KISMET (1944, William Dieterle) El príncipe mendigo
No cabe duda que la primera mitad de las edad de los cuarenta, fue el periodo dorado para que Hollywood produjera fantasías orientales, destinadas al divertimento de las masas. Es cierto que dicha corriente se prolongó en estudios como la Universal hasta la década siguiente, cada vez más escorados a producciones de clara serie B –aunque en ocasiones dominadas por su encanto camp-, que probablemente aparecían con más viveza pese a la modestia de sus predicciones. Dicho esto, fue en esos años cuarenta, cuando se apostó de manera más fastuosa por la recreación oriental, y hay que reconocer que la fantasía de Edward Knoblock Kismet, ha sido una de las más recurrentes a la hora de ser trasladada a la pantalla. Conocida es la adaptación que Vincente Minnelli auspició en clave musical en 1955, pero es cierto que William Dieterle ya fue el artífice de una versión rodada en Alemania en 1931. Quizá con ese procedente, y cuando la figura del realizador se encontraba en un buen momento, desde esa Metro Goldwyn Mayer se adjudicó al alemán la puesta en marcha de esta rareza en su obra, que curiosamente algunos años después, tendría una relativa prolongación con la casi delirante SALOME (Salomé, 1953). La diferencia estribaría, fundamentalmente, en que la película que centra estas líneas, adquiere una clara aura de farsa, mientras que en la propuesta bíblica, su base argumental aparecía con un fondo claramente dramático.
KISMET (El príncipe mendigo, 1944) por el contrario, desde sus primeros fotogramas, aborda el aura distanciada de un relato, que sabes desde el primer momento el derrotero que va a asumir, con esa presentación de sus protagonistas a través de las páginas de un libro, que nos mostrarán las imágenes de sus principales personajes, descritos con la voz en off del audaz Hafiz (Ronald Colman). Se trata de un hombre ya maduro pero de mente despierta, que se dedica habitualmente a la mendicidad en la entrada a Bagdad, ejerciendo como líder de todos los indigentes. De noche, simulará el aspecto para erigirse en un falso noble, mientras que por su parte, el Califa de Bagdad (James Craig), hace lo contrario también por las noches, utilizando un aspecto humilde, para mezclarse entre sus súbditos, y descubrir sus carencias y miserias. Para más casualidades, Hafiz mantiene una extraña relación con la hermosa Jamilla (Marlene Dietrich), noble protegida por el avieso Gran Visir (Edward Arnold), mientras que por su parte, el joven Califa se encuentra enamorado –simulando ser el hijo del jardinero de palacio- de la hija del mendigo –Marsinah (Joy Page)-.
Y en una historia dominada por las falsas identidades y la simulación, William Dieterle se sirve de la dirección artística y la escenografía, en la que participarán figuras tan relevantes como Cedric Gibbons y Edwin B. Willis y, de otra parte, del aporte pictórico que ofrece el operador Charles Rosher y, fundamentalmente, de la técnica en el Technicolor Natalie Kalmud. Serán ambas vertientes, puntales fundamentales para proporcionar un determinado interés visual, a una propuesta que no busca más que apelar a una cierta fascinación visual, intentando envolver una débil premisa argumental. Ello no logra articular el necesario equilibrio, para por un lado adentrarse en una fantasía que no puede tomarse en serio, más que con un tratamiento de puesta en escena de mayor intensidad de la desplegada ni, por otro lado, proporciona la necesaria distancia para mirar desde fuera unas peripecias burlescas, que quedan siempre a medio camino.
Es por ello, que el moderado atractivo de KISMET aparece en ese elemento visual. En la grandiosidad de una escenografía dominada por decorados exteriores y, sobre todo, interiores, de descomunales proporciones, que precisamente por ello, acentúan su irrealidad, y que además se ofrecen con una insólita estilización, poco habitual para partir de un estudio tan codificado y conservador en esta y otras vertientes. Es evidente que Dieterle se siente muy libre tomando y utilizando dicho elemento estético, disfrutando a través de esos grandes planos generales que potencian dicha escenografía, al tiempo que no duda en situar elementos más menguados de la misma, entre la mirada de la cámara y sus personajes. Unamos a ello ese atractivo cromatismo, desforrado en el uso de Technicolor, que tiene instantes de especial expresividad, en las luchas de Hafiz para huir de los esbirros del Visir, a los que lanza a una piscina de desopilantes tonos azules, o en aquella secuencias en las que utiliza trucos de magia, donde los humos de vivos colores acentúan esa sensación de fantasía e irrealidad.
Al margen de estos catalizadores visuales, lo cierto es que KISMET aparece en buena medida ahogada por sus convenciones, que no siempre se centran en su seguimiento argumental. Hablo por ejemplo del servilismo a la figura de una poco adecuada Marlene Dietrich, quien da vida a un extraño número musical, vestida totalmente con una tintura dorada –lo marcará la presencia de sus míticas piernas-, o el delirio kitsch que describen esas coreografías en el interior de las dependencia del Visir, que Dieterle intenta describir como una prolongación de su fascinación por la escenografía. O en algunas secuencias, en donde realmente sí se plantea ese delirio que, de haberse prolongado en una mayor medida, hubiera favorecido ese lado trasgresor que su metraje pide en ocasiones casi a gritos. Me refiero a esa secuencia de conclusión, en la que el Califa ya liberado del traicionero Visir, se dirigirá hasta la modesta vivienda donde reside su mada Marsinah, derribando la pared que separa su patio, y apareciendo en su lugar una suntuosa alfombra que servirá para que la muchacha lo conozca y pise por encima de ella.
Extraña combinación de relato suntuoso, que en ocasiones por su propia textura aparece casi inclinado por una extraña serie B, lo cierto es que KISMET surge como un extraño paréntesis en un periodo de notable brillantez en la obra del director alemán. Y quizá sea esa propia extrañeza, esa relativa claudicación a unos postulados muy difíciles de evadirse, lo que defina su conjunto. Al menos ese empaque y esas búsquedas visuales, nos permitirán consolidar un cierto grado de discreción y singularidad, para un conjunto que, a título anecdótico, recibió cuatro nominaciones técnicas, para los premios de la Academia de Hollywood de aquel año.
Calificación: 2
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