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CINEMA DE PERRA GORDA

THE PHANTOM LIGHT (1935, Michael Powell)

THE PHANTOM LIGHT (1935, Michael Powell)

Se suele señalar THE PHANTOM LIGHT (1935) como uno de los títulos que forjaron el aprendizaje como realizador del británico Michael Powell. Exponentes que a nuestros días emergen con sus limitaciones, imperfectos, desequilibrados, pero que albergan en ellos ciertas cualidades que acompañarían el devenir de su obra posterior. En esta ocasión Powell iría centrándose en su delectación por los parajes rurales y marítimos, entrenándose en ese aspecto telúrico que sería uno de los rasgos más valiosos de la misma. Para ello, asumiría la adaptación de la obra teatral de Joan Roy Byford, adoptando una muestra más de esa mixtura de misterio y comedia, que podrían ejemplificar referentes como THE OLD DARK HOUSE (El caserón de las sombras) –llevada al cine en 1932 por James Whale-. La base argumental nos traslada a una extraña y pequeña localidad costera de Gales, a donde se trasladará un experto farero –Sam Higgins (Gordon Harker)- para sustituir al previsiblemente asesinado anterior responsable de la instalación. En realidad, los lugareños creen en las leyendas que murmuran y propagan, de que en torno a dicho faro se suceden hechos fantasmales, proyectandose luces irreales que han provocado incluso naufragios en las costas. Escéptico a dichas habladurías, Sam será llevado en barca hasta el imponente recinto, donde trabará relación con su brusco pero fiel ayudante, pechando con el comportamiento esquizoide de uno de los hermanos del farero desaparecido. Todo ello compondrá un inquietante panorama que llegará a contagiar a nuestro protagonista, imbuyéndole de un temor hasta entonces ausente en él. Al faro acudirán de noche un hombre y una mujer con los que se encontró en el hostal de la localidad, que previamente le habían pedido visitarlo de manera infructuosa. Estos provocarán sus sospechas, pero en última instancia se erigirán como sus aliados cuando la situación se complique en su primera velada en su nueva función, ya que ambos serán un oficial de marina –Jim Pearce (Ian Hunter)- y una pizpireta agente de Scotland Yard –Alice Bright (Binnie Hale)-, con quienes luchará contra lo que de verdad esconde la sobrenatural trama; la actuación de un grupo de saboteadores comandada por la compañía aseguradora.

No cabe duda que lo mejor de THE PHANTOM… reside en sus primeros minutos. Desde la aparición casi fantasmal de un ser que emerge con el brazo en alto en señal de auxilio, surgiendo desde una de las puertas del faro –todo ello mostrado sobreimpresionando sus títulos de crédito-, en dicho episodio inicial encontramos lo mejor que hasta entonces brindaba el cine de Powell. La fisicidad quedará demostrada en los planos iniciales del discurrir de un tren por escarpados barrancos. Será el trayecto que realizará el protagonista hasta trasladarse a una localidad que parece detenida en el tiempo. Ese encuentro con una mujer ya veterana que habla con idioma gaélico y no domina el inglés, o los instante que inciden en la fisicidad del paisaje rural, en el que la impronta del mar, la labor de sus pescadores y las inmediaciones, ofrecen un marco que adquiere esos rasgos que Powell adoptaría en obras posteriores de manera más equilibrada. En cualquier caso, ya es bastante para un relato de poco más de setenta minutos de duración, que justo es destacar pierde buena parte de su interés cuando su argumento se inclina hacia el predominio de unos diálogos chuscos y unos personajes estereotipados y carentes de la más mínima entidad. En ese sentido, hay que consignar las escasas pretensiones que ofrece una propuesta que se sobrelleva mejor cuando se apoya en cierta vertiente humorística –el personaje de la servidora del hostal-, las secuencias en las que se muestra ante Alice al hermano del asesinado –denominado por arrebatos de locura- atado en un camastro del faro-, o en los diálogos socarrones establecidos entre el nuevo responsable del faro y su rústico ayudante. Son elementos que ayudan a hacer llevadero un relato en el que se detectan esos servilismos teatrales, que de alguna manera se contradicen con la fuerza física que emanan de sus mejores momentos. Así pues, nos interesará menos los rasgos de extraño vodevil emanados de las aventuras y sinsabores vividos por los protagonistas en el interior del enorme faro, que la poderosa imaginería exterior que emana del mismo, la ya señalada fisicidad de los avatares de las lanchas y barcos que lo rodean aquella noche, las ocasiones en las que Powell se atreve con una planificación entrecortada –como en la secuencia en la que el buque está a punto de encallar, animado por la falsa iluminación y el sabotaje provocado en el faro-. Serán todos ellos aspectos que sin resultar en exceso destacables, emergen con facilidad de una base teatral que –como sucedió a tantas y tantas otras propuesta de su época- aparecen hoy totalmente envejecidas. Tampoco era cuestión de pedir peras a un olmo, en un film pequeño y casi familiar que adquiere casi ocho décadas después de su realización un interés suplementario, más allá de los escasos atractivos de su material de base, al detectarse en su resultado esos elementos de personalidad que, justo es reconocerlo, el propio Powell sabría transmitir con mucha mayor contundencia pocos años después, incluso antes de su asociación con Emeric Pressburger, formando juntos el atractivo dúo The Archers. En definitiva, que había en él madera de un interesantísimo y, sobre todo, personal hombre de cine que, de alguna manera, nos compensa con las limitaciones y servilismos existentes en el discurrir de la propuesta que albergará en sus manos.

Calificación: 2

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