GOLD OF THE SEVENT SAINTS (1961, Gordon Douglas)
Dentro de un periodo tan crucial para la transformación de las estructuras del cine norteamericano, la andadura de Gordon Douglas conoció entre finales de la década de los cincuenta e inicios de los sesenta, el que quizá fuera su máximo periodo de inspiración. Una sucesión de exponentes de notable interés, que alternan títulos conocidos en nuestro país –YELLOWSTONE KELLY (Emboscada, 1959)-, con otros carentes de estreno comercial pero provistos de gran interés –THE FIENDS WHO WALKED THE WEST (1958)-. Cierto es que en ocasiones cayó en las manos de comedias de escaso fuste destinadas al supuesto lucimiento de Bob Hope. En cualquier caso, esos cinco o seis años permitieron que aflorara una contundente disposición de títulos, uno de los cuales es GOLD OF THE SEVENT SAINTS (1961), apenas conocido ni siquiera entre los seguidores del género en que se inserta, e incluso los posibles admiradores de la obra de Douglas. En ello ha incidido no solo que no se estrenara comercialmente en su momento, si no que posteriormente haya carecido de distribución por los cauces digitales que, en los últimos años, son los que permiten la normalización de títulos de estas características.
Es por ello muy gratificante contemplar y, hasta cierto punto, saborear el caudal de cualidades que presente esta tercera y última colaboración de Douglas con la estrella del western Clint Walker –que muy pronto se refugiaría en la televisión-. El director utilizó como oponente de este al británico Roger Moore, no siendo tampoco la última ocasión en la que trabajaría con el futuro James Bond. Y todo ello en una producción de la Warner –el estudio habitual en que desarrolló su andadura-, caracterizado por un imponente uso del formato panorámico, aunado con una magnífica fotografía en blanco y negro de Joseph Biroc. Serán dos importantes elementos de base, para comentar la aventura vivida por los dos protagonistas del relato. Estos son Jim Rainbolt (Walker) y el más joven Shawn Garrett (Roger Moore). Pronto conoceremos que ambos han convivido durante tres años sin que su amistad se haya consolidado, estando ligadas fundamentalmente por la conveniencia. Sin gran esfuerzo lograron captar una gran cantidad de pepitas de oro, que les brindaría un futuro acomodado. Sin embargo, una situación extrema y la debilidad que pone en práctica Shawn, cuando acude a una población a por un caballo, será el indicio que deje a los lugareños, para que estos organicen un grupo, comandado por el nada recomendable McCracken (Gene Evans). Será en realidad el comienzo del nudo dramático de un guión en el que participó Leigh Brackett, y que describe su primer tercio, en el penoso discurrir de los dos aventureros, cargados con el otro, y sufriendo el cada vez más cercano acoso del grupo perseguidor.
Será todo el un largo y magnífico fragmento, en el que los agrestes parajes del Monument Valley se erigirán prácticamente como el principal personaje, incluso por encima de las tribulaciones de sus protagonistas. La capacidad –demostrada ya en anteriores títulos suyos-, para extraer la fuerza paisajística del entorno, integrándolo en los comentarios, los deseos, el cansancio de los caballos, el polvo del camino, la falta de agua de Jim y Shawn, permite un tercio inicial magnífico, en el que el espectador no solo percibe de forma muy directa la merma de dos seres en apariencia caracterizados por su dureza, sino que siente esa fisicidad que en algunos momentos aparece con el uso elegante de la grúa, en la potenciación de los escenarios naturales, en el contraste fotográfico, o en el contraste fotográfico que nos permite acceder a la aridez del sol inclemente. Poco a poco, en dichas circunstancias, iremos descubriendo el pasado que unió a ambos, pero la película adquirirá un nuevo giro al encontrar agua cuando habían perdido toda esperanza, produciéndose allí el primer enfrentamiento con sus perseguidores. Será la secuencia, propicia para ir percibiendo el progresivo acercamiento y la complicidad entre ambos, pero no resultará convincente ese inesperado cambio de escenario, tras el enfrentamiento desarrollado junto al manantial. Será sin embargo el planteamiento previo a otra situación crítica vivida por los protagonistas, sufriendo una emboscada muy peligrosa por parte de los secuaces de McCracken, aunque contando con la inesperada presencia del viejo médico Wilson Gates (el veterano Chill Wills). Será la implicación de un tercer personaje, que curará a Shawn del disparo recibido en el costado, buscando una parte del botín enterrado, aunque en el fondo –pronto se comprobará- en realidad este lleva implícitamente marcado enfrentarse con esos facinerosos que lo han humillado en su estancia en la población.
Un nuevo episodio permitirá el encuentro de Jim con su viejo amigo, el ranchero Amos Gondora (un magnífico y equilibrado en sus excesos Robert Middleton). Este ofrecerá a los agotados vaqueros hospitalidad, pero no dejará de sospechar sobre el posible oro que porten –y que de manera astuta Rainbolt se empeña en simular- llegando incluso a proponer a este un plan que dejaría al herido Shawn sin su parte.. Un nuevo giro hará entrar de nuevo en acción al grupo de los perseguidores por el oro, aportando al relato un matiz más trágico. Y es que, en realidad, lo más prescindible de GOLD OF THE SEVENT SAINTS se centra en esas arbitrarias alternancias, que no siempre obedecen a una lógica dramática. Es a mi juicio lo que limita el alcance de un título, con todo, notable, en el que Gordon Douglas despliega todo su talento narrativo y su magnífica pintura de paisajes, que se adhieren a la piel de sus personajes, transmitiéndonos ese estado de angustia y, por momentos, de indefensión ante la aterradora magnitud y la belleza de los valles rocosos. Es un ámbito en el que el realizador muestra una vez más su sentido telúrico, brindándonos un relato en el que se dirime al final, la consolidación de una sincera amistad que al inicio era forzada y por conveniencia, aunque nunca presente en ella el menor atisbo de traición.
Es cierto que los derroteros de la historia alternan la diversidad de sus episodios de manera arbitraria, pero la película se encuentra llena de magníficos momentos. El insólito en el que el doctor ayuda a dar a luz a una de las esposas de los ayudantes de Gonora ¡con tabaco!, la complicidad de los dos protagonistas –atención a los galanteos de Roger Moore, siempre con su singular acento irlandés, a la joven muchacha que está al servicio del potentado, y que atrae a ambos, llegando Gonora a ponerla en venta-. La facilidad con la que se nos transmite la dureza del desierto, con esos picados sobre fondos rocosos de enormes dimensiones. El sentido de la tragedia y la dignidad que alcanza el episodio en el que el viejo doctor y Shawn son capturados para que les digan el lugar donde se encuentra el oro, siendo el segundo de ellos torturado. O, en fin, ese extraño episodio de conclusión, en el que el oro desaparecerá por el mismo sitio que había acudido –un poco evocando la conclusión de THE TREASURE OF THE SIERRA MADRE (El tesoro de Sierra Madre, 1948. John Huston)- , aunque la situación sirva para comprender como esta azarosa peripecia, ha servido para consolidar una amistad que, en realidad, no existía al inicio de la misma.
Cierto. GOLD OF THE SEVENT SAINTS se resiente de esos servilismos y flaquezas de guión, que le impiden ser un título redondo. Y es una lástima, ya que Gordon Douglas echa el resto en su tarea como realizador. Es algo que finalmente se percibe y se disfruta y, por ello, se puede decir que aporta una insólita muestra del western, cuando el género se encontraba en el pórtico del abandono de su último periodo de esplendor.
Calificación: 3
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Enrique -