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CINEMA DE PERRA GORDA

WATERLOO ROAD (1945, Sidney Gilliat)

WATERLOO ROAD (1945, Sidney Gilliat)

Junto a referentes como el que pudieron marcar Michael Powell & Emeric Pressburger, o Basil Dearden y su eterno productor, Michael Relph, o los propios hermanos Boulting, no cabe duda que uno de los más populares tándems del cine británico, fueron el formado por Sidney Gilliat y Frank Launder. En su inspiración y vena creativa, puede decirse que se forjó un tipo de suspense, siempre tamizado por una vena irónica muy propia de la personalidad inglesa, que se fundiría con uno de los más valiosos y seminales exponentes de la trayectoria inglesa de Alfred Hitchcock -THE LADY VANISHES (Alarma en el expreso, 1938)-. Pero de manera paralela, y en no pocas ocasiones, contando con su compañero Launder en su vertiente argumental, Gilliat dirigió, entre 1943 y 1966, un total de trece largometrajes, entre los cuales se encuentra un exponente tan atractivo como STATE SECRET (Secreto de estado, 1950), sin duda la mejor de las seis películas suyas que he tenido ocasión de contemplar.

De entrada, WATERLOO ROAD (1945) -segundo de sus largometrajes como director-, supone una singularidad, tanto dentro de las características de su propio director, como de la productora en la que se inserta la película -la Gainsborough Pictures-. En el segundo caso, su base argumental, narrada en un ámbito muy cercano al tiempo real de rodaje, se aleja por completo de las suntuosas producciones de época del estudio. Mientras que es muy fácil señalar que la vertiente realista de la película, en modo alguno se incardina con esos irónicos relatos de suspense, que caracterizaron no solo los títulos dirigidos por Gilliat, sino también su aporte argumental, en solitario, o con Launder. Por el contrario, nos encontramos ante una pequeña película, que rezuma verismo por los cuatro costados, hasta el punto de proponerse casi como un inesperado precedente de la conocida producción de Ealing Studios. En alguna ocasión, habrá que poner sobre el tapete, la extraordinaria imbricación que mantuvo el conjunto de su cine, hasta el punto que es mucho más fácil de lo reconocido, encontrar una serie de corrientes e hilos vectores, que se fueron prolongando y combinando a lo largo del tiempo.

En esta ocasión, unos títulos de crédito impresos sobre una serie de imágenes documentales del Londres de la reciente posguerra, nos dará paso a la cotidianeidad del Dr. Montgomery (Alastair Sim). En su lento discurrir, pasaremos de la vitalidad de un nudo ferroviario, hasta una arteria obrera, la de Waterloo Road, en la que el médico evocará sucesos del pasado, internándose la película en un flashback que ocupará la casi totalidad de la película, remontándose a inicios de la década de los cuarenta, en plena ofensiva nazi en Inglaterra. A partir de ese momento, en líneas generales, nos encontramos con una pequeña oda al conformismo, planteado en torno a la joven Tillie (Joy Shelton). Casada poco tiempo antes con Jim Colter (John Mills), comprobará como se desvanecen sus sueños de iniciar una vida en común con su marido, lejos del contacto con las familias de ambos, ya que este se reclutará para el combate. Es por ello, que ante su ausencia, esta se dejará seducir por el apuesto, arrogante y trapisondista Ted Purvis (Stewart Granger), propietario de un salón de juego, que no ha dudado en falsificar un parte médico que certifique su imposibilidad de afiliación al frente, y acostumbrado a las conquistas femeninas. Conocedor de esta circunstancia, Jim desertara durante un día, al objeto de contemplar de cerca la situación en la que vive su esposa, al tiempo que plantar cara a Purvis. No obstante, junto a ese deseo inicial, tendrá en todo momento que sortear la incesante búsqueda en torno a su persona, que pondrán en práctica representantes militares.

Con una duración de unos 75 minutos, lo más atractivo, lo más perdurable de WATERLOO ROAD, aparece sin duda en esa sensación de inmediatez que ofrecen sus imágenes, que aún hoy día, casi tres cuartos de siglo después de su rodaje, proporcionan al espectador un aporte de verdad, realmente encomiable. Es indudable que parte de ello proviene de la cruda y contrastada iluminación en blanco y negro propuesta por el posterior realizador Arthur Crabtee, pero en ella se encuentra el aporte de un humilde hombre de cine como Gilliat, que quizá decidió dejar en un segundo término, una historia ya entonces bastante convencional -en la que él mismo ejerció como guionista, tomando como base una historia de Val Valentine, con quien colaboraría en posteriores títulos suyos-, en la que con facilidad se puede intuir la conclusión del relato, por más que el mismo nos sirva una sorprendente conclusión de la citada mirada al pasado reciente -el trío protagonista sufrirá un inesperado bombardeo, dejando a un lado la rivalidad, e incluso la cruda pelea que disputarán Jim y Purvis, para ponerse ambos a salvo-.

A falta de un mayor interés en esta pequeña historia, dejando de lado ese lado moralista con la que culmina la misma, sobre todo en la mirada propuesta por Tillie, pronto arrepentida de su coqueteo con Ted, y con un conjunto quizá preciso, de una superior gama de matices en sus personajes, el film de Gilliat se deja ver con agrado y, en no pocos instantes, con verdadero interés. Hay en su recorrido una mirada desencantada, en un momento de la sociedad inglesa, dominado por la falta de asideros emocionales. Pero, ante todo, sus imágenes destacan por esa ya señalada fisicidad. Algo que podremos sentir con facilidad en sus secuencias de exteriores, y que tendrá su prolongación en las secuencias de interiores, caracterizadas en líneas generales por su asfixiante configuración, y en donde la ubicación de los actores, el uso dramático del montaje, o los propios objetos -los espejos-, contribuirán a lograr esa sensación de cercanía, que a nivel descriptivo propiciará la película. A ello, contribuirá notablemente la humanización de su galería humana, en la que tanta importancia tendrá la impagable galería de característicos presentes, como esos gestos puntuales, que permitirán hacer creíbles sus propias y breves presencias -ese superior que avisa a la madre de Jim, que vuelva a él cuanto antes, ya que sabe que ha estado en la casa de la misma, o ese otro prófugo militar, mucho más prolongado en su actitud, que ayudará al mismo Jim, a la hora de no ser detenido por los superiores-. Es cierto que uno no encuentra en WATERLOO ROAD ese arrojo y densidad que sí aparece en otras producciones británicas de aquellos años. Sin embargo, ello no impide reconocer que nos encontramos ante un testimonio visual de su tiempo, que sigue albergando no pocas cualidades en su modesto trazado.

Calificación: 2’5

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