BACK STREET (1961, David Miller)
Contemplar una película como BACK STREET (1961, David Miller) –jamás estrenada comercialmente en nuestro país-, presenta para mi una cierta sensación de asistir a un modo de entender el cine ya caduco, y que en el terreno concreto del melodrama, debió concluir en la Universal, cuando Douglas Sirk, decidió repentinamente abandonar la profesión tras su inolvidable IMITATION OF LIFE (Imitación a la vida, 1959). Ante un referente y un logro tan rotundo con este, tan solo cabría elucubrar el camino que hubiera emprendido el realizador alemán de no haberse producido una retirada tan abrupta, partiendo de la base del estruendoso éxito que esta película logró en su momento. Es decir, que a la hora de valorar esta cumbre del melodrama cinematográfico, es lógico separar lo que la película ofrecía en su vertiente argumental –que es lo que en su momento posibilitó tal aceptación popular-, y lo que en ella confluía de evolución y sublimación estética del cine de su autor. Podría ser, en cualquier caso, que el espectador de la época pudiera insertar ambas vertientes en un mismo lote, es el rédito de ventaja que podemos observar en nuestros días. Para ello, nada mejor que acudir a títulos como BACK STREET, con el que el astuto productor Ross Hunter quiso prolongar la estela de éxito de los últimos títulos de Sirk.
Para ello, retomó –una vez más-, un argumento basado en la novela de Fannie Hurst, que ya había filmado en los años treinta también para la Universal el especialista John M. Stahl –BACK STREET (La usurpadora, 1932)-, y posteriormente retomó Robert Stevenson con BACK STREET (Su vida íntima, 1941). En el primero de los ejemplos citados –según referencias- se trata de un auténtico clásico del género, mientras que su remake de los cuarenta, no se tiene en tanta consideración. Sin embargo, en esta ocasión nos encontramos con la demostración palpable de cómo con una base más o menos similar a la utilizada por Sirk, su resultado no puede ser menos atractivo. No estoy hablando, empero, de una mala película, pero sí de un título gris que hace añorar una manera de entender el cine que supo trascender materiales de derribo, sobre el que se edificó, título tras título, una clara demostración de las intrínsecas propiedades del lenguaje cinematográfico. Cierto es que no todos los melodramas firmados por el alemán en aquellos años lograron similar nivel de calidad. Sin embargo, es a través de la cartesiana grisura de BACK STREET –versión 1961-, con la que podemos por un lado contraponerla con el arrojo, barroquismo e inventiva visual con la que Sirk logró trascender su cine, y al mismo tiempo apreciar como un género como el melodrama no se podía enfrentar ya en pleno cine moderno de la manera en la que lo plasmó en esta ocasión el siempre tan correcto como escasamente inspirado Miller –quien sin embargo, poco tiempo después, ofrecería el mejor título de su filmografía, debido fundamentalmente al hecho de partir de unos elementos de base y de producción notables-, asumiendo un argumento que exige exceso, y en todo momento se inserta en unos límites de corrección dramática que, en este caso, no sientan demasiado bien a su conjunto.
La verdad es que lo que más me atrae de la película –más allá de reconocer que se trata de un producto entretenido y que se degusta con relativa placidez-, es la manera con la que en los primeros minutos se logra entrelazar la vida de sus dos protagonistas. Rae Smith (Susan Haward) es una joven diseñadora de moda deseosa de triunfar en su profesión, que de manera casi inesperada verá ligada su vida a la del joven militar Paul Saxon (John Gavin). Una vez finalizada su condición de voluntario se dispone a regresar a su entorno habitual –se trata del heredero de una cadena de almacenes-, y el destino le verá repentinamente unido a Rae, a la que incluso ayudará a zafarse de un presunto cliente de la misma que solo se muestra deseoso de mantener contacto carnal con ella. La manera con la que Miller muestra el reiterado reencuentro de ambos personajes –el uso de atractivos planos de grúa que los une en el recibidor del aeropuerto y en las dos habitaciones contiguas-, además del alcance de comedia que ofrecen dichas secuencias, suponen sin duda un atractivo inicio para una película, en la que quizá puedan sobrar las forzadas sonrisas de John Gavin. Ese mismo nexo de unión será, personalmente, el elemento que más valoro en esta extraña relación que, a lo largo del tiempo y la contrariedad del entorno de ambos enamorados, permitirá que su unión se mantenga, se distancie y se vuelva a establecer, de una manera caprichosa y dominada por el destino. A partir de esa premisa, lo cierto es que pese al demostrado empeño de Miller por imitar algunos elementos prestados del cine de Sirk –los reflejos en los espejos, su look fotográfico, la importancia de la inserción de conocidos temas de música clásica en los instantes en apariencia más intensos-, BACK STREET es una película que se paladea y olvida con la misma facilidad. Falta en ella el único camino posible para que su planteamiento funcione con la debida precisión; la emoción. Una emoción que solo podría ser expresada con una intensidad dramática que se encuentra ausente de una propuesta que lo intenta en algunos momentos, pero que bajo mi punto de vista solo lo alcanza en su secuencia final –ese reencuentro de los hijos de Saxon con la amante de su padre, prácticamente imposible de creer en una mente racional, pero efectivo como tal conclusión melodramática-. Al margen de ese instante, la película parece discurrir sin garra ni fuerza, integrando personajes que casi parecen descritos con los trazos de la caricatura –la casquivana esposa de Saxon, el jefe de Rae que encarna el veterano Reginald Gardiner-, dejando de lado momentos que cabría acentuar por su intensidad, utilizando en exceso la elipsis, y no dominando con demasiado acierto el registro de comedia sentimental.
Junto a ello, es evidente que con su pareja protagonista se corrió no poco riesgo, al utilizar a una Susan Haward inclinada a registros más extremos, dentro de un personaje dominado por la contención. No puede decirse que ofrezca un mal trabajo, aunque su registro no sea el más adecuado para un argumento que pedía carne y ofrece comida de régimen. Unamos a ello el desajuste de Gavin –un buen galán al que Sirk solo aprovechó precisamente potenciando su inexpresividad y acentuando su atractivo pasivo-, y con ello llegaremos a secuencias teóricamente tan intensas como la que sucede al accidente de este y su mujer y su llamada in extremis a Rae, que en su plasmación en la pantalla estarán a punto de rozar el ridículo. Decididamente, el melodrama cinematográfico de la Universal debió concluir cuando Sirk decidió abandonar sus tareas como realizador. Curiosamente, el propio promotor de esta manera de entender el género –Ross Hunter-, entendió el artificio que había creado, cuando unos cuantos años después planteó una auténtica parodia de este subgénero en la divertida comedia musical THOROUGHLY MODERN MILLIE (Millie, una chica moderna, 1967. George Roy Hill), en la que por cierto el propio Gavin accedió a parodiar su propio personaje.
Calificación: 1’5
2 comentarios
solange -
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