COLLEGE COACH (1933, William A. Wellman)
En un periodo en el que William A. Wellman dirigió un considerable número de películas -entre las cuales se encuentran exponentes de la talla de HEROES FOR SALE (Gloria y hambre) o WILD BOYS OF THE ROAD –ambas filmadas el mismo año del título que protagoniza estas líneas-, no se puede decir que la existencia de COLLEGE COACH (1933) sirva para añadir laureles a su figura. No importa, en la medida que la lógica existencia de vaivenes en cuantos encargos acometiera en aquellos fértiles años treinta, fuera norma común para cualquier realizador adscrito al cine de estudios. Por otro lado, y pese a no resultar un título de especial calado, tampoco hemos de dejar de reconocer en esta producción, que combina el relato deportivo con la plasmación de la lucha de superación personal de su personaje protagonista –el entrenador James Gore (un eficaz Pat O’Brian)-, resulta en sí misma tan discreta como eficaz logrando, eso sí, un mayor grado de complejidad que tantas y tantas comedias juveniles que en aquellos años tenían como eje el optimismo de la práctica deportiva, centrada de modo especial en ambientes estudiantiles. En esta ocasión, y aunque en cierto modo se siga dicho esquema, ya en sus minutos iniciales asistiremos al consejo del Calvert College, analizando el déficit que sufre la institución, y exponiendo como sus causas la inversión realizada en facetas educativas. Será un intercambio de impresiones entre los directivos –todos ellos personal de alto poder económico y social-, ofreciéndonos ya de antemano una insólita perspectiva sobre un aspecto comentado en la pantalla sobre la Gran Depresión. La secuencia finalizará de modo insólito, con el inserto a modo de pantalla dentro del propio consejo escolar, de un partido de fútbol que está escuchando a través de la radio uno de los componentes de la directiva-. Una elección formal sorprendente –e incluso premonitoria de la aún lejana ingerencia televisiva-, que define de alguna manera lo más valioso que proporciona esta comedia tan intrascendente como fácil de digerir.
Y es que resulta innegable saborear la agilidad y el ritmo que proporciona esta película de poco más de setenta minutos –duraciones habituales de las producciones para la primitiva Warner-, en el que se llega a respirar ese grado de camaradería que Wellman –como otros tantos cineastas de su tiempo- aplicaron a sus películas. Es en esta vertiente donde COLLEGE COACH logra describir un marco estudiantil trazado sin especial grado de sutileza aunque, eso sí, lo logro con tanta superficialidad como eficacia. Esa capacidad para plantear la amistad entre hombres –bordeando en algunos instantes un alcance homoerótico que el realizador llegó a incorporar a su cine; las secuencias de vestuarios- en esta ocasión tendrá un marco ligero, aunque en él no se desaprovecha la ocasión para incorporar elementos y facetas que sirvan para denunciar las argucias que ya entonces se utilizaban en las universidades, aprobando de manera injusta a estudiantes que apenas se servían de su pertenencia a la misma para poder disfrutar de una carrera deportiva. Será algo que mostrará de forma abierta el arrogante Buck Weaber (encarnado con torpeza por Lyle Talbot), un personaje definido a base de estereotipos y sin el mínimo grado de humanidad en su perfil, para lograr alcanzar la necesaria credibilidad. Es algo que, por el contrario, sí alcanzará el sensible estudiante Philip Sargeant, asumido con sorprendente eficacia por el olvidado Dick Powell, que de forma curiosa no tiene un especial protagonismo en la función pese a encabezar el reparto de la misma. Weaber y Sargeant serán precisamente los polos de enfrentamiento en la película. El primero solo busca el triunfo superficial, juega los partidos de béisbol buscando el lucimiento personal, y jactándose ridículamente de sus “hazañas” deportivas. Por su parte, Sargeant no duda en su interés por el esfuerzo universitario –desea progresar en su condición de químico- y solo tiene la práctica deportiva como un elemento complementario, aunque en él destaque poderosamente como jugador de béisbol.
En medio de todo ello encontraremos el auténtico eje motriz de COLLEGE COACH, centrado en el encuentro del entrenador Gore a un nuevo equipo, al que logrará llevar a la cima de su prestigio y eficacia, aunque ello en un momento dado no le impida jugar sucio –ese instante en el que una decisión suya en pleno partido costará la vida a un jugador del equipo contrario-. Y más allá de su dedicación deportiva, los conflictos que sobrelleva con sus jugadores o sus modos de alentar el juego del equipo, el film de Wellman llega a vislumbrar –aunque no profundice en demasía en ello- la intuición de un entrenador que en esos momentos está viviendo su mejor periodo profesional, pero al cual se avecina la cercanía del declive en su trayectoria –cabría recordar la presencia de Niven Busch entre el equipo de guionistas-. Se trata de un sendero que, por desgracia, no adquiere en la película la debida importancia –que sin duda le hubiera proporcionado una hondura de la que el film carece, y que por ejemplo sí se vislumbraba en un poco apreciado film de Jacques Tourneur rodado bastante tiempo después. EASY LIVING (1949)-.
Pero no cabe lamentar lo que la película no da, bien sea por su propia configuración como producto destinado a públicos juveniles, dado que sus premisas de partida así lo indicaban. Lo cierto es que en el ágil metraje de COLLEGE COACH cabe destacar la competencia con las que se muestran las secuencias deportivas, esos destellos de presumible decadencia que sobrelleva el contundente entrenador –al que se une la crisis que sobrelleva con su esposa-, y que le llevarán a participar en una operación inmobiliaria que le aseguraría una estabilidad futura. Pero junto a ello, a nivel anecdótico citaremos la presencia en un breve papel de un jovencísimo John Wayne, figurando ser uno de tantos estudiantes en los vestuarios, y a nivel de realización justo es señalar la fuerza, originalidad y brío que muestra la pelea que se desarrolla encuadrando únicamente Wellman las piernas de los estudiantes contendientes. Un destello de ese brío y riesgo narrativo que siempre prodigó en su cine, aunque en esta ocasión se manifestara de modo mucho más menguado que en otras ocasiones, e incluso aportando personajes tan prescindibles como el ya contado Weaber.
Calificación: 2
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