THE STORY OF LOUIS PASTEUR (1936, William Dieterle) La tragedia de Louis Pasteur
Pese a que su encuentro con el intérprete se produciría un año antes con la atractiva DR. SOCRATES (El doctor Sócrates, 1935), THE STORY OF LOUIS PASTEUR (La tragedia de Louis Pasteur, 1936) supone el primero de los tres biopics que el alemán William Dieterle dirigió, en el seno de Warner Bros, protagonizados por el prestigioso Paul Muni. Recordemos que las dos siguientes fueron THE LIFE OF EMILE ZONA (La vida de Emilio Zola, 1937) y JUAREZ (Juárez, 1939). Por la primera de esta última dupla, Muni recibió una nominación al Oscar el mejor actor, pero la trilogía no pudo resultar mejor para el intérprete, puesto que por su retrato del célebre científico francés obtuvo la célebre estatuilla.
Nos encontramos ante un ámbito de producción dentro del estudio, que podríamos delimitar como ‘films de prestigio´, aunque en este caso nos encontremos ante un relato cuyo presupuesto sobrepasó los trescientos mil dólares, e incluso parte de su escenografía fuera reutilizada de otras producciones previas. Sea como fuere, lo cierto es que el film del alemán desprende desde sus primeros minutos su voluntad de articular una mirada progresista, en contraposición hacia el elemento reaccionario del conservadurismo científico. Será una faceta discursiva, que conecta decididamente con la conciencia -decididamente antifascista- del cineasta, y que se traslada a través del guion elaborado por Sheridan Gibney y Pierre Collings.
Paradójicamente, hay que señalar que precisamente dicha querencia discursiva acoge, a ojos vista de nuestros días, los elementos más envejecidos de la película, situados por fortuna en sus primeros minutos. Y es que si es en la presentación del protagonista -desde donde en el primer momento comprobamos la irónica sobriedad de la espléndida composición de Muni, casi preludiando los rasgos del gran Rex Harrison- podremos percibir esa mirada casi naturalista en torno a sus tribulaciones, no sucederá lo mismo en ese ámbito de la academia de medicina francesa, que ejercerá como opositora a sus demandas. Y todo ello, centrado de manera muy especial en el apergaminado doctor Charbonnet (Fritz Leiber). Esa descompensación en la oposición de mundos cincela con precisión los márgenes en que desarrolla su labor investigadora tanto Pasteur como incluso su círculo familiar, descrito con esa naturalidad que se extenderá en el resto del metraje. No obstante, a la hora de describir ese entorno académico, en no pocos momentos parece que nos situemos ante estereotipados y paródicos personajes, como el que encarnaba Louis Calhern en la delirante DUCK SOUP (Sopa de ganso, 1933. Leo McCarey). Eso sí, planteados en serio. Es por ello, por lo que a THE STORY OF LOUIS PASTEUR le cuesta, bajo mi punto de vista, adentrarse en el marco de su propia personalidad, que la tiene. Quizá el momento definitivo de su asentamiento dramático resida en el destierro del científico de París, para proseguir sus investigaciones en una pequeña localidad rural
Llegados a este punto, el espectador habrá advertido de la presencia -prolongada a lo largo del relato- del recurso por una elipsis que, de manera deliberada, marcará una constante huida por cualquier elemento melodramático, esquivando constantemente altibajos emocionales, y sirviendo como principal aliado de esa crónica cotidiana, en ocasiones sentida, en otras incluso divertida, de una andadura científica que, en más ocasiones de las deseables, se vería envuelta de sinsabores, casualidades… y de tedio. Conviene evocar como se plantea al espectador el forzado destierro del protagonista por parte de la ciencia y las autoridades parisinas, mientras este llega abatido a su casa, y su esposa e hijos le esperan con una tarta de cumpleaños. Este dirá lacónicamente que se van de allí y un fundido en negro nos trasladará de inmediato al apacible entorno campestre, donde poco a poco revertirá la suerte del protagonista.
Puede decirse que, a partir de ese momento, el film de Dieterle adquirirá su definitiva y relajada entidad propia, y ya no la abandonará en ningún momento. Con esa insólita configuración, la película se irá desarrollando a través de una sucesión de episodios desarrollados casi en voz baja, en los que lo cotidiano e incluso la sobriedad más destacada, surfeará sobre pasajes de entrada tan peligrosos de cara a una deriva sentimentalista, como la llegada de ese niño traspasado por la rabia o, de manera más intensa, en esa auténtica peregrinación de campesinos rusos infectados con aquella enfermedad, en aquellos tiempos -finales del siglo XVIII- mortal de necesidad. En uno u otro caso, sin rehuir esa pátina de emotividad -ese plano desde el interior de la vivienda de Pasteur, donde entre la niebla y una cortina en la ventana se contempla esos campesinos, que parecen emerger de una pesadilla-, la película apostará de una manera sobria y naturalista por el avance en sus investigaciones. En todo momento recurriendo al over narrativo, sorteando cualquier tentación sensiblera, y buscando un cierto grado de serenidad, en donde no estarán ausentes ciertos elementos de comedia.
Que duda cabe que dicha opción dramática es la que permite que THE STORY OF LOUIS PASTEUR perviva en nuestros días, casi nueve décadas después de su estreno, como un título revestido de una extraña modernidad. Y es algo que determinarán algunos de sus pasajes más singulares. Por ejemplo, a la hora de describir el primer gran descubrimiento del protagonista se describirá una prueba en su entorno rural, donde se infectarán a 50 ovejas, a 25 de las cuales Pasteur inoculará con su vacuna. La cita devendrá multitudinaria, dentro de un contexto de ambientación bucólica, curiosamente bastante cercano al Americana, en donde este se anotará su primer gran tanto al encontrar la cura del Antrax -que había desolado la ganadería francesa tras la I Guerra Mundial-. Al comprobar el éxito de su vacunación, en vez de apostarse por un clímax, Dieterle detiene un primer plano compartido sobre Pasteur, junto a sus ovejas, sin poder expresar su felicidad interior, y limitándose a agradecer tímidamente a su colaborador el éxito -Emile Reux (Henry O’Neil)-, en el que considero el instante más brillante de la película. Muy poco después, se procederá a la petición de mano de su hija, por parte de su colaborador, el joven galeno Jean Martel (Donald Woods) -hasta entonces, la relación entre la pareja de jóvenes apenas ha sido plasmada con pequeñas sugerencias-, y lo que podría inducir a un crescendo romántico se dirimirá con un giro ingenioso de comedia por parte del microbiólogo. El episodio en que se muestra el nacimiento del nieto del protagonista, una vez más apostará por la elipsis, y por un compromiso de Pasteur hacia su eterno antagonista, Charbonnet, con quien firmará un compromiso caso de que su vacuna contra la rabia no funcione. Incluso en esta secuencia en apariencia tan tensa, las reiteradas apelaciones a la higiene en los instrumentos que ha de usar el veterano médico proporcionaran a estos instantes una cierta aura slapstick.
La película aún nos propondrá otro de esos instantes dominados por una extraña simbiosis de sobria emotividad. Será el momento en que su eterno contrincante se acerque hasta un ausente Pasteur, y le entregue ese compromiso firmado con el que pretendía desacreditarlo. Será el momento en que se ratifique la humanización de un personaje que aparecería en pantalla con esquematismo, pero que a lo largo del metraje Dieterle ha logrado conferir de una entidad, como sucederá, en mayor o menor medida, con el conjunto de la fauna humana que puebla este auténtico antibiopic, del que por encima de su ambientación de época y de sus servilismos historicistas, emerge una extraña sensación de serenidad y, sobre todo, de búsqueda de una atonalidad, a la que no ayuda por cierto el tan obligado como algo impostado homenaje que le sirve de conclusión.
Calificación: 3
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