THE FIENDS WHO WALKED THE WEST (1958, Gordon Douglas)
Bastante poco conocida desde el momento de su estreno –la ausencia de referencias en el IMDB es reveladora a este respecto-, por consiguiente carente de estreno comercial en nuestro país, y hasta el momento ausente de un necesario lanzamiento digital, lo cierto es que contemplar THE FIENDS WHO WALKED THE WEST (1958, Gordon Douglas), nos ofrece un atractivo exponente de western de suspense, en un periodo en el que dicho subgénero brindó exponentes tan valiosos como 3:10 TO YUMA (El tren de las 3.10, 1957. Delmer Daves) o THE LAW AND JAKE WADE (Desafío en la ciudad muerta, 1959. John Sturges). Nos encontramos en un periodo dentro de la evolución del género, donde este discurrió hacia diversas vertientes partiendo de una base psicológica, entre las cuales el formato del thriller adaptado al ámbito del cine del Oeste, permitía además incurrir en un contexto más o menos novedoso. Es algo que, en última instancia, se dirime en esta atractiva propuesta, de la que de antemano hay que destacar sobre todo, el buen momento en el que se encontraba su realizador, Gordon Douglas, logrando de esta producción de la 20th Century Fox en CinemaScope. Utilizará para ello un sombrío blanco y negro servido por el especialista Joseph MacDonald, nos traslada al ámbito de una población que celebra el centenario –en 1876- de la independencia de los Estados Unidos. Y es curioso señalar que en esta ocasión Douglas deja de lado su conocido y experto manejo de la dolly, para articular una planificación que se basa en el uso del formato ancho, la aportación del reencuadre y los juegos en los claroscuros ofrecidos por su contrastada iluminación.
Esta adaptación del original de Ben Hetch y Charles Lederer, para KISS OF DEATH (El beso de la muerte, 1947. Henry Hathaway), sabe trasladar aquella conocida cinta policíaca a un ámbito en el que, en última instancia, logra introducirse la oposición de dos manera de entender el respeto a la Ley, en medio de un Oeste que ya ha ido abandonando el largo tiempo vigente “ojo por ojo, diente por diente”, por una manera más evolucionada de convivencia. Sin embargo, la película de Douglas se inicia con una modélica secuencia que plasma el asalto al banco de la localidad por parte de cuatro hombres, quedando encerrado finalmente uno de ellos en la propia caja de caudales, huyendo los otros tres con el botín. Se trata de Daniel Slade Hardy (impecable Hugh O’Brian), quien será condenado a diez años al no revelar los nombres de sus compañeros, con la confianza de que al no haber sido delincuente con anterioridad, la pena sería mucho menor. Más allá incluso de la contundencia de la condena, su mayor desgracia será compartir celda con el joven, aniñado e inestable Felix Griffin (Robert Evans), condenado a apenas noventa días de reclusión, pero que muy pronto revelará un peligroso comportamiento psicótico. Será algo que irá percibiendo Hardy, hasta que tras una pelea con él, este abandone la celda al cumplir su pena. Lo que no podrá imaginar, es que como efecto a dicha lucha, Griffin acuda en el sendero que este le confesó –los otros asaltantes del atraco-, e incluso señalándole el estado de su mujer y su pequeña hija. Será el inicio de un auténtico calvario para este, que no llegará a descubrir en principio lo sucedido, pero que ante la escalada de violencia desplegada por Griffin –que atentará y matará incluso a ayudantes del sheriff-, será utilizado por el marshall Frank Emmett (Stephen McNally), para que colabore en las tareas de detención del inestable criminal, a cambio de concederle la libertad de su condena. Para que dicho plan resultara efectivo, harán ver que Hardy se ha fugado, encontrándose con Griffin e intentar aportar pruebas que lo incriminen y permitan que sea condenado. Lo harán, sabiendo que se encuentran ante un criminal no solo de violenta ascendencia, sino dotado de una enorme agudeza, al cual no es fácil no solo engañar, sino incluso urdir cualquier plan en torno a su posible comportamiento. Como era de prever, este mostrará su desconfianza en torno a las intenciones de Hardy –por más que el ex presidiario intente contener su ira-, y ni siquiera al ser llevado a juicio le hará ser condenado, merced a la actuación de un astuto abogado. La libertad del joven psicópata podrá suponer la condena de la familia de Daniel, pero llegará el momento en el que el cabeza de la misma se revele contra el dominio psicológico de Griffin, utilizando para ello las armas que le proporciona el conocimiento de las debilidades de su personalidad.
Desde el momento de su estreno, ha habido un elemento argüido por la crítica para cuestionar los posibles valores de THE FIENDS WHO WALKED THE WEST. Este no ha sido otro que la inadecuación del posteriormente exitoso productor Robert Evans, a la hora de encarnar al joven psicópata que domina la función. Cierto es que su labor resulta como poco, pobre, al encarnar un rol de enorme riqueza e incluso lucimiento interpretativo, máxime al ser comparado con el antológico Johnny Udo que protagonizara el gran Richard Widmark en la citada KISS OF DEATH en la que se basa. Estando de acuerdo con dicha objeción –que se nota en especial en aquellos momentos en los que Evans centra el encuadre en solitario, sin otro intérprete que mitigue sus insuficiencias-, lo cierto es que ello no impide que nos encontremos ante una película llena de interés, con fragmentos admirables, y que ante todo revelan la pericia de un Gordon Douglas, que nunca ha merecido reconocimiento alguno por su tarea en esta ocasión. Y es que preciso es reconocer que si asistimos en última instancia a un producto valioso, y que nos desluce en absoluto comparada ni con el referente de Hathaway –en ocasiones un tanto sobrevalorado-, ni con los exponentes señalados con anterioridad, deviene sin duda por el interés que Douglas pone en practica, a la hora de trabajar cinematográficamente el relato, y dotarlo de los suficientes detalles y matices psicológicos a lo largo de todo su metraje –no olvidemos la presencia de Philiph Yordan como coguionista-.
Dicha dualidad se manifestará de manera constante en la película. En la primera vertiente lo proporcionará ese sentido de lo lacónico, de la síntesis, que observaremos en todo momento. Instantes como el encuentro de Griffin y la anciana madre de Finney, en la manera con la que en apenas dos planos contemplaremos con este ha incendiado la vivienda de los Finney, en la aparición con la cara marcada de May (Dolores Michaels) –insinuando una clara agresión por parte de Griffin-, la amenazadora presencia de una carreta sin tripulante delante de la cabaña de Hardy, que portará el cuerpo sin vida de May, confirmando la amenaza latente hasta ese momento-. Son numerosos, a este respecto, los detalles enriquecedores, a los que habrá que sumar la riqueza que ofrecen su imaginería de personajes, en los que se llevará la palma aquellos que rodean la psicología de Griffin, y que logran sobresalir por encima de la pobreza interpretativa de Evans. Desde la manera que tiene de alcanzar astillas a los objetos de madera a los que se acerca, su obsesión por evocar el nombre de su padre al señalar su nombre, el atávico terror que manifiesta a ser tocado –y que será utilizado por Hardy con principal palanca de defensa a la hora de enfrentarse a él-, o la conclusión con la que se plasmará el final del psicópata criminal, escupiendo a la última mujer que se ha atrevido a tocarle, cuando se encuentra postrado a punto de morir, quitándole ese anillo que le había prometido, y que pertenecía a la madre de Finney. En definitiva, THE FIENDS WHO WALKED THE WEST supone uno de esos logros imperfectos del género, orillados por extrañas razones, que no responden, en absoluto, a su presunta falta de interés.
Calificación: 3
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jirge trejo rayon -