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CINEMA DE PERRA GORDA

SECRET PEOPLE (1952, Thorold Dickinson)

SECRET PEOPLE (1952, Thorold Dickinson)

Lejanos están los tiempos en los que los ejecutivos de la Metro Goldwyn Mayer, quisieron destruir las copias de GASLIGHT (Luz de gas, 1940. Thorold Dickinson), en el momento en que se fue a estrenar su remake americano de la mano de George Cukor con GASLIGHT (Luz que agoniza, 1944). Sin entrar en consideraciones sobre la mayor o menor calidad de una u otra versión, lo cierto es que durante muchos años fue esa la única noticia que tuvimos sobre la obra del británico Thorold Dickinson, ignorándose una filmografía que tiempo después se revelaría muy valiosa, incluso contando con el hecho de que Dickinson no falleció hasta 1984. Catorce largometrajes filmados entre 1932 y 1955, de los cuales poco a poco hemos empezado a recuperar alguno, y de los que SECRET PEOPLE (1952) supuso su penúltima realización. Es esta, al mismo tiempo, la tercera vez que contemplo un título de su filmografía, y es fácil deducir con ese escaso margen, la confluencia de un personalísimo estilo en las formas fílmicas utilizadas por Dickinson, hasta el punto en que sin gran dificultad podría ser considerado uno de los más singulares realizadores que ofreció el cine de las islas –lo cual ya es mucho decir-.

En esta ocasión, y al amparo de la Ealing Studios, Dickinson se enfrenta a un argumento más o menos contemporáneo, abandonando los relatos de época elegidos en ocasiones anteriores, al objeto de trasladar a la pantalla una historia en la que el propio Dickinson participó desde el primer momento, planteando un singular thriller político que, al parecer, fue no solo escasamente apreciado, sino incluso cuestionado con fuerza por la izquierda inglesa de su momento. Nunca podremos saber si dicha circunstancia contribuyó al cercano abandono del director en el ámbito de la realización –tan solo filmaría tres años después un título más-. Lo que resulta evidente, es que de manera deliberada, y utilizando ese mundo visual e incluso el complemento que le permitía insertarlo dentro de tramas abigarradas y sombrías, brindó la historia de las hermanas María (maravillosa Valentina Cortesa) y Nora Brentano (una jovencisima y ya luminosa Audrey Hepburn). Ambas se verán obligadas a viajar hasta Inglaterra, donde son acogidas por un viejo amigo de su padre –Anselmo (conmovedor Charles Goldner), dueño de un café-, al vivirse en su país –que no se cita, pero al parecer es Italia- una situación convulsa –la acción se inicia en 1937-. Lo que supone un encargo que Anselmo asume con cariño, muy pronto se convertirá en el eje del dramático descubrimiento del asesinato del padre por parte de las fuerzas que comanda el siniestro general Galdbern. Pasarán los años, y las entonces pequeñas crecerán hasta convertirse en adolescentes, integrándose en el entorno londinense en el que han vivido estos últimos años siendo agasajadas por su tutor con un viaje a Paris, que les haga olvidar, siquiera sea parcialmente, las penurias y rutina de su vida cotidiana. Por desgracia, este viaje devolverá a María la dolorosa presencia del autoritario Galdbern, al tiempo que volver a contemplar al que fuera su novio –Louis Balan (Serge Reggiani)-, con quien retornará a una relación de amistad, que pronto retornará al lugar en donde años atrás la dejaron. Será, en última instancia, el inicio del auténtico drama que plantea esta película sombría, abigarrada y desesperanzada, en el que sus personajes aparecen perdidos en sus decisiones, en sus anhelos, en el atavismo que generaron sus recuerdos, y en la imposibilidad de superarlos a la hora de afrontar un futuro que se antoja aún más siniestro que el presente en que viven.

Todo ellos quedará manifestado en una puesta en escena deliberadamente y solo en apariencia confusa, en la que ninguno de sus personajes parece encontrar el menor atisbo de paz. Thorold Dickinson planifica y monta sus secuencias con ese sentido de la inmediatez y lo abigarrado, como si quisiera penetrar en el ámbito de una pesadilla que por otro lado no se atreven a asumir. Es el ámbito en el que se encontrará ante todo, la encrucijada a que es sometida María, merced al ímpetu que le ofrece Louis, quien se aprovechará de los sentimientos de venganza que esconde en torno al siniestro general, forzándola a participar en un atentado de raíz anarquista, que ha estado preparando junto a una cédula a la que nunca veremos las caras –maravillosa la secuencia en la que, en penumbra, esta es introducida en la misma, pudiendo ver mirando al suelo una minusvalía física del líder del grupo, que en los últimos instantes del relato servirá para poder dar con ellos-. La manera con la que el director plasmará ese fallido atentado es definitoria de los métodos de Dickinson, orillando por completo la ortodoxia narrativa para introducir en el espectador el elemento emocional del drama sufrido por su inductora –que no ejecutora- al volver de la fiesta donde ha contribuido al mismo, y adelantar que en el mismo algo ha salido mal, como luego comprobaremos.

Será, si se quiere, el auténtico inicio de un drama de carácter existencial. Ella intentará mantener un punto de equidistancia confesando a la policía pero sin implicar a los autores –que en realidad desconoce-. Nada podrá ser ya como se preveía. El grupo en el que se encuentra Louis se verá perseguido por los agentes en los alrededores del local de Anselmo, en el que se llegará a vivir una explosión, provocada por los anarquistas, en la que en apariencia nuestra protagonista pierda la vida. Sin embargo, entre las nebulosas de un periodo comatoso, esta volverá a la realidad, teniendo que someterse a la dramática circunstancia de modificar en el futuro no solo su aspecto exterior, sino incluso asumir una nueva identidad, para salvaguardar su existencia posterior. La dramática circunstancia no supondrá más que una parada frente al abismo, al margen de brindar al espectador el instante más conmovedor del relato. Ese plano subjetivo en el que María, ya bajo la identidad de Lena Collins, contemplando junto a los agentes dee policía que la han ayudado, como sobrellevan la vida cotidiana ese Anselmo que, dispuesto en la fachada de su recontraído café, vive una vida en la que ya no hay lugar para ella. El destino querrá que descubra, accidentalmente, a esa persona que se encontraba en la reunión secreta del círculo anarquista, abriéndose en realidad el abismo del fin de su existencia, en unas secuencias desarrolladas en un nocturno boscoso en el que se reúnen seres anónimos. Esa gente secreta a la que quizá alude el título de esta magnífica propuesta de Thorold Dickinson, destacada en la querencia por el detalle –la importancia del bolso y la pitillera de María en el atentado en que intervendrá, la fuerza que adquiere esa vieja pluma estilográfica de su padre, que se convertirá casi en el hilo conductor del relato- que dado su grado de abstracción, es indudable no fue comprendido en las estrechas miras de un cine que no es que fuera de escasa calidad, sino que los supuestos espectadores y comentaristas no estaban preparados para apreciar. Años atrás, de la mano de cineastas como Powell & Pressburger The Archers o Carol Reed, se habían planteado films políticos de manera más directa. La valía del de Dickinson, más allá de su enorme fuerza visual, parte del hecho de utilizar dicha base para explorar nuevos terrenos dentro de ese ámbito psicológico tan ligado al cine británico, en esta ocasión insertos en un apólogo moral de amargas pero irreductibles consecuencias. Que en su momento fueran dejados de lado, no es inconveniente que con una mirada renovada, puedan ser admirados en nuestros días. No solo por el hecho de su valía y vigencia, sino además por servir de homenaje a una de las figuras más relevantes del cine inglés de siempre, de la que se impone una urgente revisión completa de su obra.

Calificación: 3’5

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