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CINEMA DE PERRA GORDA

SONNENSTRAHL (1933, Paul Fejös) Rayo de sol

SONNENSTRAHL (1933, Paul Fejös) Rayo de sol

Si el nombre de húngaro Paul Fejös (1897-1963) suene a un determinado grupo de aficionados –me temo que muy pocos-, solo puede ser por la existencia y excelencia de LONESOME (Soledad, 1928). El hecho evidente de la casi imposibilidad de acceder al conjunto de esos casi treinta largometrajes que componen su obra, a los que cabría añadir una serie de cortos y documentales, supone un handicap de casi imposible soslayo. Por ello, tener la satisfacción de contemplar uno de sus títulos –SONNENSTRAHL (Rayo de sol, 1933)-, tan poco conocido como casi el resto de su obra, supone de entrada un hecho importante. Pero lo más revelador o representativo, que puede proporcionar el visionado esta película que nunca se ha citado en enciclopedia o referencia alguna, es comprobar que nos encontramos con un título espléndido, magnífico, que no solo no desdice –más bien los complementa- los logros de la citada LONESOME, sino que a mi modo de ver se describe casi como un inesperado y nunca considerado puente entre la película mencionada, el mayestático THE CROWD (… Y el mundo marcha, 1928. King Vidor) y el posterior MODERN TIMES (Tiempos modernos, 1936. Charles Chaplin) De ambos retoma y transmite una serie de características comunes y, lo que es más importante, en la mayor parte de ellos no solo no tiene nada que envidiar a los clásicos mencionados, sino que en sí misma propone soluciones formales envueltas en un tono de tragicomedia urbana, que aún hoy día, casi ocho décadas después de su realización, se antojan de asombrosa modernidad.

La acción se desarrolla en una ciudad –presumiblemente Berlin- de finales de la República de Weimar, en los primeros años treinta. Las imágenes documentales nos presentarán al Príncipe de Gales inaugurando un puente, un incendio producido en una enorme planta industrial de Estados Unidos y, a continuación, describir la situación de paro que vive Alemania. Tras ese comienzo sorprendente, la acción nos traslada a una multitud de hombres deteriorados que se enraciman en vano a la búsqueda de empleos provisionales. Uno de ellos es el joven pero hundido Hans (el conmovedor y eternamente ignorado Gustav Fröhlich), un conductor de taxi en el paro, que, desesperado al ver que incluso es desalojado de su mísera habitación –su áspera dueña lo tira a cajas destempladas tras diez semanas sin poderle pagar-, decide poner fin a su vida –ya en el descenso de las escaleras del que ha sido su lúgubre hogar, podemos vislumbrar dibujos en las míseras paredes,  entre los que destacan el de una horca. Este se sitúa de noche a la orilla de un río, redacta una breve nota de identificación cuando se encuentre su cadáver, y se dispone a abandonar un mundo que no parece estar hecho para él. Sin embargo, el destino modificará por completo su intención inicial al observar como una joven –Anna (la espléndida Annabella)-, se ha adelantado a sus intenciones y se ha arrojado al río. Este acude raudo a rescatarla y la arrastra hasta las escaleras de la orilla, abrazándola y recriminando su actitud cuando descubre que solo tiene diecinueve años. Será algo que tendrá que mitigar cuando esta descubra la nota que Hans había dejado, fundiéndose ambos en un abrazo de conmovedora calidez que solo será interrumpido cuando lleguen la policía y una ambulancia que ayudarán a recuperar a la muchacha. El joven la acompañará e incluso recibirá una recompensa de cincuenta chelines por haber salvado a alguien la vida. La situación propiciará casi de un instante a otro la complicidad de dos seres que van a iniciar un camino en común, partiendo de su juventud, carecer de nadie en este mundo, su absoluta carencia de medios económicos en medio de una sociedad dominada por un paro galopante y, lo que es peor, absolutamente hostil a la hora de incorporar a sus seres más débiles.

En la confluencia de esa mirada teñida de romanticismo entre dos seres que casi por horas van comprobando estar hechos el uno para el otro, y el retrato de una sociedad en la que casi parece imposible emerger mientras tiende la trampa de la tentación constante al consumismo –algo a lo que no podrá ser ajena la propia pareja protagonista-, se incardinarán los límites de esta espléndida SONNENSTRAHL. Y todo ello, sublimado de un lado por la capacidad demostrada por Fejös para aunar con una pasmosa facilidad su veta romántica, con una enorme capacidad para la invención formal. Ya de entrada cabe destacar la escasa presencia de diálogos, proponiendo con ello un film combativo con la ya consolidada invasión del sonoro –algo que prolongaría Chaplin en la ya citada MODERN TIMES-, sin que ello limite no solo la comprensión de su discurrir narrativo, sino incluso nos imbuya en la atmósfera de ruidos que rodean la odisea de dos seres que iniciarán su aventura vital en común. Lo que podríamos denominar como su segunda oportunidad en un contexto urbano hostil, se iniciará con la compra de una pastilla de jabón que será vendida como quitamanchas. Será el inicio de toda una serie de penalidades discurriendo por diversos trabajos –estructurados en forma de episodios-, en donde nuestros protagonistas vivirán desde el hecho de trabajar –ella- en el escaparate de un gabinete de estética, mientras él ejerce como hombre anuncio del comercio –una hábil inserción del paso de las fechas del calendario sobre dichas imágenes, incidirá en la dureza y la alienación de ambos trabajos-. En el interín, Hans contemplará en el escaparate un taxi en venta que sería para él no solo la solución a sus problemas, sino sobre todo, su realización laboral. No obstante, su lucha pronto será contrariada cuando sufran una estafa por parte de un ser sin escrúpulos que lo ha hecho con otros incautos. La odisea no terminará ahí, ya que nuestros protagonistas tendrán que intentar obtener recursos en medio de una feria –donde Hans sufrirá una cruel agresión al ofrecerse como diana en un puesto de tiro de feria-, e incluso vivirán un episodio que ejercerá como auténtico puente en sus desdichas, al introducirse de manera involuntaria en una lujosa boda, donde ambos vivirán en carne propia el amor que se profesan pese a haberse conocido en apenas un día –tal y como sucedía en LONESOME-.

El destino –la vivencia de un accidente de un repartidor de banco, y la devolución de la cartera que este portaba-, por una vez servirá para que Hans obtenga ese empleo. Un fundido y una breve sucesión de planos, nos llevará a comprobar como la pareja se ha casado y vive con cierta comodidad en una amplísima comunidad de vecinos, que parecen introducidos en una especie de fábrica urbana. Poco a poco el ya esposo irá ahorrando para poder pagar la entrada de ese añorado taxi, proceso que afianzarán viviendo toda clase de plácemes por parte del dueño del establecimiento –brindando un instante tan ridículo como hilarante , cuando la pareja es fotografiada delante del vehículo, ante un escaparate en el que se agolpan divertidos viandantes-. Pero lo que pronto llega, también se puede volver en contra, y ante la ayuda a un niño que ha perdido unas monedas en la vía del tren, Hans será atropellado y herido de gravedad por un tranvía. Su mujer intentará inútilmente asumir su trabajo para poder atender los pagos del taxi –la ausencia de uno solo de ellos anularía el contrato y haría perder todo lo invertido hasta entonces-. La llegada del cobrador al domicilio en donde espera Anna, que no posee el dinero suficiente, será el detonante del drama para una esposa que no desea que los sueños de ambos se vengan abajo, mientras su esposo se recupera lentamente en el hospital.

Muchos serían los elementos a destacar en esta espléndida SONNENSTRAHL –es más, creo que se trata de una película que requiere más de un visionado para poder apreciar todos sus matices-. Sin embargo, toda ella es un auténtico catálogo de invenciones formales, ante las que Fejös juega con una destreza admirable, sin que ello limite ni deje de lado el tratamiento de sus protagonistas ni, por supuesto, el contexto social en el que estos se encuentran. Un ejemplo muy simple de este enunciado lo tendríamos en ese instante en el que Hans y Anna abandonan el templo felices, después de haber contemplado esa boda inaccesible para ellos, solicitado del párroco las amonestaciones, y en donde casi son empujados por quienes retiran la alfombra que se ubica en el exterior del mismo –adelantándose en décadas a un episodio similar de EL VERDUGO (1963, Luís García Berlanga)-. La película está trufada de detalles en ese sentido –como el contraste que se muestra en el dolor de Hans ante el pelotazo recibido y la preocupación de Anna, que deja soltar al aire los globos que tenía para vender, mientras la multitud ríe jubilosa y colectivamente el ascenso de los mismos-. Esa capacidad para ser tiernos con los protagonistas en su deseo de emerger de un aura de pobreza, en la contraposición con la casi sempiterna oposición que muestra una sociedad cruel con el individuo que en realidad es el protagonista de la misma, supone en realidad la esencia de esta película magnífica, a la que el hecho de su casi absoluto desconocimiento, no cabe más que incidir y poner la pista en el hecho de que las extraordinarias cualidades de LONESOME no fueron fruto de la casualidad, y con más que segura posibilidad, en Paul Fejös encontramos a un cineasta de primerísima magnitud, al que solo la limitación en el conocimiento de su obra ha impedido hasta la fecha un merecido reconocimiento.

Pero para ello, además de todos los elementos que he señalado –y muchos otros que forzosamente me dejo en el tintero-, sí me gustaría destacar tres episodios concretos, dos de los cuales deberían figurar por derecho propio entre lo mejor jamás filmado en los primeros años treinta. El primero de ellos es ese recorrido que los protagonistas realizarán en el interior de una agencia de viajes, escenificándo imaginariamente situaciones delante de los grandes cartelones de famosos destinos turísticos. Más que parecer una muestra tardía de slapstick, la originalidad y belleza del fragmento nos pueden anticipar no pocos de los logros que un par de décadas después harían célebre a Jacques Tatí. Será algo similar a lo que suceda cuando intenten desarrollar infructuosamente el empleo como limpiadores nocturnos en unos grandes almacenes, dejándose llevar por el deseo de sentirse como auténticos millonarios por unos instantes, vistiendo las ropas que están expuestas en maniquíes –en cuya planificación parecen mirar a los protagonistas con complicidad-, realizando una especie de danza que les llevará a un sueño indeseado, y siendo contemplados por los empleados a la mañana siguiente, con el consiguiente ridículo y el despido inmediato. Y, por supuesto, cabría destacar la fuerza que adquieren los instantes finales, en los que los vecinos lograrán transformar lo que parece tener tintes de tragedia en la muestra del lado humano y colectivo del ser humano, cuando los vecinos de Anna –y su esposo herido- empiecen a lanzar donativos para que esta pueda pagar el plazo del coche –objetivo que cumplirán sobradamente-, fundiéndose la secuencia con un domingo en el que el matrimonio -Hans ya se ha recuperado- vestido de blanco, se dedica a pasear a los niños del enorme bloque de vecinos, en medio de un contexto de felicidad colectiva que quizá aminore al alcance trágico del conjunto, pero a mi modo de ver resulta casi necesario en un relato tan sombrío incluso en sus instantes más románticos. Una conclusión en la que, por otra parte, parece que de nuevo Fejös se adelantara a ese tipo de neorrealismo mágico que tan famoso hizo a Vittorio De Sica con MIRACOLO A MILANO (Milagro en Milán, 1951).

En definitiva, repleta de logros expresivos, admirable en el equilibrio existente en su condición de tragicomedia, aguda en la plasmación de un contexto social convulso, sincera y bella en su entronque romántico, e incluso preludiando no pocos elementos y tendencias que otros cineastas utilizarían con posterioridad, no solo SONNENSTRAHL es un título de necesaria y urgente reivindicación, sino ante todo es otro indicio que apela a la reivindicación de un nombre hoy apenas evocado, y en el que creo equivocarme poco, se encuentra un auténtico gigante; Paul Fejös.

Calificación: 4

2 comentarios

la blogbina -

La acabo de ver y es increíble lo moderna que puede llegar a ser.... casi podría decirse que se podría haber rodado ayer.
Me ha llamado la atención la naturalidad de los actores, en una época tendente a la sobreactuación y su química juntos. Una pequeña joya, sin duda.

Hildy Johnson -

Me interesa muchísimo Fejos. Tanto Lonesome como la que ahora nos reseñas...
Como siempre me das la buena noticia que todavía queda mucha obra cinematográfica maravillosa por ver...

Besos
Hildy