TO EACH HIS OWN (1946, Mitchell Leisen) La vida íntima de Julia Norris
¿Cual es el periodo dorado en la obra de Mitchell Leisen; la década de los treinta o la de los cuarenta? ¿Cuándo llegará el momento de ratificar al fiel realizador de la Paramount como el primerísimo cineasta que fue, pese a la admisible irregularidad de su obra? ¿Hasta qué punto hay que despojar definitivamente de toda validez los despectivos comentarios que sobre su modo de hacer cine plantearon personalidades como Billy Wilder –poco dado a la autocrítica, por otra parte- o Charles Brackett? Estas y otras eran las cuestiones que venían a mi mente cuando, poco a poco, con tanta serenidad como admirable sentido de la progresión, iba disfrutando de TO EACH HIS OWN (La vida íntima de Julia Norris, 1946), sin duda una de las cimas de la filmografía de este sorprendente cineasta, inserta además en un periodo que brindaría títulos tan justamente reconocidos como HOLD BACK THE DAWN (Si no amaneciera, 1941) u otros menos valorados pero igualmente magníficos como GOLDEN EARRINGS (Con las rayas en la mano, 1947) –que sigo considerando el exponente más valioso de cuantos he contemplado de su obra-. Son todos ellos títulos definidos en una notable elegancia, caracterizados por la mixtura de géneros y dominados por una cierta tendencia a insertar marcos o situaciones imposibles, como si en ellos se desafiara el paso del tiempo a través de la fuerza de los sentimientos. Se trata de una de las máximas del melodrama, algo que pusieron en práctica con anterioridad nombres tan ilustres para el género como Murnau, Borzage o McCarey, a los que Mitchell Leisen se sumaría desde una mirada por entero personal, etérea y al mismo tiempo irónica, demostrando que era un personalísimo hombre de cine –no sólo preocupado por el vestuario y los decorados, como afirmaron con tanta gratuidad sus cercanos y críticos colaboradores-, y aplicando una sensibilidad cinematográfica que en el título que nos ocupa, se acerca a los modos de un John M. Stahl. En efecto, TO EACH... deja de lado la aplicación de unos rasgos más o menos elegantes –aunque no los olvide-, inclinándose ante un relato contenido en el que en numerosos momentos –es evidente- se nota la impronta de Charles Brackett. Se trata de una huella que se aprecia en sus instantes iniciales –con el planteamiento desarrollado en ese Londres de periodo de guerra acompañado de cierto tinte irónico, que poco después servirá como catalizador del flash-back que presidirá el núcleo de su historia central –algo así sucede con la ya mencionada HOLD BACK THE DAWN-.
La misma rodea la existencia de una muchacha de provincias –Jody Norris (maravillosa Olivia De Havilland, por la que recibió su primer Oscar a la mejor actriz)-, quien trabaja con su padre en una tienda de una localidad de provincias de principios del siglo XX, consumiendo su juventud abstrayéndose de ligarse a hombre alguno y manteniendo la absoluta convicción de alejarse de cualquier romance, ya que espera la aparición de ese hombre al que amará durante toda su vida. Es algo que, repentinamente, encontrará con la llegada a la localidad del arrogante piloto norteamericano Bart Cosgrove (John Lund). Acudirá a la población de manera desganada para lograr que sus habitantes suscriban bonos de guerra, siendo atendido casualmente por Jody. De repente –y la secuencia en que los dos expresan la pasión de su repentino amor en pleno vuelo, es absolutamente memorable-, se establecerá una relación entre ambos que apenas dudará unas horas, pero que marcará para siempre a nuestra protagonista. La elegancia de la elipsis nos mostrará como esta quedará embarazada del piloto, viviendo muy poco después la tragedia de conocer la muerte de este.
Será el detonante que Jody asumirá para mantenerse en su decisión de ser madre, aún comprendiiendo que tal decisión podría costarle la vida. Para ello viajará hasta New York, viviendo en casa de una amiga enfermera, y justificando en su regreso a la población un presunto viaje particular. Pero quedará el problema de cómo integrar a su pequeño hijo y aceptarlo como adoptado, sin despertar las sospechas de una población provinciana y de mentalidad cerrada. Junto a su padre, planteará una situación que poco después revertirá en contra de sus propósitos, ya que su pequeño Gregory finalmente será acogido por parte de Álex (Philip Terry), secreto enamorado de Jody, y Corinne (Mary Anderson).
A partir de esta irreversible situación, la protagonista mantendrá su acercamiento al muchacho, hasta que en un momento dado este cariño sea abortado por parte de Corinne, aún sabiendo que esta es su auténtica madre. Una vez fallecido el padre de esta, viajará hasta New York, donde ayudará a otro de sus fieles enamorados, orillándolo en su inclinación por proyectos ligados a la prohibición, planteando juntos un negocio de productos de belleza que les proporcionará una legítima prosperidad. Los años pasan, y finalmente asegurada tras su fortuna, Jody reclamará a Corinne la custodia de su hijo, forzándola con motivos económicos casi insalvables para su matrimonio –se encuentran al borde de la ruina-. Sin embargo, esta decisión no le granjeará el cariño del pequeño, que finalmente retornará en su custodia por parte del matrimonio que lo crió durante sus primeros años. El flash-back culminará y nos llevará al punto de partida de su inicio. En la estación de ferrocarril Jody descubrirá rápidamente a su hijo convertido en soldado aliado –con la misma apariencia del actor John Lund-, al que intentará ayudar en el disfrute de su permiso de guerra. Un apoyo que buscará inconscientemente ofrecerle su amor de madre, pero que estará sometido a mil y un inconvenientes, que llegarán a hacer pensar en ella la absoluta imposibilidad de ese deseado acercamiento al muchacho. Cuando todo parece perdido, la intervención de Lord Desham (un excelente Roland Culver) permitirá en última instancia que ese deseo pueda convertirse realidad.
Señalaba al principio de estas líneas, la sensación que me produjo al contemplar TO EACH... de ciertos ecos con el cine de John M. Stahl. Esta apreciación quizá me ha sido acrecentada al haber podido visionado recientemente uno de los títulos más valiosos de Stahl, ONLY YESTERDAY (Parece que fue ayer, 1933), con el que el que esta obra de Leisen conserva no pocas semejanzas. En ambos casos se trata de una relación pasional de escasa duración pero perdurable efecto, en las dos películas se plantea la existencia de un niño como fruto de esa brevísima pasión, se expresa asimismo el peso de una sociedad provinciana en contra de dicho embarazo, una paternidad o maternidad no reconocida o asumida. E igualmente –y este es un elemento muy importante en la película que comentamos-, el devenir argumental de TO EACH... marca en un segundo término un recorrido sobre la sociedad norteamericana de las primeras cuatro décadas del siglo XX. Una mirada de algún modo inhabitual en el cine de Leisen, y que en esta ocasión se integra de manera admirable en el conjunto de un relato que parece fluir en un discurrir sereno, en el que el uso de la elipsis alcanza en ocasiones una importancia manifiesta –el cambio de plano que nos traslada a la muerte del padre de Jody-, propiciando su evolución cronológica de manera adecuada. Una traslación argumental en el que la extraordinaria aportación de Olivia De Havilland se erige como un apoyo consustancial, y que poco a poco va confirmando un relato lógico, revestido de giros argumentales que en otras circunstancias podrían resultar totalmente folletinescos, pero que en esta ocasión adquieren una extraña naturalidad, como si ejercieran como rescoldos en un camino que nuestra protagonista deberá vivir de manera irremediable. Un sendero en el que el espectador solo entiende que como conclusión, este deberá concluir con ese deseado momento. Ese reconocimiento final que Jody anhela pero que repetidamente se irá escamoteando como el agua que se derrama por los dedos de la mano, en el recorrido de toda su vida. De nada le valdrá su perseverancia, su cariño demostrado hasta el límite del sacrificio, o haber logrado incluso el triunfo profesional. Todo ello no valdrá de nada a la hora de sentir en carne propia la admiración de ese hijo que nunca la ha conocido ni ha reparado de su existencia, aún cuando ha compartido con ella no pocos momentos de los primeros años de su vida.
No será hasta el episodio final, en el que la melancolía y no pocos elementos de comedia brillante tendrán acto de presencia –las situaciones que se viven en ese restaurante en el que el ya crecido Gregory se dispone sorpresivamente a casarse con su novia, merced a los servicios del influyente y atento Lord Desham-, cuando parecerá que Leisen retoma el referente del cine de Frank Capra, ofreciéndonos los matices finales de un cuento de hadas casi, casi, pedido a gritos por el espectador. En pocas ocasiones como la que marca esta excelente película se ha hecho más necesario el happy end. La cuestión no estaba en su planteamiento, sino en la manera como se iba a exponer. De nuevo en esa conclusión absolutamente conmovedora, dos seres que nunca debieron de separarse en sus vidas podrán unirse en el camino, rememorándonos también la conclusión mostrada en el ya citado ONLY YESTERDAY. Una vez más, el mejor cine de Mitchell Leisen nos trasladó a la fuerza de esos sentimientos que, por encima de contratiempos, prejuicios e injusticias, pueden sobrepasar la barrera del tiempo.
Calificación: 4
2 comentarios
Johnny Guitar -
Olivia de Havilland ganó por su sensacional interpretación el primer Óscar de su carrera. Y con toda justicia.
Feaito -