ONE WAY STREET (1950, Hugo Fregonese) Murallas de silencio
A cualquiera que –como un servidor- haya tenido la ocasión de contemplar un número más o menos reducido en la nómina de títulos que forjaron la filmografía del director argentino Hugo Fregonene, seguro que habrá percibido la voluntad del realizador de desmarcarse de cuantas variantes genéricas le tocaron en suerte y facilitaron la continuidad de su trayectoria como director. Es por ello que al contemplar estas, siempre se tiene una sensación de extrañeza, como si sus intenciones se alejaran por completo de los ámbitos convencionales a los que, en teoría, iban en el empeño de argumentos que le permitieron dirigir, inclinándose por el contrario a destacar las particularidades de gentes y colectivos corrientes y mundanos, en donde siempre partió de una mirada en profundidad en la colectividad humana en la que insertaba sus películas. Uno de los elementos que Fregonese utilizaba con frecuencia, fue la incorporación de inesperados giros que introducían al espectador en un nuevo ámbito y, sobre todo “reengancharlo” y atraerlo hacia ese segundo marco de acción, en donde el argentino lograba finalmente establecer el objetivo central de sus películas.
Todo ello, punto por punto, se cumple en ONE WAY STREET (Murallas de silencio, 1950), rodada para la Universal International, e inserta dentro de ese subgénero del cine policíaco fronterizo, que legó a la producción norteamericana títulos tan interesantes como RIDE THE PINK HORSE (Persecución en la noche, 1947. Robert Montgomery). En esta ocasión, la película –que pude contemplar en una copia de la edición española que cuenta con algunos cortes, quizá unos por censura y otros por el propio desgaste de la cinta-, se inicia con un claro planteamiento de cine noir. Tras una cita que adelanta el tono fatalista que parece preludiar, la cinta en realidad se centra en el pensamiento de su protagonista masculino. Una panorámica en plano general de izquierda a derecha nos describe luna visión nocturna de Los Angeles, hasta presentarnos a un grupo de atracadores –encabezado por John Wheeler (impecable Dan Dureya)-. Ambos acaban de realizar un golpe, estando a la espera de la llegada del último de los asaltantes para repartir un botín de doscientos mil dólares. La situación no deja de resultar familiar para cualquier seguidor de dicho género, pero muy pronto reservará una sorpresa con la irrupción del doctor Frank Matson (magnífico James Mason), quien se encuentra aliado con la amante de Wheeler –Laura Thorsen (Märta Torén)- para lograr con una sencilla pero efectiva argucia, hacerse con el botín y huir sin mayores dificultades de una situación en teoría imposible de poner en práctica. Muy pronto para la pareja de secretos amantes se plantearán las dificultades, iniciadas con la inesperada aparición del otro atracador, que se encontraba escondido en el coche en el que huían, viviendo a continuación un accidente del que lograrán salir ilesos.
De todos modos, y cuando los derroteros de ONE WAY... parecían ir centrados en una persecución por parte de los hombres de Wheeler -herido más que en la pérdida del botín, por el hecho de la traición evidenciada por su amante-, la película brinda un extraño giro que, a fin de cuentas, se revelará como su principal atractivo, mostrando esa querencia de Fregonese por el tratamiento de temáticas extrañas e inhabituales –en este caso partiendo de una base argumental de Lawrence Kimble-, en las que parecía sentirse especialmente a gusto. Esta no es una excepción, permitiéndonos asistir a un completo cambio de registro a partir del vuelo que girará la pareja protagonista con destino a la capital mexicana, y que les dejará junto a una aldea rural debido a una avería en la avioneta que tripulaban. Será una consecuencia del destino, como lo será el casual encuentro con el padre Moreno (excelente Basil Ruysdael), y también con la avanzadilla de una banda de facinerosos, a los que el veterano sacerdote logrará disuadir de su –intuido- deseo de asaltarlos. A partir de ese momento, la película cobrará otra textura, el contraste entre la opresión de la vida nocturna de la ciudad quedará transmutado por una nueva visión de la existencia, en la que el materialismo quedará sustituido por una voluntad de servir a la comunidad, una asumida sencillez en las formas de vida y, en definitiva, para nuestros dos protagonistas, una nueva oportunidad en su existencia consolidando una relación sentimental que, de otro modo, siempre hubiera estado condicionada por las ansias de venganza del gangster engañado por partida doble. Todo ese proceso estará magníficamente plasmado en la pantalla por un inspirado Hugo Fregonese, quien sabe captar la manera con la que los lugareños modificarán su inicial actitud hostil hacia el doctor –la población se encuentra sojuzgada por el influjo de una curandera de fuerte personalidad-, al tiempo que la acción se beneficiará del excelente tratamiento que se ofrece de sus tres principales personajes. El principal de ellos, será lógicamente Matson, quien de ser un médico fracasado que solo servía para ayudar a delincuentes, pasará a encontrar una oportunidad de servir a una comunidad y, con ello, redimirse de un comportamiento del que cada vez más se encontrará arrepentido. Ni que decir tiene, que esa evolución y la vulnerabilidad de su comportamiento, tendrá en Mason un aliado de excepción, desplegando una gama de matices que hacen creíble ese proceso de transformación –y que incluso nos llevará a asumir con convicción como, de la noche a la mañana, abandonará el traje urbano que lucía, para vestirse como uno más de los campesinos-. Será su personaje el más rico de la película, mostrándose entregado en su capacidad de ayuda, contrariado cuando sus cuidados no permiten la mejora de alguno de sus pacientes, e incluso astuto al aplicar algunos trucos entre los habitantes más adictos a la curandera, para lograr con ello acercarlos a su práctica de la medicina.
Por su parte, Laura manifestará en todo momento una especial sensibilidad, intuyendo en su actitud, en sus miradas y en el reflejo del contexto de lo que vive, la posibilidad de felicidad plena que les puede proporcionar este lugar ignoto y sin pretensiones, pero grande en esa sencillez que, en definitiva, proporciona la pureza más absoluta en la vivencia humana. Será un proceso rápido en el tiempo, en el que influirá la manera que el realizador tendrá de describir un microcosmos revestido de sencillez, en el que solo marcará la distorsión la banda de bandidos que asolará la población cuando las fuerzas del ejército se encuentran alejadas de la misma. Finalmente, será el padre Moreno quien, con la sabiduría que le proporciona una larga aventura vital, intuirá el pasado cuestionable de Matson, aunque en todo momento alentará en él, siempre con diálogos provistos de doble sentido e ironía, la posibilidad de esa redención que ha iniciado, sin él buscarlo, en su labor de servicio a esta comunidad necesitada de su prestación médica.
Con todos estos mimbres, Fregonese logra entrelazar un relato de alcance telúrico, en el que casi como si fuera un hechizo, dos personajes que se encaminaban a un destino trágico, encontrarán casi sin pretenderlo la posibilidad de una nueva vida. Cierto es que en la narración alcanzará una escasa importancia el proceso seguido por Wheeler para dar con ellos –es algo además que se muestra muy cuarteado en la copia que pude contemplar-, pero también resulta cada vez más claro para ese médico restituido en su valía como tal, la necesidad de enfrentarse a ese pasado que ambos provocaron, si quieren que iniciar esa nueva vida de manera definitiva. Esa decisión les llevará a abandonar esa pequeña aldea, en una secuencia conmovedora en el que los rostros de todos sus habitantes hablan por sí solos del cariño que demuestran hacia los que bien poco antes consideraban extraños –incluso la curandera mostrará una expresión pesarosa-, e incluso poco antes el padre les había emplazado a retornar para poder casarse, ejerciendo él como oficiante.
Y llegará el momento del enfrentamiento entre un Matson dispuesto a devolver a Wheeler el botín –que mantiene íntegro-, mientras este último sigue sin asumir la pérdida de su antigua amante. Una vez más, la astucia del doctor podrá contra la arrogancia del jefe de los gangsters, quien se verá incluso traicionado por su principal ayudante –Ollie (William Conrad)-, logrando con ello romper con una auténtica maldición, que hubiera impedido el derecho a la felicidad de dos seres sensibles que solo tuvieron la debilidad de compartir un contexto en el que nunca estuvieron cómodos. La sequedad de ONE WAY... impedirá que contemplemos el regreso de la pareja a ese lugar que los espera con tanta ansiedad como ellos tienen en regresar. No importa. Una vez más, Hugo Fregonese logró poner en práctica un relato de género, insertando en él variables divergentes, y logrando ligarlas con ese extraño sentido del riesgo que, probablemente, emergería como su mayor rasgo de personalidad.
Calificación: 3
4 comentarios
Felipe -
HA SIDO TODO UN DESCUBRIMIENTO QUE QUIERO COMPARTIR.
Jordan Trunner -
Jordan Trunner
Juan Carlos Vizcaíno -
En primer lugar, me alegra que escribas en este blog y aprecies sus contenidos. En cuanto al tema de Fregonese, la verdad es que hasta hace muy poco no me había decidido a acercarme a su cine, pero más vale tarde que nunca. Creo que ya son cinco los títulos suyos que he visto, y lo cierto es que se trata de uno de los directores más inclasificables que conozco, ya que detecto sobre todo en su obra una huída deliberada del seguimientos de los clichés de los géneros que maneja. Esto es lo bueno de bucear en el cine clásico, que de vez en cuando aparecen nombres que poco tiempo atrás desconocías, y se convierten en viejos y al mismo tiempo nuevos compañeros en la búsqueda de títulos interesantes.
Por cierto, en breve incluiré en mi blog un enlace con el tuyo. Será una manera de estar un poco más unidos en nuestro común cariño por el cine ¡Y por favor, deja de llamarme de usted, jajaja!
ALFREDO -
Me alegra que usted divulge esta figura de sumo interés.
http://cineyarte.blogia.com