LLOYDS OF LONDON (1936, Henry King) Lloyd de Londres
Cada vez tengo más claro, que el cine de Henry King, era un género, delimitado en sí mismo. Como en buena parte de los grandes del Hollywood clásico -y King, sin duda, fue uno de ellos-, sabía insuflar a su obra, de una pátina de autenticidad, envuelta en múltiples matices, en una extraña serenidad. En una visión en suma del mundo, que supo expresar, a través de marcos y argumentos en ocasiones incluso opuestos. A partir de dicha premisa, creo que un ejemplo pertinente de esta, con todo, arriesgada afirmación, lo proporciona la magnífica LLOYD’S OF LONDON (Lloyd de Londres, 1936), una de las primeras muestras del esplendor de producción, en la muy recientemente creada 20th Century Fox.
Y es que, seamos realistas, LLOYD’S OF LONDON ofrece aventura, melodrama, comedia, reconstrucción histórica, amistad y, lo que es casi inverosímil, ¡la traslación de los modos del Americana, a tierras inglesas! De todo eso y de mucho más, podía ser capaz un cineasta de primerísima fila, como fue King, que en esta película concreta, mostró la intuición de elegir a un jovencísimo Tyrone Power -en detrimento de un Don Ameche, al que prefería Zanuck-, para encarnar el rol protagonista de un adulto Jonathan Blake -aunque en los créditos figure por debajo del protagónico de Freddie Bartholomew-, convirtiéndolo de la noche a la mañana en toda una estrella del estudio, y siendo frecuentado por el cineasta en numerosas ocasiones posteriores. La película, combina todos los rasgos señalados anteriormente, a la hora de describir el proceso de consolidación de la célebre compañía de seguros, a través de la vivencia que, en el entorno de la misma, es mostrada desde el punto de vista de Jonathan Blake, a quien contemplaremos desde su infancia, descrita en una localidad costera inglesa, dentro de un entorno dominado por la miseria. Su rol, será encarnado en estos primeros pasajes por un sorprendentemente magnífico Freddie Bartolomew, que tendrá como estrecho amigo a un pequeño Horatio Nelson (Douglas Scott), procedente este de una muy acomodada familia, cuyo padre desaconseja que su vástago se relaciones con Blake. Sin embargos, los dos inseparables amigos se insertarán en medio de una pequeña barca, a prolongar sus eternas aventuras diarias, siguiendo el indicio que Blake ha escuchado por parte de dos siniestros hombres de mar, destinados en un buque apostado en dicho puerto. En la nocturnidad envuelta en una densa niebla, descubrirán el engaño que han propiciado los mandos del navío, para incendiar la nave, habiendo antes descargado los lingotes de oro que portaban, e intentando con ello cobrar el importe de la póliza de seguros. Pese a ser descubiertos, lograrán huir nadando hasta la costa, sugiriendo Blake viajar hasta Londres -con la seguridad que siempre expresará su personalidad-, al objeto de poner en antecedentes a la célebre firma londinense. En principio, los dos amigos acordarán ese largo viaje, pero en el último momento, Blake anunciará a su amigo que no puede hacerlo. Será, sin que ellos lo sepan en ese momento, el último momento en que se verán en vida, aunque el destino les depare, a lo largo del tiempo, una extraña unión, de especial significación para el futuro de Inglaterra.
Hasta ese momento, LLOYD’S OF LONDON ha funcionado con precisión, tanto por la relación de esos dos traviesos muchachos, o la perfección de una ambientación que, aún partiendo de las convenciones del cine de aquel tiempo, adquiere una extraña sensación física, describiendo en ella ese contraste de mundos, ejemplificado en sus dos protagonistas. Será un fragmento estupendo, al tiempo que ejerce como oportuno contraste, a la hora de introducir al pequeño y sobrepasado Blake, en la bulliciosa Londres de finales del siglo XVIII. Dentro de unos ecos casi dickensianos, muy pronto la curiosidad y carácter emprendedor del muchacho, le hará insertarse en el contexto de ese casi inexpugnable entorno, en donde se encuentran las diferentes compañías aseguradoras, siendo acogido y, casi, adoptado, por el potentado John Julius Angerstein (magnífico Guy Standing). Muy pronto, irá aprendiendo el valor de la fidelidad, creciendo y haciéndose valer en aquel entorno, agudizando la audacia y atrevimiento de su personalidad -estará acostumbrado continuamente a las apuestas-, proporcionándole pingues beneficios, lo que añadido a su irresistible atractivo y carisma, muy pronto le hará ser tan deseado por las mujeres, como envidiado por no pocos hombres. Nos encontramos en pleno periodo napoleónico, por lo que Blake no solo inventará las primeras muestras de lo que tiempo después se convertirá en el telégrafo, llegando a viajar hasta tierras francesas, ejerciendo como espía -disfrazado de sacerdote-, al servicio de su compañía. Cuando está a punto de retornar a tierras francesas, rescatará a una hermosa joven, de la que desconocerá su identidad, pero de la que muy pronto quedará prendado, en una travesía, donde el romanticismo aparecerá por vez primera en la vida del protagonista. Pese a una noche de amor entre ambos -descrita con una elegante elipsis-, esta desaparecerá a la mañana siguiente, abatiendo a Blake, que no cejará en su empeño en buscarla, y conocer su auténtica identidad. No le costará mucho seguir su sendero, descubriendo que se trata de Lady Elizabeth (arrolladora Madeleine Carroll) la insatisfecha esposa del diletante Lord Everett Stacy (George Sanders).
A partir de ese momento, se irán sucediendo e imbricando diversas capas en el relato, aunando en ella la complejidad de las relaciones entre Jonathan y Elizabeth, los inconvenientes planteados por el esposo de esta, las contrariedades sufridas por las compañías de seguros, arrasadas tras las pérdidas de la flota naval inglesa, la impetuosa apuesta de Blake, intentando apostar por que el resto de la flota naval no se disgregue, esperanzado en que una intervención de un ya consagrado Almirante Nelson -su amigo de infancia-, pueda contratacar la casi imbatible ofensiva napoleónica.
LLOYD’S OF LONDON, parte de una magnífica base argumental de Curtis Kenyon, transformado en guion por Ernest Pascal y Walter Ferris. Pero no es menos evidente, que ello no supondrá más que la arcilla, sobre la cual Henry King, articulará un magnífico relato, aplicando los modos que eran habituales en su cine, por lo general centrados en relatos articulados en esa América rural, que plasmaba con tanta sencillez como enorme sensibilidad. Como era de esperar, ello se transmite con idéntica precisión en esta película, con la que el gran cineasta demuestra, una vez más, la capacidad que albergaba para plasmar la humanidad de sus personajes, atendiendo por igual a grandes lances, que a pequeños gestos o situaciones. En esa facultad para vertebrar relatos impregnados de verdad. Pero una verdad que no conectaba con lo que entendemos como realismo cinematográfico. Por el contrario, asistimos a esa manera de atender a un relato fílmico, impregnada de esos lances novelescos, y que en manos de King está impregnada por un ritmo al mismo tiempo ligero, pero acompañado de una creciente densidad, que irá acompañadas de una presencia incluso de elementos de comedia, hasta confluir en un hondo dramatismo.
De igual, modo, esos matices del conjunto, irán adquiriendo una asombrosa coherencia, conformando un tapiz lleno de sinceridad cinematográfica, en el que tendrán tanta importancia los grandes momentos, como aquellos que, pudieran parecer ubicados en un segundo término. Ejemplos de este último grado, podrían ejemplificarlos, los detalles y el afecto brindado por esa sirvienta eternamente enamorada de Blake, o ese agente asegurador, en un momento dado rival del protagonista, pero al cual este le salvará del suicidio, cuando se produzca la quiebra de las mismas, al anunciarse la tragedia naval. Serán todos ellos, detalles que acompañarán y enriquecerán los momentos fuertes de una película, dotada de un gran equilibrio, en la que King logrará aplicar a un relato, en apariencia, carente de posibilidades en este sentido, esa tendencia al misticismo, que en esta ocasión, estará plenamente presente, en esa fe absoluta de Blake, en que ese amigo que no ha logrado ver de nuevo desde muy corta edad, pueda revertir esos destrozos que Napoleón está ejerciendo en su guerra contra Inglaterra. Ello le llevará a invertir toda su fortuna, e incluso utilizar la inesperada herencia que Madeleine le ofrecerá para emerger de su complicada situación. Es más, cuando observa que gubernamentalmente se va a decidir dividir la flota naval, para que la mitad de ellas proteja a los buques mercantes, actuará falsificando un supuesto triunfo de Nelson, que poco a poco estará a punto de revelarse falso.
En esos momentos, la acción de LLOYD’S OF LONDON se trasladará hasta la batalla de Trafalgar, en medio de una situación adversa en el entorno de un Nelson herido y casi moribundo que, de manera inesperada, dará unas órdenes que lograrán revertir el fragor de la batalla y, con ello, el destino de Inglaterra. La cámara de King, fundirá con emocionante convicción, los instantes finales del almirante, con un Blake herido, mostrando casi una relación telepática, entre dos hombres tan alejados en el tiempo, como unidos en sus convicciones. A partir de ese momento, la emoción se desbordará en la película, al conocer el arriesgado Jonathan, las señales que atestiguan la muerte de su amigo de la infancia. Y lo importante, tanto en esta secuencia de cierre, como en el conjunto de la película, no reside en la sucesión de lances folletinescos, sino en la convicción, la serenidad, el dominio de la duración del plano. En definitiva, en la sensibilidad con la que un gran cineasta como Henry King, sabía transformar un material que, en manos de otro profesional sin su maestría, no hubiera podido trascender, y convertir en viveza cinematográfica. Por ello, sublimando, y extrayendo el máximo partido de un excelente diseño de producción, no cabe duda que LLOYD’S OF LONDON aparece como un óptimo fruto de un contexto, en el que la simbiosis de un estudio recién creado, y la confianza de uno de sus directores más respetados, confluiría no solo en una espléndida película como esta, además de aportar una de las grandes estrellas masculinas de su tiempo sino, lo que es más importante, el terreno preciso, para una dilatada y legendaria colaboración entre major y cineasta.
Calificación: 3’5
2 comentarios
Juan Carlos Vizcaíno -
jorge trejo rayon -