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CINEMA DE PERRA GORDA

ALEXANDER’S RAGTIME BAND (1938, Henry King)

ALEXANDER’S RAGTIME BAND (1938, Henry King)

No voy a intentar engañar a nadie diciendo que he sido en algún momento de mi vida seguidor de los musicales promovidos por la 20th Century Fox. Si de antemano subrayo el hecho de mi escaso apego por el género en líneas generales, lógico será señalar que me interesaban –y pocos he contemplado- tan poco las apuestas protagonizadas por Alice Faye, Don Ameche, como, por otra parte las que, procedentes de la RKO, protagonizaban Fred Astarie y Ginger Rogers –por más que estas gocen de mayor aureola mítica, y alguna de ellas sea más o menos aceptable-. Estamos en un periodo en el que el musical aún no logra erigirse dentro de unos códigos genéricos que permitieran que pese a sus –generalmente- inevitables convenciones, pero al mismo tiempo otorgaran al mismo su carta de naturaleza. Pese a esas prevenciones que mantenía de antemano, he de admitir que al visionar ALEXANDER’S RAGTIME BAND (1938), cualquier aficionado más o menos avezado, debería tener la confianza que le proporcionaba el estar firmada por un director como Henry King, al cual estimo que el paso de los últimos años está empezando a proporcionársele el merecido prestigio de ser uno de los grandes de Hollywood. No voy a decir que el entonces joven director se encontraba en un buen momento de su obra, puesto que en la misma no se detectan vaivenes, sino la simple adaptación a adelantos técnicos –la presencia del color, el uso de los nuevos formatos de pantalla, etc…- que fue incorporando a una amplia filmografía que siempre -tan solo se le conoce una excepción con uno de sus últimos títulos. THIS EARTH IS MINE (Esta tierra es mía, 1959), firmada para la Universal-, estuvo integrada dentro de esa 20th Century Fox que dirigió el gran Darryl F. Zanuck, que siempre tuvo en King a su realizador predilecto. Dada la homogeneidad en la calidad de su andadura, la película que comentamos se encuentra inserta dentro de un ámbito temporal que se entroncaba entre grandes producciones que englobaban en su metraje la mezcla de diversos géneros, hasta erigirse como una prolongación de mixturas que, en el fondo, se planteaban como aquellas muestras de Americana que ya King había ejercitado en el periodo silente, y tendrían su prolongación en estos años con títulos como LITTLE OLD NEW YORK (El despertar de una ciudad, 1940) o  la previa IN OLD CHICAGO (Chicago, 1937). Es por ello que aquellos espectadores –me temo que muy pocos- que se hayan familiatrizado con estos títulos, encontrarán las considerables similitudes de estilo que albergan con el que comentamos, que en esencia narra la andadura a lo largo del tiempo, de la banda de comandó el joven Roger Grant –apodado como Alexander a partir de la partitura inicial que interpreta, y encarnado con enorme galanura y eficacia por un joven Tyrone Power-, a lo largo del tiempo, desde sus inicios en San Francisco, donde este estaba cursando estudios de música clásica, hasta convertirse en una auténtica estrella a nivel mundial, mediando entre ello la ruptura provisional de la banda, su condición de voluntario en la I Guerra Mundial, los conciertos que realizará en Europa que servirán para renacer en él su vocación musical, o los devaneos sentimentales con Stella Kirby (Alice Faye), la cantante del grupo, con la que desde el principio desarrollará una relación hostil, que muy pronto revelará una sólida ligazón entre ambos.

En realidad, lo cierto es que lo que importa en el film de King no es lo que se cuenta –por más que el guión de Lamar Trotti sea impecable-, sino la capacidad del realizador por saber solventar cualquier elemento más o menos trillado ya en aquella época, imbricándose en una realización serena, ágil cuando la ocasión lo requiere –, los planos iniciales, en los que muy pronto nos internaremos en la atracción del grupo de músicos amigos por ese swing que nunca han conocido, ese instante en el que la ruptura de un tambor simboliza la de la banda tras el conflicto interno vivido por sus componentes-, con un montaje espléndido, una reconstrucción de época impecable y, sobre todo, un tratamiento de sus personajes revestidos de humanidad. Nunca está de más señalar que Henry King formaba parte de ese grupo de directores de aquel tiempo –como Ford, Borzage, McCarey, Stahl…- que amaba a las criaturas que poblaban sus películas, intentando incluso suavizar y comprender acciones que nos pudieran parecer negativas a primera instancia. En esta ocasión, con sutileza nos mostrará el rechazo de los familiares y tutores de Alexander por el nuevo rumbo que ha tomado su vocación musical. Los recovecos de la actividad de estos están provistos de un vitalismo que, por momentos, parece adelantarnos el de SINGIN’ IN THE RAIN (Cantando bajo la lluvia, 1952. Stanley Donen & Gene Kelly), su metraje apenas acusa bache alguno en su trazado, sabe introducirse en el marco social y la evolución que marca el paso del tiempo desde el inicio de la acción –ese San Francisco que es mostrado en lugares humildes, hasta ese Carneggie Hall en el que culmina la película-. Sin embargo, si algo hay admirable en ALEXANDER'S RAGTUIME BAND –en donde además la presencia de canciones y números musicales no se me antoja en exceso chirriante, y aparecen mucho más integradas que en los títulos coetáneos protagonizados por el ya señalado tandem formado por Astaire y la Rogers, es la capacidad que demuestra un maestro del cine como ya era Henry King, a la hora de describir emociones casi en un instante. Solo cabría citar tres ejemplos concretos para avalar dicho enunciado, y que se sobreponen a las convenciones que –inevitablemente- marcan los equívocos y situaciones marcadas con el paso del tiempo en la relación entre Alexander y Stella. Uno de ellos –quizá el más memorable-, sean esos planos / contraplanos que, en pleno concierto, se dirigen la cantante y el líder y director de la banda, donde delante del público y abstrayéndose de la actuación, ambos comprenden que se encuentran enamorados. Otro sería la secuencia –de sorprendente modernidad-, en la que Charlie (un eficaz Don Ameche), que se ha casado con Stella durante la ausencia europea de Alexander, comprende que ella en el fondo sigue amando a este, y le propone con enorme sensibilidad la disolución de su matrimonio. Finalmente, no podría dejar de resaltar la original manera que King ofrece a la hora de concluir la película, a través de un recorrido en taxi –conducido por un John Carradine aún no convertido en estrella dentro del ámbito de los secundarios-, por parte de una muchacha que en el fondo desea reencontrarse con el hombre que siempre ha amado, pero del que teme ser rechazado -él le propuso antes casarse sin saber que estaba ya ligada en matrimonio con Charlie-, escuchando por la emisora de radio el concierto triunfal que este está realizando en el Carniggie Hall –en el que incluso los familiares del protagonista olvidarán su rechazo inicial, ocupando emocionados uno de sus palcos-, buscando inútilmente entrar en el concierto –las entradas se encuentran agotadas, y quedando rendida cuando escucha las palabras que Alexander señala antes de interpretar es canción que, años atrás, sirvió para darles a conocer, iniciando un amor que quizá solo el orgullo impidió desarrollar en toda su plenitud. Es por ello, por lo que su realizador opta por concluir la película con una sorprendente sobriedad, sin duda buscando el contraste y esa serenidad que los dos amantes, en la música y en la vida, debieron asumir desde el primer instante en el que se conocieron. Una vez más, sorteando no pocas convenciones, Henry King demostró ser un primerísimo cineasta.

Calificación: 3

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