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CINEMA DE PERRA GORDA

CHAD HANNA (1940, Henry King)

CHAD HANNA (1940, Henry King)

CHAD HANNA (1940), revestida con las amables tonalidades de ese Technicolor tan entrañable propio de la 20th Century Fox, gentileza de los expertos Ernest Palmer y Ray Rennahan, es una muestra más de esa placidez con la que el gran Henry King, brindaba relatos en voz callada, bajo el ámbito de la Americana que con tanta serenidad practicó incluso desde el periodo silente –TOL’ABLE DAVID (1921)-. En realidad, el título que comentamos aparece casi como un “remake” sonoro del que fuera el primer gran éxito de King, ya que su base argumental se centra en la descripción del rápido proceso de madurez vivido por su protagonista –Chad Hanna (el siempre admirable Henry Fonda)-. Para ello, se partirá de un argumento elaborado por el especialista Nunnally Johnson, también productor asociado de una película que se engrosa con facilidad, dentro de esas acrónicas sobre la América rural que enriquecieron la producción del estudio de Zanuck desde finales de la década de los treinta, de la mano de realizadores como el propio King, John Ford o incluso Fritz Lang. La propuesta que nos ocupa, destaca por ese aparente aura liviana y casi insustancial. Es más, está claramente escorada a la comedia, aunque en esencia aparece como una crónica de costumbres, centrada en la relación existente entre Chad y  dos jóvenes muchachas, una de ellas perteneciente al circo que comanda el veterano Huguenine (Guy Kibbee), a mediados del siglo XIX. La avanzadilla circense llegará hasta la pequeña localidad de Canistoga, por medio del espabilado Bisbee (John Carradine), que con su astucia sabe concitar el interés de los lugareños, ante la cercanía de la llegada de algo que va a permitir superar la plácida rutina de la población. La presencia del circo coincidirá con ese anhelo de identidad por parte de Hanna, que se embarca en la búsqueda de un esclavo negro, y que de forma subsidiaria se incorpora al personal del circo. Lo hará también la jovencísima Caroline (Linda Darnell), hija del cazador de esclavos al que Hanna se ha comprometido en facilitarle la referencia de donde se oculta uno de ellos. De forma muy rápida, se producirá la atracción de Hanna por Albany Yaes (Dorothy Lamour), la cabalista del espectáculo, y de Caroline secretamente por el propio Hanna. Un triangulo sentimental, sobre el que se sostendrá esta historia de coming of age en torno a un protagonista que, de manera casi inadvertida por sí mismo, irá encontrando su lugar en el mundo.

Todo ello sucederá en el marco de una amable e incluso divertida crónica de costumbres, en la que Henry King acierta de nuevo al describirnos los usos y hábitos de un contexto rural, en el que la violencia y la nobleza, parecen casi unidas de la mano. Una mirada revestida de serenidad, que aparece tan similar a tantas y tantas propuestas similares del realizador. Si acaso cabe caracterizar CHAD HANNA, es precisamente la querencia por la comedia amable, inserta siempre en un ámbito de serenidad. De letra pequeña, narrando sucesos y situaciones en apariencia intrascendentes, pero a partir de las cuales no solo se logra transmitir con intensidad ese forzado proceso de madurez de su protagonista, si no que a través de sus imágenes impregnadas del verdor de su entorno rural, podemos hacernos una imagen de una sociedad que poco a poco se iba abriendo al progreso. Un mundo en el que la esclavitud ya empieza a resquebrajarse –la actitud sincera de Hanna en su contra-. En el que se comienza a vislumbrar la pujanza de las grandes ciudades –esa población a la que acuden los dos circos en abierta competencia-. Pero dentro de ese contexto de serena pero implacable transformación, se esconden los mismos sentimientos y anhelos humanos de siempre. Y en el film de King estos quedan expresados por el doble anhelo sentimental, descrito en el deseo de Hanna por Caroline, y el de Albany por Hanna. Dos emociones cercanas pero al mismo tiempo alejadas del deseo, en una extraña relación triangular que llenará de tristeza a esos dos jóvenes que rodean a la carismática caballista que, inmersa en un entorno de autocomplacencia profesional, es incapaz de apreciar aquello que sucede en torno a ella.

Mas allá de su inclinación por la comedia, existe en CHAD HANNA una cierta inclinación por episodios y secuencias que se caracterizan por su singularidad. Como ese larguísimo plano general que nos muestra los ensayos de Caroline en medio de la pista, la descripción del enfrentamiento del personal de los dos circos, descrito en una pelea a pedrada limpia en medio de un puente del camino. El colorista fragmento de la confluencia de los dos circos a la gran ciudad, donde una argucia de Hanna permitirá que las instalaciones de Huguenine se beneficien del resultado conjunto de dicha promoción. La impagable secuencia en la que la enfermedad del viejo león del circo, culminará con su muerte en plena actuación, con la tristeza por parte de su domador y cuidador, que comprueba que ha muerto el animal, cuando introduce su cabeza en sus fauces –provocando el espanto de los espectadores-. O la hilarante aparición de un viejo elefante en el cobertizo en que duerme Chad, sirviendo como inesperado y milagroso aliciente para poder devolver atractivo al decadente espectáculo. O momentos tan intimistas como la comprobación por parte de Hanna, que Caroline no ha hecho caso del colgante que de manera anónima había regalado a esta, y que la caballista regalará a Albany. Todo un cúmulo de pequeños sucesos, de aspectos que aparecen de manera clara en el devenir de unos seres que emergen vulnerables, con sus miserias y grandezas –la emotividad que reviste la secuencia de la celebración de boda de Hanna y Albany-, en una nueva demostración de la sensibilidad de un director que nunca alza el tono. Que incluso sabe aplicar la elipsis como pudorosa elección para dejar de lado el componente melodramático que aparecería en el embarazo de Albany, que no desea hacer participe a su padre, para no forzarlo a exteriorizar un amor que no siente. O en la lucidez del último encuentro entre Hanna y Caroline, en el que este aprecia aquello que él mismo no asume; que en realidad los sentimientos con su esposa son más intensos de lo que él mismo está dispuesto a admitir. Esa sensibilidad aparecerá en una admirable dirección de actores, que permitirá que personajes como Huguenine y su esposa (maravillosa Jane Darwell) aparezcan como un espejo de veteranía y contradicciones –lo irascible del propietario, frente a la lucidez de la esposa-, en contraposición al torrente de vitalismo que manifiestan estos jóvenes que buscan su lugar en la vida, y que lo adquirirán, a marchas forzadas, en los fotogramas de esta espléndida CHAD HANNA.

Calificación: 3’5

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