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CINEMA DE PERRA GORDA

MAN IN THE ATTIC (1953, Hugo Fregonese)

MAN IN THE ATTIC (1953, Hugo Fregonese)

Poco a poco, según uno va a adentrándose en la filmografía del argentino Hugo Fregonese, va ratificándose en la impresión que puede proporcionar el visionado aislado de cualquiera de sus films; la de ser un cineasta errante por convicción, e inconformista con los códigos que marcaba el cine de géneros, aunque en esencia respetara los marcos que le eran otorgados por las diferentes productoras. Pero sobre todo fue un cineasta personal, valiente, siempre discurriendo a contracorriente y, en esencia poseedor de una personalidad indiscutible, que logró imponer a un cine que –paradójicamente- se desarrolló en su mayor parte en la confluencia de personalidades y ámbitos de diferentes países. Es probable que nuestro cineasta se sintiera especialmente a gusto en esta coyuntura, puesto que lo que hasta ahora he podido contemplar de su obra –siempre inserta en dicho contexto-, no viene sino a ratificar la valía de un realizador del que hasta hace bien poco me había mantenido ausente. Peor para mí, aunque bueno es el momento de intentar seguir los rastros de una obra que cada vez me resulta más atractiva, y cuyo interés he ratificado al contemplar la -una vez más- insólita MAN IN THE ATTIC (1953) –ausente de estreno comercial en nuestro país, apenas conocida, y despachada con cierto desdén por los especialistas Tavernier y Coursodon en una de las escasísimas referencias que de la misma he logrado encontrar-. Nueva versión de la figura de Jack el destripador –que pocos años antes había realizado con brillantez John Brahm para el mismo estudio –la 20th Century Fox-, no cabe duda que nos encontramos con un marco propicio para que Fregonese se inserte dentro de sus métodos de trabajo, el rodaje para una productora norteamericana en el seno de su división inglesa, con un contexto de serie B, y permitiendo asimismo una relativa mixtura de géneros, que quizá en esta ocasión no tenga tanta apariencia exterior como en otros de sus títulos, pero que no cabe duda confluye en uno de los resultados más valiosos de lo que hasta el momento he podido contemplar de su filmografía.

 

Estamos situados en el Londres neblinoso y siniestro de finales del siglo XIX. Ya los títulos de crédito –que encuadran el célebre puente con el que se cerrará del mismo modo la película-, nos introducen a un ámbito siniestro, oscuro y neblinoso, sobre el que se proyecta la figura de un hombre desconocido que se encuentra atisbando dicho horizonte desde un siniestro rincón de orillas del Támesis. Poco después el discurrir –elegantemente planificado por Fregonese-, de una pareja de oficiales de policía por la noche londinense –atención a la esmerada ambientación y diseño de producción, probablemente aprovechado de títulos precedentes, pero que alcanzan en sus secuencias de exteriores una asombrosa comunión con la contrastada fotografía ofrecida por el gran Leo Tover-, muy pronto nos acercará al tercer asesinato cometido por el desconocido criminal. El crimen tendrá un tratamiento paralelo con la llegada del desconocido Slade (un extraordinario Jack Palance, en la que intuyo contiene la mejor interpretación de toda su carrera). Se trata de un hombre que esconde un lado inquietante bajo sus amables modales, y que busca acomodo en una vivienda propiedad del matrimonio Harley. Una pareja de ya cierta edad, bastante desgastados en sus relaciones como tal matrimonio –un aspecto que la película trata con agudeza e ingenio-, y que por necesidades económicas se ven obligados a alquilar alguna de sus habitaciones –una incongruencia de guión, en la medida que su sobrina se convertirá en una artista de éxito, lo que haría inútil tener que recurrir posteriormente a dicho alquiler-. Slade cumplirá con todos los requisitos de pago, ejerciendo una vida discreta hasta que llegue el momento de su encuentro con la sobrina de los propietarios, la joven Lily Bonner (Constance Smith) –en cuyo estreno en la revista se permitirá una ligera alusión al reciente éxito del estudio ALL ABOUT EVE (Eva al desnudo, 1950. Joseph L. Mankiewicz).

 

A partir de ese momento, la tensión de instalará en el relato más en la vertiente de un suspense psicológico, que en la plasmación de los estrictos cánones del cine de terror –lo que no impedirá la plasmación del asesinato de una cantante en el interior de su propia vivienda, cuando apenas ha dejado de ser escoltada por dos policías,  describiendo el crimen desde el propio punto de vista subjetivo del criminal– probablemente el instante más aterrador y atrevido de la función. Sin embargo, los derroteros del film de Fregonese se inclinan de forma fundamental por el tratamiento de las relaciones entre sus principales personajes. Hay una secuencia ejemplar a este respecto, en la que se encuentran en el interior de la vivienda de los Harley todos ellos, conformando con sus miradas, sus diálogos, la ubicación y planificación manifestada por la cámara, un juego de intenciones que, a mi modo de ver, ejercerá como auténtico nudo expresivo del sentido que el realizador y su equipo de producción intentaron aplicar a una película que, es evidente, intentaba desmarcarse de anteriores aproximaciones a dicho personaje. En este sentido, gracias también en buena parte a la vulnerabilidad que proporciona el espléndido trabajo de Palance, unido a la ambigüedad que se ofrece del tratamiento de su personaje –que hasta los instantes finales de la película no sabemos a ciencia cierta si es o no el asesino-, la película bascula entre ese sustrato de suspense matizado por la sutil crítica a los convencionalismos de la vida británica de la época, por momentos se inserta en la filmación de números musicales centrados en las actuaciones de Lily, mientras que en otras ocasiones discurrirá por esos mencionados terrenos escorados al cine de terror. Sin embargo, la película logra una personalidad propia merced a dicha ambigüedad, y en cierto modo a decantarse en la descripción de su protagonista como un auténtico inadaptado social, quien tuvo en la figura castrante de su madre el motivo para justificar sus acciones criminales.

 

Llegados a este punto, la película aporta su elemento quizá menos logrado, representado en la figura del joven inspector Warwick (Byron Palmer), que proporcionará a la función un quizá algo forzado triángulo amoroso entre este, Lili y Slade, aunque ello brindará al conjunto una secuencia igualmente espléndida aunque –forzoso es reconocerlo- quizá un tanto carente de la suficiente credibilidad; la visita de todos ellos al recinto en el que Warwick tiene acumulados los elementos que ha logrado en su seguimiento de la andadura criminal del asesino, lo que permitirá al espectador –que aún en ese momento no puede tener la certeza de que su protagonista es realmente el criminal- atender a una serie de reveladores diálogos, que de alguna manera adelantarán la manera con la que este cerrará su trayectoria criminal. Será algo que iniciará una secuencia arriesgada –especialmente teniendo en cuenta el año de rodaje del film; 1953-, en la que el uso de planos cortos, nos dejará ver la obsesión que Slade mostrará en el comportamiento exhibicionista de Lily en su calidad de artista. El detonante para que revele su auténtica personalidad ante un ser que en todo momento ha apostado por él, quizá intuyendo en sus rasgos atormentados a alguien sensible y preciso de cuidados e incluso afecto.

 

Está claro que nos encontrábamos aún en 1953, y no era fácil encontrar en las pantallas una justificación sociológica de este tipo de comportamientos criminales –aunque podríamos recurrir a referencias recientes y de ambientación contemporánea como la estupenda THE SNIPER (1952, Edward Dmytryk), estas aparecerán años después, con una mayor libertad temática, en títulos que van desde PSYCHO (Psicosis, 1960. Alfred Hitchcock) hasta NIGHT MUST FALL (1963, Karel Reisz), por citar dos referencias especialmente memorables; una reconocida, la otra aún no-. Sin embargo, es mérito de Fregonese y de cuantos le acompañaron en este proyecto, haber plasmado una de las visiones más originales y atrevidas –además, de las menos conocidas- que el conocido criminal ha tenido en la pantalla a lo largo de su historia. No solo logró despegarse de la –por otro lado estupenda- y muy cercana aportación al mismo brindada por el ya citado Brahm, sino que supera a la posterior, apreciable aunque a mi juicio sobrevalorada JACK THE RIPPER (1959, Robert S. Baker & Monty Berman), adelantando una serie de tendencias visuales y temáticas, que años después se harían más habituales en el contexto fílmico. Con lo cual, una vez más, hay que reconocer que el director argentino ejerció de nuevo como un cineasta personalísimo y dotado además de un gran sentido narrativo, gozando de una intuición que en ocasiones como esta –pese a los reparos antes señalados- le permitieron adelantarse a su tiempo.

 

De destacar es, por último, la manera con la que concluye el relato, con ese folleto anunciador de la obra protagonizada por Lily, que emergerá de las aguas del río como único testimonio del desaparecido protagonista, antes de cerrar la narración de forma abrupta con el mismo plano que ha iniciado la película. Una vez más, el círculo no se cierra; Jack el destripador probablemente haya desaparecido, pero la posibilidad de que en la sociedad en la que ha surgido un personaje tan monstruoso como digno de compasión, surja otra de similares características, permanecerá inalterable en la brumosa noche londinense.

 

Calificación: 3’5

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