Blogia
CINEMA DE PERRA GORDA

THE CIRCLE (1925, Frank Borzage) La eterna cuestión

THE CIRCLE (1925, Frank Borzage) La eterna cuestión

Si bien es cierto que buena parte los títulos más memorables de una trayectoria tan admirable como la manifestada por Frank Borzage, se encuentran insertos en las postrimerías del periodo silente, no es menos evidente que existe aún un marco previo en el que se ubican otras aportaciones, menos conocidas, quizá menos rotundas en sus logros, pero que son consideradas por los estudiosos no solo por sus valores intrínsecos, sino igualmente por haber contribuido a forjar el inconfundible estilo de su autor. Buena parte de ello sucede con THE CIRCLE (La eterna cuestión) rodada en 1925 por un Borzage que muy pronto se dio cuenta de no encontrarse a gusto en el ámbito de la Metro Goldwyn Mayer, estudio en el que pronto comprobó la ingerencias a la hora de modificar los materiales rodados –tal y como señala Hervé Dumont en su magistral estudio sobre el cineasta-, incorporando secuencias o situaciones que rodarían posteriormente otros directores. Es por ello que nuestro director abandonó el estudio del león nada más concluyó su rodaje, acompañado por el rebelde por antonomasia del estudio; Erich Von Stroheim. Sin embargo, y señalando como detalle curioso que Borzage retornaría años después a la Metro con STRANGE CARGO (1940), lo cierto es que pese a todas estas ingerencias de estudio, en modo alguno cabe oponerlas a su resultado final, que se erige como una atractiva e incluso valiente adaptación de la obra teatral de W. Somerset Maugham “The Circle”, de la que el cineasta supo despojar en buena medida de sus sesgo teatral, para a partir del supuesto respeto a dicho original escénico, desplegar con acierto su sentido de la dramaturgia cinematográfica, al tiempo que introducir de manera muy tímida, ciertos elementos que desarrollaría de forma más rotunda en su carrera, como es sin duda su eterna filiación romántica.

Y es que THE CIRCLE destaca en primer lugar por adentrarse en el terreno de la comedia de salón, que Dumont señalaba era más cercano para ser desarrollado por Lubitsch o De Mille. Sin embargo, hay que reconocer que nuestro realizador supo desenvolverse muy bien en dicho ámbito –no olvidemos que años después, Borzage sería el realizador de DESIRE (Deseo, 1936), producida por Lubistch-. Será algo que se manifestará ya en el rótulo inicial, donde se apela a la supuesta superioridad del hombre a la hora de elegir esposa. Ello será contrapuesto con la irónica descripción de la huída de Chaney Castle, de la esposa del dueño de la mansión, Lady Chaney, fugándose a finales del siglo XIX con su joven y atractivo amante, y dejando de lado la estabilidad que le proporcionará un matrimonio, por otra parte proclive a la rutina. Ello de entrada nos brindará una divertida secuencia, en la que el amante Hugh se encontrará con el equívoco de contemplar al esposo de su amada manejando armas -piensa que están destinadas a él-, mientras que Lady Catherine se despedirá de su hijo, dejándole una nota explicativa para su padre. Han pasado treinta años, y aquel pequeño se ha convertido en el Lord Clive Chaney (Alec B. Francis), un atildado y antipático aristócrata casado con Elizabeth (la estupenda Eleanor Bordman, futura esposa de King Vidor). Esta se encuentra totalmente enamorada del joven y atractivo Teddy Luton (el encantador Malcolm McGregor), que representa para ella todo lo que no le puede proporcionar su esposo, sobre todo a la hora de dar vida a un amor lleno de frescura que se oponga a los convencionalismos que la oprimen. Teddy se encuentra en la mansión como invitado de la familia, en la que se contará con la presencia siempre irónica y sabia del suegro de Elizabeth; Arnold (un magnífico Creighton Hale, que en su estilo parece proponer un adelante del manifestado por el gran Adolphe Menjou). Lo que no conocerá el veterano Clive, es que a espaldas suyas su nuera ha auspiciado el regreso de su antigua esposa y su entonces prometido y posterior esposo, tres décadas después de su huída. La novedad provocará temor en su hijo, Clive, pero en realidad ha sido provocado por Elizabeth para comprobar si el paso del tiempo no ha hecho mella en el amor que en su momento impulsó a la pareja a la huída, para tomarlo como referente y hacer lo propio con Teddy. La realidad no podrá ofrecerse más desoladora; Lady “Kitty” (Eugenie Besserier), se ha convertido de una mujer cercana a la madurez, caracterizada por su frivolidad y aspecto estridente. Por su parte, su esposo Hugo (George Fawcett), no es más que un viejo chocho, permanentemente malhumorado, y dominado por su artritis. Ambos conforman un cuadro que linda con lo deprimente, y que provocará a Elizabeth no pocos recelos, por más que al joven Luton no parezca importarle ese posible espejo en el que se convertiría la probable nueva pareja si se fugaran.

En medio de ese cuadro, en donde Clive no dejará de estar al corriente de los arrumacos de Teddy con su esposa, y el viejo pero sabio Arnold perciba con la ironía que le ofrece una madurez bien sedimentada el marco coral que se establece, con la pareja de amantes a punto de darse a la fuga, o el viejo matrimonio en la que se encuentra la antigua esposa del personaje encarnado por Creighton Hale, dominado por constantes reproches. A partir de dichas premisas, THE CIRCLE se dispone como una divertida comedia, en la que son constantes los momentos en donde el equívoco provoca situaciones hilarantes –la primera aparición del viejo Arnold con la escopeta de caza, cuando su hijo y nuera, Teddy y la joven invitada, están comentando la llegada de la que fuera su esposa y el que fuera su rival amoroso, treinta años después; la inicial identificación de Catherine de Luton como su hijo, al que señala tiene el mismo aspecto de ella; la descripción que ofrece de ese mismo personaje: la liga que se percibe en su pierna-. Y junto a ello, Borzage logrará imprimir una planificación que dinamizará el origen teatral de la propuesta. Es algo que percibiremos con la fragmentación de las secuencias en donde se reúnen los personajes, alcanzando un grado de dinamismo escénico en donde con unas manos menos avezadas, sin duda se hubiera planteado una propuesta de sesgo más estático y teatral.

Pero al mismo tiempo, es evidente que en algunos instantes aflora ese romanticismo que poco a poco se adueñaría de la inigualable obra borzaguiana. Buena prueba de ello lo tendremos en instantes tan emotivos como la contemplación, repasando un álbum, de una foto de Catherine en su juventud, lo cual provocará en ella un enorme sentimiento de tristeza y añoranza, revelando en ella una sensibilidad hasta entonces ausente en su extravagante comportamiento. Lo expresará delante de Elizabeth, ratificándole lo efímera que es la juventud, y suponiendo para la ya madura esposa un cambio de actitud en la malhumorada relación con su esposo. Los veremos a ambos, por primera vez abrazados, intentando casi de manera imposible recuperar ese tiempo perdido en el que su amor fue algo tangible, antes de que los resentimientos y la rutina hiciera mella en una relación que ya parecía condenada a desaparecer en las aguas cenagosas de la auténtica carencia de amor.

A pesar de estos dejes románticos –quizá los pasajes más hermosos del film, junto algunos de los instantes en los que se desplegará la juvenil atracción entre Elizabeth y Luton-, el film de Borzage se cierra desplegando la ironía por partida doble. De un lado Clive recuperará a su esposa tras haberse simulado como chofer del vehículo en el que los dos amantes se iban a fugar, llegando a golpear cómicamente a un noqueado Teddy. Por otro, la película culminará acentuando su carácter festivo, en una secuencia en la que los antaño rivales amorosos de Catherine –Hugh y Arnold-, desahoguen sus comentarios entre estentóreas risas, sin que en la situación deje de aparecer un atisbo de soterrada venganza por parte del antiguo marido ultrajado –Arnold tirará de una bufanda, haciendo un instantáneo además de estrangular a la persona que le robó su esposa treinta años atrás-.

Calificación: 3

0 comentarios