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CINEMA DE PERRA GORDA

SUDDEN FEAR (1952, David Miller)

SUDDEN FEAR (1952, David Miller)

Para poder apreciar y disfrutar de las cualidades –que las tiene- SUDDEN FEAR (1952, David Miller), previamente habrá que situar las anteojeras bien escondidas, dejando de lado el cúmulo de puerilidades que atesora el guión de Lenore J. Coffe y Robert Smith, basado en la novela de Edna Sherry. Un conjunto de artificios de guión que rozan en muchas ocasiones lo inverosímil, de los cuales podríamos extraer numerosos ejemplos y referencias. No destacaré ninguno de ellos. Antes, por el contrario, es lógico plantear la película como una más de esas propuestas del género de suspense basadas a partir de su planteamiento argumental, en la aplicación de guiones más o menos enrevesados, centrados en la búsqueda de la sorpresa por parte del espectador. Es una tendencia que podrían ejemplificar las posteriores LES DIABOLIQUES (Las diabólicas, 1955. Henri-George Clouzot) en el cine francés, o CHASE A CROOKED SHADOW (Sombras acusadoras, 1958. Michael Anderson) en el contexto del cine británico. En pura lógica, y aunque en su momento no faltaran voces que apelaran a la figura de Alfred Hitchcock, estamos bastante lejos del alcance que el maestro británico aplicaba a su cine –por más que en su obra se registraran asimismo lógicos vaivenes de calidad-, siempre acompañado de elementos, obsesiones, matices temáticos y de puesta en escena, que se encuentran absolutamente ausentes en los títulos que comentamos. De todos modos, tanto las carencias señaladas al inicios de estas líneas, como la ausencia de la hondura presente en el cine de Sir Alfred, o incluso la irregularidad que define el conjunto de SUDDEN FEAR, lo cierto es que, finalmente, el film de Miller se erige como una a ratos atractiva, a ratos inane, y finalmente casi apasionante muestra de suspense puro y físico. No busquemos en el relato sutilezas, connotaciones morales ni una visión del mundo. La película se erige como un engrasado mecanismo de relojería –algo que de alguna manera ya se intuye en sus títulos de crédito-, dejando entrever muy pronto los objetivos que persigue, que no son otros que trasladar al espectador casi dos horas de creciente inquietud y terror.

 

SUDDEN FEAR se inicia de manera muy atractiva. Apenas unos pocos planos nos introducen en las pruebas que se desarrollan en un teatro de Broadway, donde se está realizando el casting de una nueva obra de teatro escrita por Myra Hudson (Joan Crawford). Esta es una rica heredera que no desea vivir parasitáriamente de su fortuna, habiéndose labrado un prestigio como escritora teatral. En dicha selección de reparto, Myra veta la presencia como protagonista de un actor de vigorosa personalidad pero extraño físico, alejado de los cánones de galán. Se trata de Lester Blaine (Jack Palance), quien se quejará de forma airada ante la autora, dejándola prácticamente con la palabra en la boca. La obra será un nuevo éxito –Miller recurre a la elipsis para obviar esta circunstancia, como lo hará en otros aspectos de su argumento, mostrándose pendiente sobre todo por el juego de suspense-, viajando en tren la autora tras el estreno a su residencia en San Francisco. En el trayecto se reencontrará con Blaine, con quien de manera casi inmediata trabará relación. Nuevamente Miller apostará por la elipsis, mostrándonos ya algunos aspectos oscuros de la personalidad de quien, muy pronto, se convertirá en el esposo de la heredera –otro aspecto que la elipsis orillará-. La plácida y entusiasta relación que mostrarán los nuevos esposos, pronto se truncará cuando, merced a un aparato de grabación que la escritora tiene instalado en su despacho –y que el espectador previamente ha intuido tendrá una importancia en el argumento-, descubre que Blaine no solo tiene una amante –Irene Neves (Gloria Grahame)-, sino que ambos plantean el asesinato de Myra, antes de que esta firme su nuevo testamento, en el que la fortuna que atesora de su padre iría a parar a una fundación benéfica.

 

A partir de ese momento, la función se inserta en una espiral de creciente horror, teniendo dos asideros de especial importancia. Uno es, sin duda, la entregada e intensa labor de Joan Crawford en uno de los trabajos más valiosos de su carrera cinematográfica, preludiando ese rasgo grandguinyolesco que algunos años después caracterizará su labor en la pantalla. El otro lo supone la espléndida labor de Charles Lang como operador de fotografía, implicándose al máximo en el protagonismo de una iluminación basada en contraluces de gran expresividad y fuerza, fundamentalmente en el episodio final de la película, pero igualmente en todos aquellos momentos en los que el suspense o la propia tensión del rostro de su pareja protagonista, devienen de especial importancia en la narración.

 

Serán, por supuesto, dos aliados de notable importancia, con los que un David Miller más inspirado de lo habitual en él trabajará de manera inteligente en el devenir de la película, aunque ello no evite en ciertos momentos un gusto al subrayado poco sutil –por ejemplo, en la manera de mostrar las tretas con las que Myra logrará plantear el plan que ha maquinado para revertir la acción de su esposo infiel y su amante, a partir de unas notas falsificadas por ella misma-, y en bastantes otros las propias inconsistencias del guión aparezcan como lastres que impiden que el conjunto alcance cotas de superior complejidad. En esa vertiente tenemos que incluir, forzosamente, la propia configuración del romance entre la pareja protagonista, la propia reacción temerosa de la esposa cuando escucha la grabación que la sitúa en grave peligro de ser asesinada –cuando lo habitual sería avisar a la policía-, o posteriormente el artificioso plan que la propia amenazada planea para revertir la situación –que, no obstante, brinda un fragmento de interesante suspense físico, con el allanamiento por parte de la protagonista del apartamento de Irene-. Son, sin duda, situaciones y giros que limitan el alcance de una película que, pese a todo, alcanza en su discurrir momentos atractivos –como el episodio que tiene lugar en la casa de verano de la rica heredera, que es encuadrada en sus exteriores acentuando la peligrosidad de sus escaleras que rondan un precipicio; un marco que, curiosamente, nunca más tendrá protagonismo en la narración-.

 

De cualquier manera, justo es reconocer que la conjunción de cualidades y lugares comunes que alterna de manera casi constante SUDDEN FEAR, proporcionan unos veinte minutos finales que podrían, por derecho propio, engrosar cualquier antología del suspense cinematográfico. La combinación del largo, casi extenuante episodio, en el que Myra se encuentra encerrada en el armario, sufriendo casi hasta la extenuación la llegada de su esposo, inicia un fragmento casi carente de diálogos, en el que la modulación del suspense, la fuerza de la contrastada iluminación, el aprovechamiento de los detalles –ese pequeño perro mecánico que acentúa con su discurrir el horror que sufre la esposa escondida-, y la fuerza de la interpretación, alcanza un paroxismo que tendrá su prolongación en la furiosa persecución por un nocturno y casi fantasmal San Francisco, por parte de un furioso Lester a la aterrorizada Myra. No importa que la peripecia final pueda posteriormente ser vista como artificiosa, ya que en esos instantes es vivida por el espectador con una intensidad rara en el contexto del cine norteamericano de aquel tiempo. Todo ello propiciará una conclusión tan moralista como liberadora para esa Myra que, paradójicamente, de ejercer como triunfante autora de obras teatrales, tuvo durante un fin de semana que protagonizar como actriz un melodrama trágico, antes de escribir la obra quizá más artificiosa de toda su carrera, aunque esta se convirtiera en la que vivió de manera más cercana.

 

En definitiva, no intenten buscar en SUDDEN FEAR las complejidades de títulos previos como SUSPICION (Sospecha, 1941) o STAGE FRIGHT (Pánico en la escena, 1950), ambas de. Alfred Hitchcock, pero no cabe duda que en sus mejores momentos se erige como un eficaz producto de suspense, en el que el artificio dejará paso a la más genuina manifestación física del miedo.

 

Calificación: 2’5

4 comentarios

Johnny Guitar -

"Sudden fear" es una película de suspense muy entretenida. No más pero tampoco menos. Cierto que el guión es demasiado enrevesado y que arrastra demasiadas incoherencias en su desarrollo. Además, no es una historia demasiado original y es imposible no acordarse de títulos anteriores (y mejores) como "Sospecha" o "Voces de muerte". No obstante, Joan Crawford está genial y, además, muy bien acompañada por Jack Palance y por Gloria Grahame... Sólo por estos tres actores, merece ser visionada e, incluso, revisada pero coincido en que otro director con más talento que Miller habría hecho un producto mejor.

pascual -

pues como para gustos no hay disgustos, a mi me gusto muchisimo. Joan Crawford esta fantastica, como siempre, Jack Palance en un papel extraño para el, tambien esta superior, y la Gloria Grahamme, que decir de esta sensual, atractiva, guapisisma, y magnifica actriz. le doy un diez a esta estupenda pelicula.
pasa a engrosar mi coleccion.
saludos

Juan Carlos Vizcaíno -

Carlos, la peli la puedes encontrar en el foro de cine clásico. Como podrás deducir del comentario que has leído, no es una maravilla, pero tiene buenos momentos, y es muy superior a otra incursión de Miller en el cine de suspense, como fue UN GRITO EN LA NOCHE

Carlos Díaz Maroto -

No la he visto, pero Miller me parece un director muy pero que muy flojito (pese a la suculenta "Los valientes andan solos").

Intentaré conseguir verla.