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CINEMA DE PERRA GORDA

SATAN MET A LADY (1936, William Dieterle)

SATAN MET A LADY (1936, William Dieterle)

Cuando William Dieterle acomete la realización de SATAN MET A LADY (1936) para la Warner, ya atesoraba a sus espaldas el prestigio de su inicial andadura alemana y, sobre todo para el cine USA a través de su vinculación con dicho estudio, en donde incluso codirigió junto a su maestro alemán Max Reinhardt, la suntuosa y lúdica adaptación de Shakespeare A MIDSUMMER NIGHT’S DREAM (El sueño de una noche de verano, 1935) Es más, dicho prestigio se encontraba de un excelente momento, puesto que ya había dado vida a algunas de las célebres biografías que forjaron buena parte de la fama de este realizador tan extraño, versátil, irregular y apasionante por momentos, capaz de sorprender a la hora de acceder a unos encargos en los que por norma general aportará no solo su profesionalidad, sino en la mayor parte de las ocasiones la impronta y el background de su previa experiencia escénica y la influencia expresionista heredada de su Alemania natal. En cualquier caso, al encontrarnos ante la que sería la segunda adaptación al cine de la novela de Dashiell Hammet The Maltese Falcon –tras la firmada por Roy del Ruth en 1931, y años antes de la célebre adaptación llevada a cabo por John Huston en 1941-, de antemano se tiene la sensación de asistir a una producción de no muy elevado presupuesto, que en el momento de su estreno supuso un notable revés en la carrera del ya consolidado director. Lo cierto y verdad es que se percibe en su metraje una cierta sensación de desaliño, al tiempo que una clara adscripción a una comedia de tintes absurdos, que por momentos podrían acercarnos al cine de los Hermanos Marx o a posteriores muestras del género en su vertiente negra tan dispares, como COMRADE X (Camarada X, 1940. King Vidor) o ARSENIC AND OLD LACE (Arsénico por compasión, 1944. Frank Capra). Especialmente con estas últimas comparte ese cierto gusto por la desmesura de alcance humorístico, aunque haya que admitir que nos encontremos ante un producto que si bien podría ejercer como referente lejano de las mismas, no alcanza en ningún momento su efectividad.

SATAN MET A LADY se inicia mostrando de manera irónica la expulsión de una localidad, del poco recomendable detective Ted Shane (un sorprendentemente adecuado Warren William, encarnando al trasunto de Sam Spade). La cámara describirá un equívoco al espectador, al mostrar la estación en donde va a partir del tren, mezclando la escolta que acompaña a Shane hasta que el tren lo aleje de la ciudad, con la de una despedida triunfal de una mujer que ha tenido varios hijos y es aclamada como una auténtica héroe. Será la primera muestra de la ironía que desprende esta curiosa comedia, con una escueta duración de poco más de setenta minutos, en la que muy pronto veremos como nuestro principal personaje fomenta el acercamiento hacia una acaudalada dama con la que comparte ferrocarril, a la que aconseja proporcione un guardaespaldas de seguridad para proteger las joyas que cubren su cuerpo. Ello servirá para que logre un encargo en la mísera agencia de detectives de las que es socio junto a su compañero Milton Ames (Porter Hall) –casado con Astrid (Wini Shaw), una antigua conquista de Shane-. De dicha recomendación recibirán unos inesperados doscientos cincuenta dólares, siendo el inicio de una serie de vicisitudes que se prolongarán del encargo posterior recibido por la joven Valerie Purvis (Bette Davis), para ser protegida de un delincuente que, poco después, será asesinado, en el mismo marco –un cementerio- que el ya citado Ames. Todo ello dará pie a una embarullada historia en la que se entremezclarán siniestros y al mismo tiempo divertidos personajes, como la poco recomendable madame Barabbas (Alison Skipworth) y su siniestro hijo Kenneth (Maynard Colmes), siempre pendiente de realizar vigilancias, proclive ala práctica del crimen y devoto de los puros.

En realidad, SATAN MET A LADY propone una revisión en clave irónica y, en algunos momentos, sanamente humorística, de esa moda del “cine de detectives”, que tan en boga estaba en aquellos años, a partir del éxito de THE THIN MAN (La cena de los acusados, 1934. W. S. Van Dyke) y su inagotable descendencia –también a partir de una novela de Hammett-. En esta ocasión se plantea –por así decirlo- pisar el acelerador del absurdo, en una comedia que destaca bastante antes en la brillantez de sus diálogos, antes que en la puesta en escena de Dieterle quizá demasiado apelmazada, e incapaz de extraer todo el partido posible al cinismo que rezuma la historia que es plasmada en la pantalla. Aún con esa mengua de la necesaria desmesura y ritmo que precisaba la película, lo cierto es que, siquiera sea de forma mitigada, y con una cierta desigualdad en su ritmo, podemos asistir a la presencia de personajes divertidos, como la “rubia tonta” –imprescindible escucharla en versión original-, que encarna de forma hilarante Marie Wilson –es mr. Murgatroyd, la secretaria de la oficina de detectives-, o la presencia de ese ayudante de mme. Barabbas, ese atildado y casi caricaturesco inglés que, junto a ella, se prodiga en la búsqueda del cuerno de la leyenda del guerrero Roland, para lo cual no dudará en asaltar y registrar hasta el límite del salvajismo, las dependencias donde reside Shane, sin lograr ningún resultado positivo al respecto.

Lo cierto y verdad es que para disfrutar moderadamente del film de Dieterle, hay que dejar de lado el seguimiento de una embarullada intriga, que concluye con la detención sin resistencia del personaje encarnado por Bette Davis, y el inicio de la singular relación entre el detective y su secretaria. En esa apuesta por un relato que casi se desentiende de cualquier aspecto de verosimilitud, y en el que por otra parte se echa de menos un mayor arrojo en la realización, es donde se encuentra la relativa particularidad de un título que si bien en el momento de su estreno fue recibido hasta con hostilidad, con el paso del tiempo ha ido adquiriendo un estatus de culto. Personalmente no me sitúo ni en una ni en otra vertiente, pero al menos sirva la evocación de esta finalmente discreta pero por otro lado insólita película, para ir contribuyendo a redescubrir la diversidad de la filmografía de su realizador.

 Calificación: 2

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