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CINEMA DE PERRA GORDA

CAPTAIN CAREY – U.S.A. (1950, Mitchell Leisen)

CAPTAIN CAREY – U.S.A. (1950, Mitchell Leisen)

El paso de bastantes años, y un seguimiento más o menos persistente para aquellos que pueda decirnos algo el nombre de Mitchell Leisen, nos ha permitido al menos establecernos una visión de conjunto en torno a su dilatada, desigual, pero en su conjunto valiosísima filmografía, en mi opinión personal ha permitido situarlo en la privilegiada atalaya de suponer un primerísimo cineasta. Esa visión ya más detallada, permite contemplar al realizador como un brillante cultivador de la comedia, uno de los cineastas más dotados para el romanticismo cinematográfico, y quizá de forma más concluyente, un hombre de cine que supo aglutinar una especial singularidad en el manejo de diversos resortes genéricos, hasta el punto de que sobre ellos se insertaba una patina no pocas veces ligadas a una peculiarisima mirada fantastique. Obviemos a ese respecto la facil referencia que nos podría brindar DEATH TAKES A HOLIDAY (La muerte en vacaciones, 1934), pero en su defecto podríamos aplicar dicho enunciado a la extraña, enfermiza, por momentos irregular, en otros fascinante CAPTAIN CAREY – U.S.A. (1950), que Leisen filmó tras NO MAN OF HER OWN (Mentira latente, 1950) –una propuesta policiaca también imbuida de esa mixtura de géneros, que no me suele atraer tanto como a otros aficionados a causa de su artificio argumental-, y antes de una de sus últimas y más valiosas comedias –THE MATING SEASON (Casado y con dos suegras, 1952)-. Y es quizá el título que comentamos, una de las última manifestaciones que tuvo el realizador de lograr con su relato esa armonía que bajo su mando podía combinar la textura de un thriller, ecos de cine bélicos, el peso de un hecho que ha marcado huella y, por encima de todo, la visión de un contexto para el que parece haberse detenido el tiempo.

La película se inicia en 1944 en la localidad de Orta, surcada por un lago -cerca de Milán- en el norte de Italia, surcada por un lago. En su entorno los paracaidistas norteamericanos se internan con facilidad para boicotear los últimos momentos del gobierno fascista. Entre ellos destaca la figura del capitán Webster Carey (Alan Ladd), cabeza de un grupo de paracaidistas encargado –con la ayuda de los partisanos- de transmitir información a los aliados. Este ha logrado introducirse en el viejo palazzo en donde reside Giulia (Wanda Hendrix), viviendo junto a ella y un compañero suyo la traición que motivará la –en apariencia- aniquilación de esta, y en realidad la de sus soldados, por parte de las tropas nazis, que dejarán a Carey herido de gravedad. Con el paso de apenas tres años, el reencuentro en USA con un cuadro expuesto en la puerta de una galería, procedente de aquel viejo recinto italiano, introducirá en el protagonista la inquietud de quien pudo ejercer como traidor en la dramática circunstancia vivida. La inesperada presencia de ese pequeño y valioso lienzo ejercerá como la plasmación de un sentimiento oculto en su mente, quizá negando el aura de mediocridad que se enseñorea interiormente en su futuro –y que la secuencia muestra muy a las claras, describiendo a una prometida castrante y ausente de cualquier atisbo ilusionante-. Su retorno no solo propiciará en él el vislumbre de una mayúscula sorpresa –el hecho de que Giulia se encontraba con vida-, sino que avivará en Orta el recuerdo de un suceso cuyas consecuencias fueron mucho más cruentas que las que el propio Webster podría imaginar y, sobre todo, se encontraban aún abiertas en el seno de aquella sociedad tan cerrada y anclada en el pasado.

Conocida ante todo por la canción Mona Lisa, original de Jay Livingston y Ray Evans, que logró aquel año el Oscar y que se utiliza en la película con considerable acierto, acentuando en su presencia tanto su melancolía como el carácter que esta adquiría como premonición de inminentes amenazas, lo cierto es que CAPTAIN CAREY – U.S.A. es quizá la última de las ocasiones en las que Leisen logró intercalar esa singular combinación de géneros, que como antes señalaba, constituyeron una de las bases más firmes de su cada vez más indiscutible capacidad como hombre de cine. En esta ocasión, debemos admirar la manera con la que logra introducir al espectador en la trama, articulando con apenas unos apuntes de puesta en escena, por un lado el contexto de inquietud que se vive en el contexto en el que se desarrolla la acción, articulándose de manera admirable el contraste de esa lucha antinazi, dentro de un marco en donde el peso del pasado resulta tan determinante –ese cuarto secreto repleto de obras de arte y, sobre todo, revestido de polvorientos y añejos aromas de antigüedad-. Todos conocemos la mano experta que Leisen demostró en su andadura previa en la Paramount como director artístico. Es probable que fuera en este título de su filmografía, donde de forma más acusada esa inclinación –que tanto le reprochaba con bastante poco acierto Billy Wilder-. Ya en los compases iniciales del film, el canto de la celebrada canción pronto avisará a Carey, Giulia y su camarada, de la llegada de los nazis, dispuestos a interceptar el lugar desde donde envían su información, confirmando la existencia de un traidor, e introduciéndose violentamente en ese contexto. Será un episodio inicial de no muy extensa duración, pero que dejará al espectador hechizado cuando en un simple fundido – encadenado nos traslade a la vida normal de Carey en USA, contemplando ese cuadro que se encontraba con muchos otros en el lugar donde tuvieron lugar los dramáticos acontecimientos. Basado en una novela de Martha Albrand y expuesto en forma de guión por parte de Robert Thoeren, resulta fácil deducir que más allá del hecho físico del retorno de Carey, se esconde un intento desesperado por volver a esa especie de paraíso perdido que para él suponía ese lugar italiano perdido en el mapa, por más que allí viviera sucesos dramáticos. Ese será el primer gran acierto del film, destacando en su discurrir esa percepción a la hora de describir un contexto que aparece casi como perdido en el tiempo. No importa que la localidad se describa a finales de la década de los cuarenta; podía haber sido el mismo marco un siglo antes, y ni siquiera la presencia de carteles anunciando la llegada de la república y la celebración de unas cercanas elecciones –que chirrían de forma deliberada en la recreación de estudio-, nos pueden ocultar una sociedad cerrada, oscura y al mismo tiempo enfermizamente bella. Es por ello que la recreación que Leisen ofrece de aquel marco existencial –ayudado de los escenógrafos Sam Comer y Ray Moyer-, se erigen casi como un auténtico protagonista en el relato. Tendríamos que remontarnos a la magnífica y previa THE LOST MOMENT (Viviendo el pasado, 1947. Martin Gabel), para encontrarnos con una producción americana en la que el peso de ese pasado sea tan determinante, a través de una reconstrucción que no descuida la importancia de ese palacio dominando el lago, la propia configuración rural de la población, o incluso el anacrónico vestuario que lucirá en todo momento la dueña de la vieja mansión –la condesa Francesca de Cresci (Celia Lovski)-, ataviada de luto con un vestuario totalmente anacrónico e incluso casi fantasmal.

A partir de esos elementos, Leisen logra insertar de nuevo esa extraña poética, ese toque de romanticismo perdido, que tendrá un elemento de inflexión cuando Carey descubra que Giulia no murió en la refriega, aunque se haya casado con el poco recomendable barón Rocco de Graffi (el personaje menos convincente del relato, encarnado además por el siniestro Francis Lederer). Ya tendremos con ello esa combinación que al realizador de HOLD BACK THE DAWN (Si no amaneciera, 1941) le proporcionó tan magníficos resultados, en una nueva muestra que aúna el misterio con el romance, el aura elegíaca de un pasado que por momentos se transmuta en una percepción casi sobrenatural. Esa capacidad innata de Leisen para describir un romanticismo casi enfermizo, tendrá una adecuada demostración en el título que comentamos, que no obviará la presencia de elementos inquietantes –el eco en la población de esa masacre colectiva que provocó la célebre traición, de la que la localidad hizo culpable al ausente Carey-, representado en ese recuerdo siniestro que marca la soga con la que se ajustició a un inocente acusado de traidor, junto a la lápida que recuerda los fusilados por las tropas nazis a raíz de dicha delación. Pero incluso en una película tan inclasificable –y al mismo tiempo tan personal- como la que comentamos, Leisen no se olvidará de introducir toques de comedia, manifestados de manera especial en el episodio en que Carey y Giulia se desplazan hasta Milan para encontrar a un supuesto cliente del hotel de la localidad, entre los que se podría encontrar el mediador del trafico del cuadro que este encontró en USA. Será un breve fragmento que nos demostrará su destreza en un género al que proporcionó –y seguiría haciéndolo de forma inmediata- páginas brillantísimas, describiendo como el recorrido por los milaneses que llevan el apellido buscado, ha llevado a la pareja a adquirir un sinfín de objetos que atiborran su coche, e incluso nos trasladará hasta el recinto donde ensaya un grupo de forzudos bailarines. Sin embargo, junto a la comedia estará detrás ese alcance siniestro y de suspense; un puñal matará de inmediato al jefe de dichos actuantes, cuando estaba a punto de dar datos reveladores a Carey de la persona que propició la venta del cuadro.

Intriga, romanticismo, un pasado que casi se convierte en fantasmal, el eco de una canción que contiene tanta evocación como recuerdo de una amenaza… son elementos que Mitchell Leisen maneja con destreza y delicadeza, quizá solo lastrados en la medida de tener que resolver de forma un tanto apresurada una intriga que precisaba de una duración más extensa –la película apenas sobrepasa los setenta y cinco minutos-. Es probable que esa dilatación hubiera permitido que CAPTAIN CAREY – U.S.A. hubiera quedado como una de las cimas de su cine. Sin llegar a ello, justo es reconocer que su resultado es notable, emergiendo como la última muestra que desarrolló de esa inequívoca y por momentos casi mágica combinación de géneros, que en realidad favorecieron la esencia de su estilo –en este caso sí que sería procedente recurrir a dicho término- cinematográfico.

Calificación: 3

4 comentarios

Juan Carlos Vizcaíno -

Tienes razón Luis, pero es que la obra de Leisen, está trufada de rarezas, mixturas de género, y títulos llenos de interés, como este. Un saludo!

LUIS -

Muy de acuerfo. Título a redescubrir del gran Mitchell Leiden.

Juan Carlos Vizcaíno -

¡Hola, Teo¡

Que alegría verte por estos lares. Más allá de que discrepemos en la valoración de esta película y del propio Ladd -lo cual es lógico, normal y hasta deseable-, me alegro poder saber de tí, ya que tengo desde hace años la primera edición de tu guía de películas -de la que creo que años después hiciste una reedición-. Me encantó de la misma que te "mojabas" y, aunque en no pocas valoraciones disintieramos, en otras coincidía plenamente... y no es facil encontrarse con alguien que adore como nosotros el cine de Richard Quine.

Espero seguir en contacto contigo. Un fuerte abrazo,

Juan Carlos

teo calderon -

Recuerdo con meridiana nitidez el impacto imborrable que me causó "RAÍCES PROFUNDAS" cuando vi el western de George Stevens en un cine de Valladolid a la edad de ocho años (claro que entonces no sabía que existía la figura del director). Desde entonces, Alan Ladd se convirtió en mi actor favorito... para siempre.
Pese a ello, pese a mi subjetiva predisposición a que me guste cualquier película protagonizada por Ladd, "CAPTAIN CAREY" no figura ni por asomo entre mis películas favoritas.
En tu concienzuda autopsia de ese trabajo de Leisen te detienes en las diferentes "vísceras" y componentes de su anatomía encontrando motivos de estudio y análisis que pueden resultar brillantes, sí, pero también interpretaciones que a mi juicio pecan de arriesgadas al adjudicar a esa puesta en escena unas virtudes diseminadas en obras anteriores del autor de "ARISE MY LOVE" y que, la verdad, en las dos ocasiones en que he visionado el film que nos ocupa, no fui capaz de reconocer.
Para mí, la cinta resulta entretenida e incluso intrigante (a los quince minutos de iniciada la proyección, nos hacen creer durante unos momentos que Ladd y Wanda Hendrix mueren a manos de soldados alemanes). No obstante, la histo­ria –algo caótica, tal vez– produce la sensación de que no interesó demasiado a un desganado Mitchell Leisen, que se limitó a filmarla con formulista eficacia, lejos de la exquisita precisión y elegancia de sus mejores obras.
Pero, en fin, este juicio de la película (necesariamente telegráfico por las características del libro donde fue publicado) ya lo expuse en su día en las páginas de "Movie Movie-Guía de películas".
-Teo Calderón.