THE SONG OF BERNADETTE (1943, Henry King) La canción de Bernadette
“Para aquellos que creen en Dios la historia que narramos no precisa ninguna explicación. Para aquellos que no son creyentes, ninguna explicación será válida”. Con ese rótulo aproximado se inicia THE SONG OF BERNADETTE, basada en una novela de Franz Werfel y con la adaptación a la pantalla del posterior realizador George Seaton. Es evidente que los responsable de la Fox quisieron en aquellos tiempo de la II Guerra Mundial recrear la historia de la joven Bernadette Soubirous y sus apariciones marianas en la aldea de Lourdes en la segunda mitad del Siglo XIX. Un lugar que hasta la fecha se ha mantenido como uno de los focos de peregrinación mariana más importantes del mundo católico.
Ese lema inicial de alguna manera se podría aplicar a la hora de valorar el film una vez configurado. Es evidente que para muchos espectadores y comentaristas escépticos o reacios al cine religioso –además auspiciado por una de las majors del Hollywood de su época dorada-, les resultaría muy fácil rechazar o ignorar esta LA CANCIÓN DE BERNADETTE (1943, Henry King). Es curioso como planteamientos de este tipo solo han sido apreciados –en este caso sin objeciones y con todo merecimiento- si eran firmados por nombres como los de Robert Bresson, Carl Theodore Dreyer o incluso Ingmar Bergman cuando en sus inicios su angustia existencial aún era menor. ¿Pero como iban a aceptarse las películas de “curas y monjas” firmadas por Leo McCarey o, en este caso, una apología del origen del fenómeno religioso de Lourdes? En mi opinión para este último caso la respuesta sería muy simple: se trata de una gran película.
De entre la amplia filmografía que dejó a su paso Henry King solo he podido contemplar hasta el momento una quincena de sus obras, entre las cuales coexiste un elevado nivel de calidad, unas notable personalidad cinematográfica y hasta hoy de ellas destacaba la excelente recreación de los últimos años en la vida del escritos F. Scott Fitzgerald –DÍAS SIN VIDA (Beloved Infidel, 1959)-. Sin embargo y contra cualquier intuición que me podría haber forjado previamente, he de reconocer que THE SONG OF BERNADETTE supone una de las cotas más altas de los modos de producción de la Fox a nivel de la competencia e inspiración de todos sus elementos –fotografía, dirección artística, diseño de producción –del que descubrimos algunos ecos de la previa y sensacional QUE VERDE ERA MI VALLE (How Green Was My Valley, 1941. John Ford)- o la propia banda sonora; algunos de cuyos elementos fueron galardonados con sendos premios Oscars. Pero por encima incluso de esa cuestión concreta, la película se establece en tres elementos esenciales en cuya conjunción su resultado final llega a un altísimo nivel. Por un lado la agudeza, descripción dramática y acertadísima evolución del guión firmado por Seaton, que sin dejar de lado el elemento central del mismo –narrar la historia del origen de la apariciones de Lourdes-, en realidad nos está contando una serie de conflictos, rivalidades e incluso intereses personales y psicológicos que se ponen sobre el tapete a partir de este suceso inicialmente pequeño pero que muy pronto capta la atención no solo de la aldea, sino de campesinos de otras poblaciones. Por otra parte es indudable que la dirección de actores es realmente espléndida. Filias y fobias al margen, la encarnación que de la joven Bernadette realiza Jennifer Jones es realmente admirable –quizá el mejor trabajo de su carrera- en una labor contenida, llena de la inocencia, ingenuidad y al mismo tiempo convicción que requería su personaje. Por su parte no vamos a negar la excelencias que ofrecen en sus interpretaciones nombres como Charles Bickford, Vincent Price, Lee J. Coob, Gladys Cooper, configurando un cast realmente creíble y lleno de autenticidad.
Pero es evidente que si finalmente THE SONG OF BERNADETTE es un gran film se debe –al margen de la perfecta interrelación de los elementos antes mencionados-, a la profesionalidad e inspiración que Henry King ofrece en su puesta en escena. Y es que ya en primer lugar su director no pone excesivo énfasis en prolongar los momentos de apariciones marianas o curaciones milagrosas. Realmente mi única objeción real es la propia presencia física de la aparición, que desmerece entre una película que si bien no oculta su religiosidad, tampoco deja de oscilar en una calculada ambigüedad en ese sentido. Y es que una de las mayores virtudes de la película estriba fundamentalmente en saber traspasar cinematográficamente ese conflicto que se produce en una pequeña localidad entre unos agricultores más proclives a las creencias sobrenaturales y las fuerzas vivas de la misma, ya herederas de la tradición enciclopédica que se muestran no solo escépticas si no reacias totalmente a que estas visiones –o lo que de ella se derivan- continúen perviviendo en su seno, por más que algunos de ellos se muestren dudosos y otros interesados en los beneficios que podría ofrecerles la situación. En ese sentido la ambigüedad de sus personajes permiten que adquieran un perfil psicológico siempre vivo y jamás caigan en el estereotipo ni la caricatura.
No por ello la película carece de matices irónicos e incluso divertidos que inciden poderosamente en las intenciones del conflicto central. Es así como veremos que un prelado casi arenga a las fuerzas sobrenaturales –la Señora- para que “presionen” en la apertura del manantial de cara a iniciar la investigación de la autenticidad de los milagros; un emperador que no duda es admitir que la creencia en Dios –sea real o fingida- es casi imprescindible para asumir su cargo; o esa abundancia de medallas bendecidas de San Cristóbal que le entregan los lugareños a Bernadette cuando esta se marcha a ingresar en el convento, y que el Dean de Lourdes (Charles Bickford) ha bendecido previamente.
Pero es evidente que las excelencias de THE SONG OF BERNADETTE vienen dadas de la mano de la herencia de la puesta en escena del cine mudo que se traducen en sus imágenes, la fuerza de sus intensísimos primeros planos, en el aprovechamiento de las profundidades de campo, el perfecto uso de fundidos en negro y encadenados de imagen que siempre guardan una impecable coherencia, el importante papel de las elipsis que eliminan con acierto tópicos que fácilmente se hubieran adueñado del resultado final, los claroscuros y sombras, el cuidado visual mostrado en las acciones ubicadas en segundos términos tras cristales, la ubicación de objetos e imaginería religiosa –son muy importantes las referencia directas e indirectas a crucifijos; en algunas ocasiones estos son simulados por ventanas y se plasman constreñidos cuando algunos de los personajes escépticos –especialmente el que encarna el gran Vincent Price-, se ubican delante, simbolizando visualmente la opresión de la creencia. Es importante la ubicación de los actores dentro del encuadre, y podríamos destacar un instante especialmente memorable al intentar por última vez el Dean a Bernadette que se retracte del la identidad que la aparición le dijo en su momento “Yo soy la Inmaculada Concepción”. Pese a su sincero y cómplice empeño, la desarmante sinceridad de esta hace que el sacerdote cambie de parecer, lo que tiene su equivalencia cinematográfica al ubicarse en el lugar del encuadre que la joven ha dejado al marcharse.
Como relato perfectamente construido y realizado, LA CANCIÓN DE BERNADETTE no deja nada al azar, como esa estampa religiosa que inicialmente le es negada a una Bernadette estudiante por su aparente negligencia en el estudio severo de la religión, que le entregará años después el Dean en un emotivo momento y que finalmente esta ya novicia y a punto de morir le mandará al mismo como llamada. Como queda bien trazada esa historia latente de amor jamás consumada entre la visionaria y el granjero o la propia evolución del escéptico juez encarnado por Vincent Price que finalmente tiene una toma de conciencia –la única voz en off del film- realmente honda, y que una película que realmente subrayara su afán sermoneador hubiera incidido de forma más maniquea –pese a su sempiterna oposición, la mirada del personaje adquiere en todo momento una enorme dignidad y coherencia-.
La película posee imágenes realmente magníficas. Desde el primer plano de Bernadette besando los pies de la aparición con la imagen entre los rosales sin florecer, su intento desesperado de encontrar el manantial, la admirable planificación del momento en que el mismo empieza a brotar, o momentos visuales sorprendentes como el que nos muestra a Price encaramado en una enorme escalera y ante una no menos grandiosa biblioteca en el afán de encontrar la motivación legal que posibilite el cierre del manantial. Pero por encima de todo ello, hay un elemento de construcción dramática que finalmente adquiere una enorme fuerza en el film. Se trata de la relación de incredulidad que la hermana Vanzous (sensacional Gladys Cooper) mantiene a lo largo del tiempo con Bernadette. Jamás se resigna a creer en su historia y en la fase final del film se atreve a formularle el motivo de su resentimiento, y es el hecho de no haber sufrido lo suficiente –como ella misma piensa de sí misma-, para haber sido elegida como portadora de las apariciones y del conjunto de milagros. Finalmente, cuando descubre el verdadero sufrimiento resignado de la Soubirous –tiene un tumor cancerígeno en estado incurable- comprende su error, pide el perdón ante Dios en unas bellísimas imágenes en el templo y a partir de ese momento se erige en la fiel ayudante de una enferma Bernadette hasta el momento de su muerte.
Serán los últimos minutos una conjunción armoniosa de momentos que se pueden destacar por su intensidad, la rigurosidad de su planificación, la fuerza expresiva de sus primeros planos, la dureza que ejercen sobre la sensible y moribunda hasta que la aparición de la Virgen –una vez más, su presencia se me antoja totalmente inoportuna-, se la lleva de este mundo en el que no le prometía felicidad, hasta la otra vida en la que sí se la brindaba. Puede que descrito de esta forma el alcance de la historia pueda inclinarse a ese sermón moralizante, pero es tal la fuerza novelesca de la realización de King, la convicción dramática de su metraje –que permite que sus dos horas y media discurran con enorme fluidez- que ciertamente a la hora de hablar de títulos de influencia religiosa en sus temática, habrá que citar DIES IRAE (Vredens dag, 1943) y LA PALABRA (Ordet, 1955) de Dreyer; EL DIARIO DE UN CURA DE CAMPAÑA (Le journal d’un cure de campagne, 1950) de Bresson y algunos otros títulos. No obstante esa relación no quedaría completa si en ella se omitiera esta producción de la Fox realizada con clasicismo, elegancia e implicación personal por ese excelente director llamado Henry King, al que habría que dedicar de una vez por todas esa retrospectiva o acentuar pases televisivos de realizaciones suyas poco exhibidas en las últimas décadas, para valorar de forma definitiva uno de esos pioneros cinematográficos –como fuera el caso de un William A. Wellman, por ejemplo- cuya trayectoria aún resta por ser plasmada a la luz de los aficionados en toda su magnitud.
Calificación: 4
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