Blogia
CINEMA DE PERRA GORDA

DR. EHRLICH’S MAGIC BULLET (1940, William Dieterle)

DR. EHRLICH’S MAGIC BULLET (1940, William Dieterle)

De todos es conocida la descripción que la Warner implicó en la figura de diversos conocidos personajes, a la hora de filmar una serie de biografías durante la segunda mitad de los años treinta, que forjaron una notoria fama al alemán William Dieterle, al tiempo que jugosos reconocimientos en cuantos intervinieron en la gestación de dichos títulos –en especial sus intérpretes y guionistas-. Sin embargo, no dejó de resultar curioso –y complejo-, plantearse tras el rodaje de THE HUNCHBACK OF NOTRE DAME (Esperanza la zíngara, 1939), nada menos que retomar este subgénero, dedicando un título a la figura del médico y, ante todo, investigador alemán Paul Ehrlich (1854 – 1915). Curiosamente, la película no se centrara en su lucha y logro de una vacuna contra la difteria –que le llevará tiempo después a lograr el Premio Nobel, sino que se centrará en su condición de descubridor de la llamada vacuna “606”, con la que se combatió la sífilis. Ni que decir tiene que tratar dicha cuestión en el Hollywood de inicio de la década de los cuarenta, fue un tema que suscitó no pocas controversias y tiras y aflojas, partiendo desde el propio estudio y las negociaciones realizadas en las oficinas de censura, que se se ciñeron finalmente en utilizar lo menos posible el término numérico de dicha vacuna, la palabra “sífilis”, y, por supuesto, que ambas circunstancias no se reflejaran en el título del film.

Más allá del aspecto anecdótico que hoy pueda revestir una circunstancia en su momento importante para dar luz verde al proyecto, lo cierto es que DR. EHRLICH’S MAGIC BULLET (1940), no solo ha quedado con el paso del tiempo como una de las menos conocidas biografías que Dieterle filmara en aquellos años, sino quizá como la mejor y más atrevida de todas ellas. Arropada por un cuadro técnico impresionante –John Huston como coguionista, Irving Rapper en calidad de director de diálogos, James Wong Howe como director de fotografía, Max Steiner en la faceta musical, ayudado por Hugo Friedhofer en la orquestación…- al que hay que unir un reparto más que excelente, adecuado para la ocasión, que permitió además a Edward G. Robinson componer una de las mejores interpretaciones de su carrera. Con ese bagaje como punto de partida, el film de Dieterle se iniciará con un rasgo que, a la postre, devendrá el elemento principal del relato; la consulta que un joven realizará con un rejuvenecido Ehrlich, confesando con pesar –el espectador simplemente lo intuirá- padecer una sífilis que incluso frustraría su planificado matrimonio. Pese al dramatismo de la situación que parece esgrimir el muchacho, la actividad habitual del médico protagonista –al que muy pronto veremos no cuenta con especial aprecio por parte de los responsables del hospital del que forma parte-, esta cobrará su inesperada rotundidad al comprobar el suicidio del mismo en el vestíbulo –el uso de la elipsis resultará esencial para atender la contundencia del suicidio vivido-, aunque en una primera instancia no resulte determinante para el proceder del doctor, este sin embargo sí que albergará la intención de abandonar un hospital en el que detecta una clara hostilidad –la película apenas señala la condición de judío de Ehrlich-.

A partir de ese momento, el devenir de la película se centrará por un lado en el providencial encuentro que mantendrá con el Dr. Emil Von Behring (Otto Kruger), que será determinante en su vida tanto como amigo como en la guía de sus afanes investigadores, la precaria salud de nuestro galeno, la relación que mantendrá con su esposa Hedi (Ruth Gordon), las luchas por obtener subvenciones del gobierno para prolongar sus investigaciones, o la facilidad con la que la lucha entre el éxito y el fracaso se puede producir casi dándose de la mano. Todo ello será mostrado ante todo con la anuencia de un montaje ejemplar –responsabilidad de Warren Low- que de la mano de Dieterle sabe alternar instantes caracterizados por ese ritmo sincopado habitual en el seno de la Warner, con otros en los que se advierte una serenidad e incluso una sensación de servir como necesario contrapunto, para que un relato plagado de sucesos y situaciones de diverso calado, adquieran la necesaria homogeneidad. El film del alemán puede considerarse, sin duda alguna, bastante insólito, en la medida de exceder su condición de biopic al uso –sin que el término lo incorpore con intención peyorativa-, e imbricándose ante todo en esa máxima de nuestro protagonista por la investigación, aunque centre sus objetivos centrales en el éxito logrado en su lucha contra la difteria y, sobre todo, la de la sifilis que se erigirá en el auténtico motor del relato.

Sin embargo, Dieterle huye por completo de cualquier tentación por la facilidad, como esa insólita elipsis en la que evitaremos visionar el periodo en el que nuestro protagonista vivirá los mayores reconocimientos de su trayectoria médica –un simple rótulo nos describirá su recepción del Premio Nóbel, tras ese plano conmovedor del nieto de un doctor que ha sido salvado por el suero inyectado por nuestros médicos protagonistas-. En realidad, el director parece detenerse más en la letra pequeña, alcanzando con ello penetrar en la auténtica personalidad de su principal personaje. Aunado por la hondura con la que Robinson dirige su admirable performance, la película tiene quizá su principal acierto en ese atractivo engranaje articulado a través del ya mencionado montaje, que permite insertar las secuencias y momentos relajados, destacándolos de los que se caracterizan por su nervio interno –esa sucesión de primeros planos estupefactos, producidos en la lujosa cena, cuando Ehrlich pronuncia a una filántropa el objetivo de sus investigaciones para la sífilis; la manera con la que se muestra el larguísimo proceso de investigación e incesantes pruebas-. Por el contrario, en el film de Dieterle adquieren una especial emotividad las secuencias donde casi se respira la familiaridad entre el matrimonio protagonista, estando con ellos presente Von Behring. Es por ello que la secuencia en la que este advierte tras una cálida velada el aviso del gobierno, cuando duda de la efectividad de sus investigaciones, y poniendo en tela de juicio la continuidad de sus subvenciones, rompiéndose la amistad entre ambos, adquiere tanta tristeza, como alegría lo adquirirá esa declaración final de este en la vista en la que presuntamente debía declarara en contra suya.

En realidad, en una película en la que el ritmo se erige como uno de sus elementos más significativos, lo cierto es que esta se encuentra trufada de elementos en los que se recoge la herencia expresionista del pasado de Dieterle –esos planos de las madres de los niños enfermos de difteria, que se arremolinan tras las puertas del hospital, la propia articulación de instantes de montaje en el proceso de investigaciones-. Pero junto a ellos podemos vivir secuencias tan emotivas como la que permite concluir el film, en el que los compañeros del doctor a las puertas de la muerte, se sitúan junto a este en penumbra, mientras su esposa se encuentra en una estancia contigua tocando –como siempre ha hecho en esos instantes en los que el intimismo entre ambos ha sido esencial-. Lo cierto es que DR. EHRLICH’S MAGIC BULLET no deja de introducir apuntes que revelan la posterior presencia del nazismo en la sociedad alemana –el reproche del observador que encarna Sig Ruman al observar que el protagonista tiene uno de sus ayudantes de origen oriental, reprochándole su negación del respeto al origen alemán-, o la originalidad de esa ya señalada secuencia de la cena en la que el médico acudirá por mediación de su esposa, a la lujosa gala que preside la filántropa Franziska Speyer (Maria Ouspenskaya), que culminará con la inesperada fascinación de esta por los planes de investigación de Ehrlrich, culminando la secuencia con un plano de retroceso en el que se verán ambos solos de comensales, mientras el galeno le explica sobre el mantel los ejes de sus investigaciones.

No suelen ser, ciertamente, muy numerosos, los títulos que en el cine han tratado temas relacionados con la profesión médica. Sin embargo, el film de Dieterle no solo supone uno de dichos exponentes, sino sin duda se erige en uno de los más insólitos y, teniendo en cuenta el tiempo en que fue realizado, arriesgados –tan solo me viene a la mente su posible comparación con la posterior THE GREAT MOMENT (1944), la única realización dramática de Preston Sturges-, al tiempo que atractiva en su desarrollo estrictamente fílmico.

Calificación: 3

0 comentarios