GREEN FOR DANGER (1946, Sidney Gilliat)
Viendo títulos como estos, con sus hallazgos y logros, también con sus limitaciones y defectos, es cuando uno aprecia y admira el poderoso nivel medio de ese cine británico que con tanta saña e injusticia fue y sigue siendo atacado por la crítica especializada. Como un lugar común extendido cual mancha de aceite pegajosa y pertinaz, parece que solo se pueda destacar del cine inglés de los años cuarenta y cincuenta, la sacrosanta producción de la Ealing –interesante y con algún título magnífico, aunque muchos otros representativos de ese nivel medio que en otro ámbito se desdeñan-, ciertos exponentes primerizos firmados por David Lean, o la reciente valoración de la aportación de Powell & Pressburger. Bueno es que al menos tengamos algunos referentes valiosos… pero hay muchos más. Y muchos en los que quizá no cabría destacar una calificación de extraordinarias cualidades, pero en las que se observa ingenio tanto a nivel argumental como técnico, o en las tareas de realización. Destellos y virtudes más o menos valiosas destinadas a un producto de entretenimiento, que desgraciadamente no han encontrado aún su necesaria vindicación. Siempre he sido un fervoroso convencido de la existencia de numerosos títulos que se pueden definir dentro de estas características, y que incluso la propia crítica anglosajona tampoco ha sabido destacar de manera convincente. En este sentido, me ha dado la impresión de que este conjunto de comentaristas suelen arrastrar una injusta autoconciencia de culpa y que, al contrario que sus vecinos franceses, nunca han sabido apreciar en demasía las nada desdeñables cualidades de su cine, bajo mi punto de vista uno de los más valiosos de entre los existentes en Europa.
Dicho esto, creo que un título de las características de GREEN FOR DANGER (1946), ejemplifica a la perfección este conjunto de interesante producción media, al tiempo que nos puede dar la medida del tandem formado por su realizador –Sidney Gilliat- y el también ocasional director Frank Launder, produciendo ambos numerosos títulos bañados de no pocas virtudes, y herederos ambos de esa tradición de cine policiaco y de misterio, que tiene en dicho país el referente de las apuestas de Alfred Hitchcock en la década de los años treinta –en algunos de cuyos títulos colaboró el propio Gilliat-. Ese modelo de producción, que mezclaba a partes iguales el misterio y ciertos toques de comedia típicamente british, está bien presente en una singular propuesta que se relata a modo de flash-back, a través del memorando dictado por el inspector Cockrill (la presentación cinematográfica de Alastair Sim), que al tiempo que a modo de relato en off, nos situará en el insólito escenario de un hospital de guerra ubicado en una pequeña población inglesa en los últimos estertores de la II Guerra Mundial. En un entorno tranquilo y solo matizado por esas potentes bombas que estallan tras unos segundos en silencio –un detalle muy divertido-, se producirán una serie de extrañas situaciones –y posteriormente asesinatos-, que nos adentrará en la extraña y contradictoria personalidad de los operarios del mismo. De dicho punto de partida, hay que reconocer que la película ofrece un retrato muy preciso de este reducido conjunto de caracteres, logrando indagar en los elementos oscuros que se esconden bajo su aparente y constante servicio médico, y que incluso en su propia competitividad tejen una densa red de enfrentamientos y desconfianzas entre ellos. Será este, sin duda, uno de los logros de una película que, bajo mi punto de vista, alcanza en la primera mitad de su metraje unos tintes casi ejemplares, puesto que a esta ya señalada capacidad de introspección psicológica, ofrecerá una precisa descripción de la cotidianeidad de la vida rural inglesa en pleno periodo bélico, aportando incluso pistas falsas que pudieran introducir elementos de presencia nazi entre los protagonistas de la función. No será así, pero en estos cuarenta minutos iniciales, el film de Gilliat combina esa capacidad de penetración psicológica, logrando establecer un microcosmos de recelos mutuos en el reducido personal del improvisado centro hospitalario, acentuado con la pericia cinematográfica demostrada a la hora de plasmar este cuadro humano. Y esa capacidades expresadas en su planificación, tendrán dos epicentros especialmente marcados. Dos auténticas y espléndidas set pièces, que permiten a mi juicio los momentos más elevados de la función. Uno de ellos será la angustiosa secuencia de la operación del cartero Higgins, y posteriormente el considerable fragmento que se desarrolla en la fiesta que celebran todos los lugareños. Será una larga secuencia en la que se plasmarán de forma casi incómoda para el espectador, el cúmulo de humillaciones e hipocresías que están desarrollados entre los dos doctores implicados –interpretados por Trevor Howard y Leo Genn-, la joven encarnada por la estupenda Sally Frey, que duda entre su amor con el primero o inclinarse hacia el segundo, o la enfermera despechada por el rechazo del segundo, y que no dudará en hacerse notar anunciando que tiene las pruebas que permiten pensar que la muerte de Higgins se ha debido a un asesinato. Craso error. Huyendo despavorida y despechada de la fiesta, se internará por los exteriores boscosos en plena noche –un bello travelling lateral acentuará el peligro y el alcance inquietante de la acción, en una breve secuencia digna de I WALKED WITH A ZOMBIE (1943) o THE LEOPARD MAN (1943), ambas de Jacques Tourneur-. Tras un breve y accidental encuentro con el doctor que interpreta Leo Genn, volverá a la enfermería con la intención de recuperar las pruebas. Allí el terror de la situación llegará al paroxismo, con la presencia de un asesino que acabará con su vida. Instante memorable de tensión y cenit de la película, que ya jamás alcanzará en su segunda mitad ese espléndido grado de suspense terrorífico. Y es que la segunda mitad de GREEN FOR DANGER tendrá como eje la investigación detectivesca del citado Cockrill que, como si fuera un cercano Hércules Poirot, demostrará sus capacidades detectivescas, dominando en el relato los servilismos a la tan recurrente premisa de “quien es el asesino”. Por fortuna, sin evitar la dependencia de dicha artificiosa premisa típica del suspense más convencional, la película discurrirá por la incorporación de constantes y sutiles elementos humorísticos, centrados en las observaciones y averiguaciones del inspector, que al tiempo que contribuyen a hacer llevadera esta parte final, proporcionan al relato en ocasiones elementos casi insospechados. Es por ello que finalmente nos interesará bien poco quien es el asesino o las motivaciones de dichos crímenes, pero nos divertiremos al comprobar como Cockrill interpela a la pareja de amantes formada por Leo Genn y Sally Grey en plena noche, completando los recitados del primero, o como en su alejamiento del lugar deja al descubierto la ridícula presencia escondido del otro doctor, amante rival de la joven, los comentarios en off que sirven como complemento del relato, o la insólita y cotidiana conclusión del film, en la que el sagaz inspector no solo no tendrá que llevar a sus espaldas una muerte que indirectamente ha provocado, sino que incluso reconocerá que su labor ha sido un fracaso, escondiéndose infructuosamente ante el anuncio de una de las bombas que puntean la cotidianeidad rural del entorno, y que finalmente resulta ser el sonido inoportuno de una bicicleta.
Impecablemente ambientada, iluminada e interpretada, magnífica en su primera mitad y con interés más menguado en su segunda parte, lo cierto es que pese a todo el film de Gilliat es un producto realizado sin pretensiones pero con innegable convicción y profesionalidad, que mantiene inalterable su moderada pero atractiva eficacia.
Calificación: 2’5
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