ANOTHER DAWN (1937, William Dieterle)
Jamás estrenada en nuestro país, e incluso ninguneada en su valoración por especialistas en la obra de Dieterle, como Hervé Dumont –en su por otro lado excelente monografía, editada con motivo de la retrospectiva que sobre el cineasta se celebró en el Festival de Cine de San Sebastián en 1994-, lo cierto es que no puedo estar más en desacuerdo en esa valoración esencialmente negativa que se ofrece de ANOTHER DAWN (1937). Es más, creo que su resultado engrosa una nómina –más extensa de lo que pudiera parecer a primera vista- de obras por lo general dejados de lado a la hora de analizar el conjunto de la filmografía de William Dieterle, en ocasiones superiores en cualidades a algunos de sus títulos más reconocidos, y también más libres y sencillas, demostrando al mismo tiempo la versatilidad de su condición como cineasta y, sobre todo, un rasgo que por lo general se suele omitir a la hora de reseñar las cualidades más evidentes de su cine; su clara adscripción a un determinado clasicismo romántico-. Se trata de una apuesta que nunca se le ha reconocido, quizá por que se ha preferido destacar otras facetas más o menos visibles o externas de su cine, quedando orillados una serie de títulos intimistas, realizados dentro de un campo de acción mucho más relajados, e incluso un ámbito de producción más sencillo y humilde, rompiendo la imagen de ese cineasta ligado a grandes escenografías o el recuerdo a la dramaturgia proporcionada por figuras de relieve.
A partir de esas premisas, ANOTHER... se ofrece –a partir de sus poco más de setenta minutos de duración-, como una sencilla y al mismo tiempo compleja, divagación sobre las dolorosas circunstancias en las que en muchas más ocasiones de lo deseable se envuelve el amor. La película se iniciará en tierras colonizadas por el ejército británico. En concreto en la región de Dubik, un territorio árabe donde se sitúa un destacamento y cuartel británico, encabezado por el coronel John Wister (Ian Hunter). Este se encuentra muy ligado a la figura de su auténtico “segundo”, el joven capitán Denny Roack (Errol Flynn, derrochando galanura), decidiendo realizar un viaje de vacaciones en el que conocerá a una joven amable pero al mismo tiempo esquiva e incluso con cierto aire de misterio. Se trata de Julia Sashton (la personalísima Kay Francis), quien no dejará de mostrarse amable con Wister, aunque al mismo tiempo se mantenga huidiza por unas circunstancias que en principio se desconocen. Poco tiempo después estás se harán públicas ante él, al encontrarse de nuevo en la mansión de los familiares del coronel, confesándole Julia que es viuda de un joven que murió al estrellarse un modelo de avión creado por él, y del que sigue manteniendo su amor, aún después de su muerte. Se trata, es innegable señalarlo, de una premisa bastante inusual, que se convertirá de manera práctica en un impedimento notable para que el amor que el militar siente por la joven, no se vea correspondido por esta más que en un sincero afecto. Será esta, sin embargo, una base suficiente para que ambos contraigan matrimonio –hábilmente descrito elípticamente-, volviendo a Dubik tras una llamada el coronel con su nueva esposa.
La llegada –magníficamente mostrada por Dieterle- nos permitirá atisbar la extrañísima cuadruple relación sentimental que está a punto de insertarse en el interior del acuertelamiento británico, ya que los dos recién contraídos esposos, apenas advertirán que serán objeto de la atracción de los hermanos formados por Denny y Grace Roark (Frieda Inescort). Y es que la primera contemplación entre la recién convertida en esposa y Danny –que aún no sabe dicha circunstancia en la estación- preludia una atracción que poco a poco se tornará irresistible. Pero por otro lado, la expresión que mostrará el rostro de Grace al conocer la noticia del esponsal, revelará al espectador el secreto amor que viene manteniendo con Wister.
A partir de ese instante, ANOTHER... se deja llevar por las previsibles aguas de este auténtico e inusual cuarteto amoroso, dentro de un contexto que con probabilidad habremos contemplado en otros títulos precedentes y posteriores. Pero lo que resulta innegable, es que Dieterle confiere a este pequeño relato una densidad que en algunos instantes llega a ofrecer matices casi místicos –la conversación en la que Julia confiesa a Wister la imposibilidad de amarle, revelándole ese sentimiento bigger than life que sigue manteniendo en su interior por aquel piloto fallecido-, o en la incorporación de detalles que permiten que la joven plasme en Denny una especie de reencarnación de la figura del que fuera el amor de su vida –lo comprobará oyéndole reir mientras enjaeza su caballo para que ella lo porte-.
A partir de la introducción de dicho elemento amoroso, la película jamás abandona un marco de delicadeza, logrando expresar con sorda tristeza esa máxima del amor no correspondido, cuando entre él se puede interferir el respeto e incluso la admiración que ambos sienten por otra persona –en este caso la figura del esposo de esta y superior de Denny-. Será sin duda una muralla que ambos no intentarán franquear, aunque en una fiesta ofrecida por la comunidad, los dos jóvenes no puedan evitar exteriorizar su amor, en una delicada secuencia desarrollada en los jardines exteriores de la mansión. Será un punto de inflexión que no evitará, pese al rechazo que nuestros protagonistas manifestarán en esta casi impulsiva exteriorización de sus sentimientos, que el amor que se profesan se mantenga latente en su interior. Y todo ello, será mostrado con Dieterle sin levantar jamás la voz, poniendo en práctica una dirección de actores mesurada e intimista –un juego al que se prestarán con acierto sus tres principales intérpretes-. El uso de recursos como la elipsis y sobreimpresiones, el impacto dramático de esas persianas que ejercen en algunos momentos casi como prisiones morales y en otros como protección de los sentimientos de los personajes que se ocultan tras las sombras de estas, serán elemento que el realizador sabrá utilizar con sabiduría, insuflando al relato de un preciso grado de densidad. Será una característica que en última instancia se trasladará al ordenar a Denny –por el consejo de Julia a su marido- al mando de una peligrosa misión en el desierto, en el que sus hombres caerán bajo una emboscada, pero de la cual este finalmente logrará salvarse. Lo hará precisamente por la ayuda de un combatiente hasta entonces calificado como cobarde –una de las subtramas insertas en la película-.
Será este un episodio magnífico, en el que el realizador logrará extraer –siempre en comunión con el director de fotografía Tony Gaudio- el alcance amenazador de los árabes, proyectando sus sombras en las arenas del desierto, y produciéndose en el asedio momentos de auténtica fuerza dramática, como el ataque al veterano oficial, que pedirá a un compañero que le retire la medalla de San Cristóbal, para evitar morir y que los árabes dudaran de su eficacia. Denny logrará ser rescatado herido, aunque en su proceso de recuperación Julia se mostrará ausente –en realidad ella fue la que sugirió a su esposo que enviara a este en su lugar-. Pero pese a dichas fronteras y ausencias, el amor seguirá aflorando entre ellos en ese reencuentro en el que con una pasmosa naturalidad, los dos reconocerán la situación planteada. Será un proceso duro, que para Denny servirá para escuchar las lúcidas y pacientes palabras de su hermana, quien le confesará que durante siete años ha amado secretamente a John, aunque se ha acostumbrado a mantener en secreto dicha pasión, asumiéndolo con una entereza asombrosa. Reconozcámoslo, no era habitual en el cine norteamericano de aquel tiempo encontrarse con propuestas tan complejas dentro del melodrama, y si bien la resolución de la misma no pueda dejar de resultar hasta cierto punto previsible, no es menos cierto que la cadencia que Dieterle logra integrar al conjunto del relato, es la que otorga a la misma un grado no solo de credibilidad sino, sobre todo, de cercanía, cariño y respeto, a unos personajes a los que se acerca con comprensión y, por supuesto, huyendo en todo momento de cualquier connotación moralizante.
En la valoración negativa que Hervé Dumont ofrecía de esta película, apelaba a la ausencia de pasión que Frank Borzage hubiera proporcionado a dicha historia. Lamento estar en desacuerdo con dicha afirmación, ya que en algunos momentos las imágenes de ANOTHER DAWN –que además se inicia con ese extraño plano que rompe el exotismo del fortín colonial con la aparición repentina de un avión-, sí que nos ofrecen ecos no demasiados lejanos del dolor emocional que en muchas ocasiones se ha planteado en la pantalla ante las relaciones amorosas. Es por ello, unido al hecho de que la película apenas sea reseñada a la hora de hacer una valoración de conjunto de la obra de su director, por lo que no puedo más que reconocer el placer que me ha producido esta pequeño, intimista, romántico y, en última instancia, esperanzado melodrama. Una película con la que Dieterle dio prueba no solo de versatilidad, sino que demuestra por un lado el hecho de encontrarnos aún con títulos de interés poco explorados en su filmografía, así como la posibilidad de que varias de estas obras semi escondidas, tengan similares o incluso superiores valores, que algunas más reconocidas.
Calificación: 3
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