FORTUNE IS A WOMAN (1957, Sidney Gilliat)
Cuando Sidney Gilliat asume el rodaje de FORTUNE IS A WOMAN (1957) -responsabilizándose igualmente del guion junto a su inseparable compañero Frank Launder-, a partir de una novela de Winston Graham -el autor de ‘Marnie’- adaptada por Val Valentine -habitual colaborador del tándem-, puede decirse que la singladura de la pareja de colaboradores, y su reiterada fórmula de títulos que combinaban suspense e ironía, estaba dando ya sus últimos frutos. No quiere ello decir que su obra previa fuera deslumbrante, ni que el título que comentamos carezca de interés. Simplemente, es preciso reconocer que el cine británico, se estaba ya encaminando a una renovación formal y temática, a la cual quizá Gilliat y Launder, como otros muchos hombres de cine de su tiempo, les había pillado con el pie cambiado.
Sea como fuere, nos encontramos con una apreciable, aunque un tanto decepcionante propuesta de intriga, que tiene la mala suerte de ir de más a menos, con lo que ello comporta de ver defraudadas determinadas expectativas. Y es que FORTUNE IS A WOMAN, dispone de una hipnótica secuencia pregenérico, propia de la mejor película de terror de herencia expresionista que, al tiempo que resultará muy reveladora del argumento que vamos a contemplar, propone al espectador un schock, particularmente inquietante, contemplando de inmediato que se trata de una pesadilla de su protagonista. Este es Oliver Bramwell (un entonado Jack Hawking, aunque totalmente miscasting en su elección, al resultar demasiado mayor, para aparecer tan atrayente a jóvenes mujeres). Se trata de un respetado profesional de los seguros, capaz de las misiones más complejas en torno a dicho ámbito, que nos relatará él mismo, mediante una ajustada voz en off. Uno de los cometidos, será acudir a una mansión victoriana, de la cual son responsables los Moreton. Hasta allí se desplazará nuestro protagonista, para comprobar los desperfectos producidos por un pequeño incendio, que ha llegado a dañar parcialmente un viejo lienzo. Allí será recibido por el dueño de la mansión; Tracey Moreton (Dennis Price), su viejo consejero Clive Fisher (Ian Hunter)… y también la mujer del primero; Sarah (Arlene Dahl). El encuentro asombrará al agente de seguros, puesto que ella fue prometida suya cuando se conocieron durante la Guerra de Corea, rompiéndose el contacto, hasta que ella se casara con Tracey.
Oliver intentará reavivar su contacto con Sarah, aunque en todo momento esta se muestre renuente, rompiéndose finalmente todo contacto, hasta que otra misión profesional, que le pondrá en contacto con una divertida ninfómana, aparecida en otros momentos del metraje, a modo de soporte de comedia, le hará encontrar una pista en un lienzo que se encontrará durante dicha visita, intuyendo que el incendio que tasó, en realidad fue algo amañado, basado en falsificaciones. Empeñado en ratificar dicha teoría y, al mismo tiempo, en el fondo molesto por el elegante rechazo recibido por Sarah, visitará la vieja edificación de noche, sabiendo que unas obras la han deshabitado temporalmente. Si hasta ese momento, la fluidez argumental y narrativa había presidido el film de Gilliat, combinando a la perfección el irónico relato de su protagonista, con la sucesión de diversas situaciones, algunas de ellas dominadas por la ironía -sobre todo relativas al de ese actor, encarnado por un Christopher Lee pre Dracula, reacio a reanudar su rodaje, debido a un moratón en un ojo-, lo cierto es que el episodio de la visita nocturna de Bramwell, romperá cualquier expectativa previa, apareciendo por completo aterrador, superando incluso superando la inquietud que nos había producido el ya descrito pregenérico. Un bloque dominado por una acumulación de situaciones, la oscuridad del interior de la mansión, la impactante aparición de un cadáver, el sonido asmático de alguien al que el aterrorizado protagonista no llegará a contemplar, la propagación de un incendio, que finalmente destruirá la imponente edificación… Unos minutos absolutamente magistrales, que al mismo tiempo introducirán al afianzado agente de seguros en una insondable pesadilla, e invitarán al espectador a asistir a un título apasionante que, por desgracia, nunca llegará a concretarse como tal.
Lo cierto es que, a partir de ese fragmento, FORTUNE IS A WOMAN nunca recuperará ese nivel. Su devenir argumental se centrará en la más que angustiosa situación en la que se verá envuelto Bramwell, en la medida que deberá ocultar tanto a sus superiores como a la propia policía, la experiencia vivida, dada la facilidad con la que podría ser implicado en la misma, al tiempo que irá aumentando su creciente recelo hacia Sarah -apareciendo incluso una nueva, y un tanto ridícula pesadilla, surgida de su mente, en la que esta tendrá un notable protagonismo-, que recibirá una indemnización de 30.000 libras, por parte de la compañía de seguros en la que este trabaja. Todo cambiará cuando, en un posterior e inesperado encuentro entre ambos, nunca deseado por parte de Oliver, pero en el que, no obstante, creerá en las explicaciones de Sarah, reanudándose su amor, hasta entonces soterrado, hasta el punto de que ambos lleguen a casarse. Todo en principio aparecerá de fácil resolución, teniendo la pareja la intención de devolver la prima del seguro antes señalada, para saldar cualquier posible irregularidad. Sin embargo, aparecerá un oscuro personaje, con la intención de apoderarse de la mitad de dicha cantidad, mientras que las investigaciones policiales, y también de la compañía de seguros, irán cercando al ya recién casado.
En realidad, toda esa sucesión de incidencias, con ser llevadas y tratadas con relativa eficacia, en todo momento llevarán la sombra de ese clímax inserto al culminar la primera mitad del relato, permitiendo que las expectativas del espectador, aparezcan superiores a las que finalmente ofrece la película. Es cierto que se irá planteando un sendero de cierta angustia en torno a la pareja protagonista, dentro de la ortodoxia de todo relato de intriga, proponiendo dos conclusiones en torno al mismo, igualmente decepcionantes, y carentes de ese pathos que, a tenor de lo contemplado a mitad de metraje, propone la película de Gilliat. Justo es reconocer la atractiva atmósfera que describe su cortante planificación y, sobre todo, la oscura iluminación en blanco y negro que brinda Gerald Gibbs pero, al mismo tiempo, destacaremos lo poco aprovechado que aparece el inicialmente inquietante personaje de la anciana mrs. Moreton (Violet Farebrother), o una conclusión acomodaticia, que desmerece en no poca medida, el alcance que, en sus momentos, atesora esta, con todo, apreciable propuesta de intriga.
Calificación: 2’5
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