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CINEMA DE PERRA GORDA

DUE SOLDI DI SPERANZA (1952, Renato Castellani)

DUE SOLDI DI SPERANZA (1952, Renato Castellani)

Dos años antes de que fuera en su momento galardonado con la calificada como académica adaptación de Shakespeare ROMEO AND JULIET (Romeo y Julieta, 1954) –galardonada en el Festival de Venecia en menoscabo del boicot propiciado a SENSO (Luchino Visconti)-, y años antes también de sus tardíos dramas de ecos neorrealistas, resulta sorprendente encontrarse con un título de las características de DUE SOLDI DI SPERANZA (1952). Lo es en primer lugar por que quizá nos encontremos ante el mejor título de la no muy extensa obra de su director, pero también por la singularidad que propone, ya que inicialmente parecerá que nos encontramos con un título que explora esa veta neorrealista ya tardía, centrada en el ambiente rural en este caso de la zona de Nápoles.

En concreto, la acción del film se centrará en la casi ruinosa Cusano, a donde regresará el joven Antonio (Vicenzo Musolino), después de haber realizado sus tareas militares. La llegada a la envejecida localidad provocará la alegría, pero al mismo tiempo, desazón en su madre, (Filomena Russo), una mujer mellada, caracterizada por su histrionismo típicamente italiano y su capacidad para el trapisondismo, teniendo que sobrellevar al mismo tiempo a su familia, en la que destaca la juventud que vive su hija mayor, caracterizada además por su fealdad. Dentro de dicho contexto, por fortuna la película a los pocos minutos abandona el semblante de drama rural, para erigirse en una comedia en algunos momentos muy divertida, y trasladando bajo dicha vertiente genérica, una mirada irónica y crítica en torno a esa sociedad rural, caracterizada por su miseria, dependencia en torno a una falsa moral guiada ante todo por el respeto al honor de la familia, el poder de la Iglesia Católica y, en definitiva, la ruindad congénita de unos seres que en su miseria, no dejas de criticarse unos a otros. Si de algo se caracteriza DUE SOLDI DI SPERANZA, es por suponer uno de los primeros exponentes en los que el carácter neorrealista, evolucionó a unos modos en los que la apuesta por la comedia, permitió incorporar un análisis quizá más agudo del temperamento italiano. De alguna manera, podemos señalar que nos encontramos ante un precedente de las farsas tanta fama otorgaron al cine de Pietro Germi una década después, aunque en esta ocasión se encontrara con unos perfiles más valiosos a todos los niveles –hay que señalar que el título que comentamos recibió un importante galardón en el Festival de Cannes de aquel año-.

De este modo, y por medio de una serie de episodios que son entrelazados por una voz en off que sirve de introducción o apostilla irónica a algunos de ellos, nos adentramos en el desarrollo de la película de Castellani –también coguionista del relato, junto a Titina de Filipo, a partir de una historia de Ettore Maria Margadonna y el propio director-, mostrando al espectador en esencia el intento del joven licenciado para lograr un trabajo en un entorno en donde los desempleados se amontonan ante la verja que rodea la parroquia de la localidad. Intentará realizar pequeñas tareas que le permitirán apenas unos pocos centenares de liras, pero su madre o el enviado de la misma –su hermano pequeño-, será el que se dedique a cobrar aquellos menguados sueldos, sin dejar que Antonio ni siquiera pueda ver dicho dinero para entregárselo a su progenitora. Ya desde esos momentos se dará cita esa apuesta por la picaresca característica de una sociedad como la rural italiana, en la que Castellani nos llega a deleitar a la hora de presentar una auténtica fauna humana caracterizada por su mezquindad, ante la cual sin embargo el espectador no dejará de encontrar un atisbo de humanidad. En la misma, destacaremos la presencia de esa Carmela (Maria Fiore), desde el primer momento enamorada locamente de Antonio, y que con su torpeza no hará más que provocar que este pierda los puestos de trabajo que pueden consolidar su estabilidad laboral. Ya hemos citado a su madre, caracterizada por su personalidad escasamente creíble y dada en todo momento a trapisondismos. Pero es que la misma engloba el pétreo y escasamente tolerante Paquale (Luigi Astarita), el brusco y estólido padre de la muchacha, artificiero de fuegos artificiales, y que en ningún momento acepta que su hija sea prometida del protagonista, ni se apresta a ofrecerle ayuda laboral alguna que le permitiera independencia financiera y capacidad para mantener a la pareja. De manera más secundaria percibiremos la astucia del párroco de la localidad, capaz al mismo tiempo de mediar –en una divertida secuencia desarrollada en el confesionario-, entre las dos partes en litigio en torno al abuso de la hermana adolescente de Antonio por parte de Luigi Bellomo, ayudar a este al otorgarle un trabajo como ayudante del envejecido y al mismo tiempo quisquilloso capellán –otro personaje magnífico en su ruindad-, y no dudar en dejar a este sin ese empleo, cuando conoce que Antonio ha estado en Nápoles ayudando a los comunistas locales a preparar una huelga. La galería de seres aprovechados que describe esta divertida comedia, se complementará con la presencia de una ya madura dueña de unas salas de cine di dicha ciudad, que contratará a Antonio para ir trasladando las bobinas de una sala a otra de proyección –provocando con ello divertidas situaciones con la espera del público-, pero que en el fondo desea tener complacido a este, ya que utilizará sus constantes transfusiones de sangre para mantener con vida a su pequeño. Para ello, no dudará en alimentar a nuestro protagonista con filetes de ternera casi crudos y darle de beber vino, ya que según ella produce sangre, llegando a ascenderle a proyeccionista cuando comprueba que Antonio ha hecho migas con el pequeño, e incluso en un momento determinado –con la presencia de un beso furtivo-, se haga la ilusión de que pueda contar con este como futuro compañero sentimental.

A partir de esta gama de personajes, Castellani logra plasmar en esta divertida comedia, no solo la esencia de esa personalidad mediterránea italiana, su gusto por la picaresca, la miseria casi congénita que define el pueblo en el que se desarrolla fundamentalmente la acción o su retraso cultural. El recorrido por las calles de ese pueblo sucio y desvencijado, llega a transmitir la aridez de un lugar anclado en el tiempo, en el que parecen sentirse a gusto unos vecinos que no dejarán de utilizar cualquier subterfugio como arma casi de supervivencia, en un marco de existencia caracterizado por una miseria que, sin embargo, para ellos se ha convertido en un modo de vida casi habitual. Será un contexto del que querrá desmarcarse el joven, ingenuo y al mismo tiempo curtido Antonio, primero trabajando un día como rellenador de gaseosas, desafiando la pérdida de la prestación de empleo –un tema que ya entonces se encontraba de plena actualidad-. Más adelante se dedicará a empujar a los caballos que transportan las carretas de la localidad cuando soportan la pendiente del camino. También ejercerá como ayuda del vendedor de verdura, sin lograr en ningún caso esa necesaria estabilidad laboral, que le proporcionará durante un tiempo ejercer en calidad de ayudante de ese sacristán acabado y enjuto, quien sin embargo aprovechará la ocasión para delegar en este los trabajos más pesados –impagable la secuencia del estreno del protagonista en el uso de la campana-.

Esa capacidad para mostrar situaciones divertidas, que en el fondo llevan aparejadas una carga de profundidad en torno a vicios y costumbres de la personalidad del país, es la que en definitiva proporciona a DUE SOLDI DI SPERANZA su vigencia. Una validez a la que acompañará el uso oportuno de esa voz en off que sirve para introducir o rematar algunos de sus episodios, la eficacia de una fotografía en blanco y negro que resalta lo agreste del entorno rural en el que se asienta la acción, la presencia de actores no profesionales en su mayor parte, que proporcionan una singular autenticidad al relato o, en definitiva, esa capacidad para penetrar en la entraña de un pueblo y unos personajes que, más allá de sus aspectos caricaturescos y incluso mezquinos, en el fondo no dejan de ser un trasunto de nuestra propia configuración como seres humanos. El film de Castellani es, como antes señalaba, sumamente divertido. Ese alcance lo proporcionan los irónicos comentarios de las vecinas del pueblo a Carmela cuando se dirige por la ribera hasta contemplar a Antonio, la muda testarudez del padre de esta, las resignadas apreciaciones de su esposa lamentándose de haberse casado con este, el lúbrico interés de la dueña de las salas de cine napolitanas, que ha creído encontrar en Antonio un no solo un salvador de su hijo sino, ante todo, un atenuante a su propia insatisfacción como mujer ya entrada en años. Las peripecias y torpezas de Carmela, capaz de arruinar la vida de su amado sin pretenderlo, y la incomprensión que recibe por parte no solo de sus convecinos, sino de su propia familia, irán aparejadas por la creciente desesperación que sobrelleva Antonio, incapaz en su lozana juventud de emerger de esa tela de araña que conforma el contorno de un marco existencial dominado por la mediocridad más ramplona, y en el que la figura de su castrante madre tendrá un protagonismo especial.

Ni que decir tiene, que dentro de la abundancia de episodios caracterizados por su sentido del humor, uno no dejaría de destacar el que describe la compra en Nápoles de un desvencijado autobús que, literalmente, se cae a pedazos, o la posterior bendición del mismo en las estación del pueblo –siempre tan separada del mismo-, en la que encontraremos precedentes de ecos berlanguianos –especialmente en el detalle de la bendición por parte del párroco, que diluirá la pintura del rótulo del vehículo-. Será el inicio de una auténtica batalla campal por parte de los accionistas del mismo –anteriormente propietarios de los carruajes que hacían dicho servicio-, que una elegante elipsis nos marcará han fracasado en su empeño, ya que el autobús de la compañía –mucho más potente- finalmente se hará cargo del recorrido, dejando entre otros a Antonio sin trabajo como chófer. Sin embargo, aunando ese sentido irónico, combinado por una mirada al mismo tiempo acre y revestida de ternura, sin duda la mejor secuencia del film se encuentra en la plasmación de la boda de la hermana de Antonio con Bellomo –en la que del mismo modo podríamos encontrar un referente con la que se celebrará en EL VERDUGO (1963) de Berlanga-. Una secuencia casi dolorosa de ver, en la que este deseará casarse al amanecer, sin que suenen las campanas ni se enteren los vecinos, solos con los novios, las madres de ambos, el cura y el propio Antonio. Un instante casi aterrador en la ruindad que preside una triste ceremonia de conveniencia, que culminará con la salida de la novia al exterior del templo, despidiéndose de su hermano, y yendo a continuación a remolque del que ya es su marido, su madre y su casi esquelética suegra. No será esta la conclusión de la película –que se formulará a través de una definitiva rebelión de Antonio ante la casa de los padres de Carmela, y la dignificación que él mismo ha adquirido ante los vecinos y vendedores del mercadillo, dispuestos a prestarles ropa y calzado que en el futuro se comprometerá a abonar-, pero sí quizá su instante más álgido e incluso incómodo de contemplar, en una –podríamos llamarla así- tragicomedia, en la que las carcajadas de muchos momentos, en alguna ocasión se quedan congeladas en la comisura de los labios.

Calificación: 3

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