Blogia
CINEMA DE PERRA GORDA

WILSON (1944, Henry King) Wilson

WILSON (1944, Henry King) Wilson

Enormemente popular en el momento de su estreno –recibió diez nominaciones a los Oscars de aquel año, de las cuales cinco se convirtieron en estatuillas- WILSON (1944, Henry King) ha sufrido desde entonces el injusto influjo del olvido. Una injusticia que aún no ha permitido volver a reconocer el cúmulo de cualidades que definen una auténtica superproducción de ese extraordinario Tycoon que fue Darryl F. Zanuck. Virtudes que van desde la complejidad con que se plantea la biografía de Woodrow Wilson, presidente de los Estados Unidos a partir de 1921, y principal promotor de la Comunidad de Naciones, que puso fin a la I Guerra Mundial. A ello, que duda cabe, hay que añadir la sensibilidad que adquiere la puesta en escena de un inspirado Henry King, que tomando de la mano un material de base ofrecido por el espléndido Lamarr Trotti, logran ambos trascender una propuesta que en su estructura debía ir encaminada a la elaboración de un biopic más o menos delimitado. Pero por encima de dichos límites, el film de King se establece como una de las parábolas más cristalinas y aceradas que sobre la manera de entender la política en su país, estableció el cine USA en aquella década. Con todos estos ingredientes, un esfuerzo de producción magnífico –que se plasma y adquiere su máximo esplendor en una escenografía realmente extraordinaria, un reparto espectacular y una fotografía en color sencillamente asombrosa, obra de Leon Shamroy y en la que Richard Müeller colabora como asistente-, se desarrolla una película que en sus dos horas y media de duración –que jamás ofrecen un lastre en el ritmo-, constantemente da la impresión de ofrecer una visión “a la contra” de la andadura política de un hombre prominente. Una mirada a partir de la cual se logra establecer un recorrido sobre la vida norteamericana de principios del siglo XX. Sin embargo, cuando aludía a esa visión contraria a lo que cabría esperar de una producción de estas características, me estoy refiriendo a las claras intenciones de los responsables del film, de apostar por una mayor presencia del relato intimista, por la mirada pudorosa y sensible, que sin desdeñar la progresión de la singladura política del protagonista –encarnado con convicción por Alexander Knox-, se inclina decididamente por un relato que apuesta por la cotidianeidad, por lo sencillo, definiéndose progresivamente como un insólito exponente del género Americana –vertiente en la que Henry King ofrecería a lo largo de su carrera, algunos de sus títulos más notables-.

 

Dentro de estas coordenadas se desarrolla el recorrido vital del protagonista, a partir de su experiencia como catedrático de la Universidad de Princeton cuando, en 1910, este recibe el inesperado ofrecimiento de un influyente grupo de senadores para presentarse como gobernador de New Jersey. Será el inicio de una fulgurante carrera que le permitirá muy pronto dejar entrever una singular y sincera personalidad, y que un par de años después supondrán para él ser elegido presidente de los Estados Unidos. Sin embargo, la película no recaerá en lo que pudiera resultar arquetípico en este tipo de relatos. La elipsis será un recurso que servirá para obviar numerosos episodios que otro realizador sin lugar a duda hubiera tomado como referentes, y en su lugar la película abordará un sendero bifurcado, en el que combina la crónica más o menos conocida, con el apunte intimista y finalmente sincero. El hombre y el mito se darán de la mano en un relato en el que se tratarán los años en que el protagonista alcanzó su importancia en la vida política de su tiempo, con la honestidad de plantear su carrera sin obviar aquellos elementos que el destino le brindó de forma accidental. Es en dicha vertiente donde podremos insertar la nominación que de forma casi desesperada e imprevista recibió del partido demócrata, la relativa inutilidad que propició su inicial rechazo a la presencia de USA en la I Guerra Mundial –que fue el elemento que permitió su ajustada reelección- o el rechazo que finalmente recibió el logro que mayor empeño impulsó a lo largo de su vida –la Liga de Naciones-, y que prácticamente fue el que favoreció un enorme desgaste físico que definió sus últimos tiempos como presidente estadounidense –sufrió una parálisis que le obligó a mantenerse en una silla de ruedas-, hasta concluir en el fracaso implícito que supuso la elección posterior de su sustituto republicano, lo que equivalía a un rechazo de los votantes a su propuesta.

 

Esa mirada ligada a su trayectoria como estadista, es la que bajo mi punto de vista proporciona a WILSON un alcance de film político. En su metraje podremos ver elecciones interesadas de candidatos –la que propicia la suya propia como gobernador, por medio de un grupo de senadores que ven en él un candidato con tirón popular y al mismo tiempo fácilmente manejable-, la arbitraria elección que puede ofrecer la convención de un partido –en donde fácilmente se puede variar el sentido del voto en función a oscuros intereses, además de verse acompañada de grotescas exhibiciones de animadores y bandas musicales-, la arbitraria falsedad que preside la labor política –en la que una labor de oposición casi nunca reviste más interés que el meramente estratégico...-. En definitiva, toda una serie de planteamientos y situaciones que no eran demasiado habituales en el cine norteamericano de aquellos tiempos –quizá en dicha década habría hacer la excepción de dos títulos emblemáticos como CITIZEN KANE (Ciudadano Kane, 1941. Orson Welles) y la posterior ALL THE KING’S MEN (El político, 1949. Robert Rossen), más ligados a plasmar los vericuetos del poder- no impide que valoremos el título que nos ocupa, ubicándolo en esta vertiente como un auténtico precursor de este cine con temática política que tuvo su exponente más rotundo con ADVISE & CONSENT (Tempestad sobre Washington, 1962. Otto Preminger), extendiéndose en títulos como THE BEST MAN (1964. Franklin J. Schaffner).

 

Pero si hay un elemento que, bajo mi punto de vista, reviste un especial interés en el film de Henry King, es la importancia que en la vida política de Wilson revestirán sus dos mujeres. Con la consustancial sutileza del cineasta, más allá de comprobar como el protagonista va elaborando su círculo político en base a las personas que le han rodeado en su trayectoria personal –incluido su periplo universitario, de donde logrará varios de sus colaboradores más directos-, desde el primer momento sus dos esposas supondrán para él su principal sustento y motivo de inspiración y reflexión. Será sin duda esta circunstancia, comprensible en un hombre reflexivo y sensible, donde se puede detectar uno de los rasgos más singulares de la película, al tiempo que buena parte de los momentos más intensos, sensibles e incluso conmovedores del relato. Entre ellos, no se puede por menos dejar de destacar el instante –apenas un plano medio fijo-, en el que su primera esposa –Ellen (Ruth Nelson)-, se acerca a él, teniendo como fondo la vista del exterior, y pronunciando con contagiosa sencillez; “… presidente de los Estados Unidos”. Su personaje y la interacción con Wilson, proporcionarán algunos de los instantes más emotivos de la película, especialmente centrados en el episodio que concluirá con el prematuro fallecimiento de esta –que será mostrado de manera elíptica con un hermoso travelling de retroceso, descrito a través del ramo de luto que se encuentra en la puerta de la Casa Blanca-. A partir de la desaparición de su fiel compañera, Wilson entrará en una crisis emocional, de la que logrará extraerle la relación que mantendrá con Edith Bolling (Geraldine Fitzgerald), que finalmente se convertirá en su segunda esposa –aún poniendo en peligro su reelección como presidente, en un detalle revelador de un puritanismo aún presente en nuestros días en la clase política USA-. Con ello, demostraría nuevamente la dependencia que la mujer ejerció en la vida de este hombre idealista y de principios, que en aquellos tiempos tensos de una Norteamérica que miraba de reojo un conflicto mundial en el que finalmente tuvieron que intervenir, tuvo que sortear el desempeño de su integridad, dentro de un contexto siempre complejo y lleno de espinas.

 

Un recorrido en el que Henry King logró llevar a buen puerto en un proyecto en el que se adivina la mano diestra de Zanuck, y que logró imprimir de singularidad al haber logrado sortear los riesgos del biopic, en beneficio de un relato complejo y atractivo a varios niveles, que alberga otro excelso momento cinematográfico en ese contrapicado en plano general que mostrará la soledad del presidente dentro de la magnificencia del salón de la Casa Blanca, tras haber expulsado al embajador alemán, que se presenta ante él con exigencias intolerables. Es probable que personalmente uno quepa preferir otros títulos de Henry King en los que quizá logró articular con mayor perfección esa dualidad entre el intimismo y la gran producción. En este sentido, no puedo negar que pese a sus excelencias, confieso que los dos fragmentos que muestran secuencias de filmaciones documentales relativas a la participación americana en la I Guerra Mundial, creo que suponen una pequeña ruptura en el equilibrio del relato. Sin embargo, estamos ante un título que ha logrado mantener su interés pese al paso de más de seis décadas, y que quizá no ha encontrado equivalencia en su valoración desde el enorme éxito de su estreno, hasta el desconocimiento que actualmente existe en torno a él. Bueno será rectificar en torno a ese olvido.

 

Calificación: 3’5

0 comentarios