con nuestro protagonista, al que siempre ha amado en secreto. Sin embargo, todos estos rasgos no impiden que nos encontremos con un producto que, dentro de su apreciable condición como producto destinado a una sana evasión dentro del género de aventuras, se eche de menos una mayor densidad, que quizá incluso vaya aparejada una necesidad de mayor duración –las muestras más destacadas de la serie B sabían compatibilizar ambas características-. En este caso  se detecta demasiado metraje para explicar las tensiones previas que definen la aventura finalmente asumida, a las motivaciones de sus personajes para decidirse a asumir ese viaje en barco que puede ser decisivo –y al mismo tiempo amenazante- para todos sus tripulantes. Sobre todo para Stella –que es mostrada ante Mason proyectada ante uno de los espejos interiores del navío Mara Maru que ofrece Benedict; uno de los instantes visuales más inspirados del relato-. En su oposición, el film de Douglas acusa la escasa importancia que concede a la auténtica aventura marina del film. En ese bloque apenas se advierte el peligro y el riesgo –la secuencia de la búsqueda y el encuentro del tesoro por parte de Mason deviene tan eficaz como carente de mordiente-.

Sin embargo, será el preludio al bloque final, en el que MARA MARU logrará incorporar esa tensión hasta entonces ausente, revelando la dotación de su director para la acción física. Será a partir del forzado encallamiento del navío una vez el aventurero ha logrado recuperar el tesoro –que, como no podía ser de otra manera, es una gran cruz de diamantes, que fue robada de una sencilla iglesia ¡curioso contraste!, donde se la sustituyó por una falsificación-. Pese a la escasa verosimilitud de tal circunstancia, lo cierto es que el fragmento adquirirá un notable interés, sobre todo a partir del reencuentro del protagonista con el misterioso Ortega, quien le explicará las auténticas motivaciones de las dos violentas muertes registradas -¿Por qué no lo hizo antes?-, así como su interés por recuperar el tesoro, y devolverlo a la iglesia a la que perteneció. Es a partir de esos instantes, cuando el veterano y misterioso personaje, insertará al aventurero protagonista por un intrincado laberinto de pasadizos que se encuentran situados en el subsuelo del templo, y en el que serán seguidos por parte de Benedict y sus segadores. Será la obligada y trepidante conclusión de un relato que se ofrece como auténtica transformación para ese protagonista, aventurero y al mismo tiempo materialista ser, que en esos momentos críticos –y, sobre todo, contemplando el sacrificio que ofrecerá Ortega con su propia vida- le permitirán decidir por un cambio radical sobre todo aquello que hasta entonces había centrado su existencia. Es probable que hubiera sido necesaria una mayor matización de dichas circunstancias, y quizá también una menor dependencia de ese gratuito componente cristiano ¿Tanta importancia tiene en realidad la recuperación de dicha cruz, cuando se procede de una iglesia humilde e integrada en un contexto caracterizado por los escasos recursos de sus feligreses? En cualquier caso, y pese a esas lagunas, que impiden que su resultado alcance un mayor calado, MARA MARU es el ejemplo pertinente e incluso simpático, de un modo de entender el cine de evasión, en el contexto del Hollywood de aquellos primeros años cincuenta, tan fértiles para un género como el de aventuras.

Calificación: 2’5

2 comentarios

santi -

la filmografia de gordon douglas es extensa , unos 90 titulos aproximadamente, he debido contemplar unos 32 y creo que quitando 10 lo demas es absolutamente flojisimo , jamas habia visto unas peliculas tan lentas , tan torpemente echas , tan aburridas hasta el paroxismo.
yo cai en la trampa como algun cinefago que no cinefilo de pro de ver sus films, pero jamas vi a un cineasta tan limitado, pelmazo y tan del monton y de tercera fila como douglas
debe de estar entre los cinco peores cineastas de la historia? yo creo que si

santi -

infumable pelicula ya con el gran errol flynn acabadisimo , me aburrio bastante