BEAU GESTE (1939, William A. Wellman) Beau Geste
Cuando William A. Wellman se dispone a rodar BEAU GESTE (Beau Geste, 1939), atesora tras sus espaldas una impresionante trayectoria que se remonta a los primeros años veinte, teniendo un punto de extraordinaria importancia en el febril periodo dentro de la Warner durante los primeros años treinta. En dicho estudio consolidó un estilo preciso, donde la dureza de su narrativa le permitió habituarse con argumentos de gran complejidad, que supo acometer con un enorme sentido de la síntesis. Sobre todo en el periodo precode, donde su febrilidad creativa -¡siete títulos rodados en 1933!-, le hacen ser merecedor en su consideración como uno de los mejores -y aún menos conocidos- cineastas de su tiempo. Después de un recorrido por diferentes estudios, Wellman retornará de manera efímera a Paramount, estudio que le proporcionó años atrás su triunfo con WINGS (Alas, 1927), para asumir la adaptación de la novela de Percival V. Wren -que sería previamente trasladada a la pantalla en 1926, de la mano del olvidado Herbert Brenon, y lo haría muchos años después, en 1966, en una escasamente reputada versión filmada por Douglas Heyes, sin olvidar la simpática variante satírica brindada -y dirigida- por el cómico Marty Feldman en 1977.
BEAU GESTE aparece en nuestros días, como una especie de sublimación de cierta corriente bastante exitosa dentro del de cine de aventuras en los años treinta. Nos referimos a ese contexto de producción épica, descrita en escenarios exóticos y entre códigos de añoranza tardía del honor que, en aquellos años, frecuentaron realizadores como Henry Hathaway, George Stevens o Zoltan Korda. Wellman logró acentuar, e incluso trasladar a otro ámbito, esta combinación de relato necrofílico, recuerdo de infancia, contexto caballeresco, apuesta por el amor entre hombres -uno de los lemas vectores de la obra wellmaniana; recordemos la citada WINGS-, y hálito romántico. Pero con ser todo ello perceptible, la película brinda un paso adelante, hasta erigirse como una de las propuestas narrativas más abstractas y sorprendentes de su tiempo en dicho género.
Nos encontramos en pleno Sahara, y una división de la Legión Extranjera se acerca con reservas al fuerte Zinderneuf que se erige, robusto y siniestro al mismo tiempo, envuelto entre un océano de arena, temiendo encontrarse con una ofensiva de los nativos, que acaso hayan invadido ya el recinto. Hasta su pórtico se acercará como avanzadilla Digby Geste (Robert Preston), comprobando el dantesco espectáculo de los cadáveres de los legionarios, ubicados entre las almenas del fortín para intentar insuflar una sensación de perenne defensa. La escucha de un tiro furtivo romperá el ominoso silencio, desapareciendo Digby, y acercándose otro soldado, que comprobará el espectral escenario, recogiendo una extraña nota-confesión de un robo. Una vez abandone el recinto, el destacamento contemplará, desde la distancia, como este de repente arde en llamas. La acción se retrotraerá en flashback quince años atrás, mostrándonos el grado de amistad de los hermanos Geste -Beau (Gary Cooper, el intérprete ideal de este tipo de cine), John (Ray Milland), y el ya citado Digby-, transmitiendo desde niños su profundo sentido de la épica, en una secuencia de capital importancia para entender el fin del primero de ellos. Ambos son huérfanos y se encuentran acogidos por Patricia Brandon (Heather Thatcher), quien poco a poco irá agotando sus posibilidades económicas. El paso de los años provocará el extraño robo de la joya aparecida como única reserva económica de futuro, suscitando la extrañeza sobre la autoría de la sustracción, lo que motivará que Beau y, tras él, sus otros dos hermanos, se marchen de la mansión, alistándose a la legión, dejando John esperando a su prometida -Isobel (Susan Hayward)-. Los Geste se toparán con la crueldad y el sadismo del sargento Markoff (deslumbrante Brian Donlevy) quien, tras el periodo de entrenamiento, separará a los tres hermanos en los dos destacamentos en que dividirá a sus voluntarios. En uno de ellos designará a Digby mientras que en el que él comanda -avisado de que Beau porta una joya-, ha incluido a este y a John. Ambos serán destinados directamente a Zinderneuf, donde Markoff hará extensivo su extremado sadismo, que no albergará límites cuando asuma el mando del mismo tras la muerte de su superior. Será el momento en el que sus subordinados planteen un motín, que este sofocará gracias a un oportuno chivatazo, aunque su enfrentamiento con los amotinados llegue a un punto de explosiva tensión. El inesperado ataque de los nativos ejercerá como insospechada argamasa entre mando y soldados, en una conjuntada tarea de contraofensiva que, no obstante, no dejará de diezmar el cada vez más reducido caudal de soldados, resistiendo hasta tres asaltos, aunque convirtiendo el fortín en un recinto espectral.
Considerada todo un clásico del género, es fácil destacar en BEAU GESTE la extraordinaria fuerza visual que adquieren sus minutos iniciales, descritos con una iconografía que les emparenta con facilidad con el cine de terror de su tiempo, configurando una áspera amalgama de cadáveres inmóviles, espectros fantasmales, que noquean al espectador por su impactante presencia. A partir de este comienzo, parecerá elevarse esa voluntad transgresora, en un relato que acierta a situarse por encima de sus convenciones, asumiendo sorprendentes audacias narrativas, que aparecen sin embargo casi invisibles, aunque, poco a poco, van ya apostando por la abstracción. Ese inesperado flashback que nos retrotrae a la infancia del trio protagonista, para retornar a continuación a un tiempo muy próximo al ingreso de estos -ya crecidos- a la legión. En ese ir y volver espacio temporal, Wellman se dejará por el camino su querencia por la dureza y la crueldad, representada en la figura de Markoff. Pero también lo hará en la oscuridad de las composiciones visuales de los interiores donde se encuentran recluidos los soldados -ayudado por la sombría iluminación en blanco y negro de Theodor Sparkuhl y Archie Stout-. O la maestría y expresividad con la que nuestro director utilizará los primeros planos, aplicando una cierta querencia a su lejana experiencia silente.
En medio de un relato de creciente densidad y crispación interior, BEAU GESTE apostará por la audacia de reiterar el episodio inicial, despojando en dicho retorno esa aureola fantastique que le precedió, pero incorporando en el mismo el alcance épico de la amistad, por medio del funeral vikingo que John brindará a Beau -eje de su misterioso giro inicial-, en el que no faltará la analogía de Markoff como un perro. La película brillará de manera especial en la sucesión de los asaltos tribales, descritos con una enorme fuerza dramática. Incluso en la previa plasmación del motín y sus extremas consecuencias. Esa despreocupación al descartar una narrativa convencional, llevará al desprecio por su continuidad, como en ese inesperado fundido que se insertará tras el reencuentro de los dos hermanos y sus viejos amigos en medio del desierto, una vez han abandonado la fortaleza, para mostrarlos casi de inmediato totalmente vencidos por la dureza del entorno, momentos antes de responder con un sorprendente ataque a una masiva tribu indígena, que culminará con la muerte de Digby, en uno de los planos más arriesgados y hermosos del relato.
Pero dentro de la densidad, del riesgo, que se establece en esta magnífica película, que sobrepasa con mucho el ámbito genérico en que se encuentra ubicada -a fin de cuentas, el que le ha proporcionado su estatus de culto-, uno no puede dejar de destacar secuencias imborrables, como esa apelación a los escasos soldados supervivientes a una carcajada histérica y colectiva, alentados por Markoff en la oscuridad de la noche, para hacer ver a sus atacantes un falso estado de ánimo optimista, que sonará espectral en un contexto bizarro, y que concluirá con la caída desde la torre de vigía, tras los disparos recibidos y prolongando sus risas de hiena, del despreciable Rasinoff (J. Carroll Naish). O como expresará ese instante de su conclusión, donde Wellman recupera la aureola fantastique del inicio, al plasmar el momento de conclusión enmarcado sobre la protectora Patricia, evocando a Beau, encuadrando el plano americano e insertando como fondo unas casi sobrenaturales fugas de luz, que apelan por completo al recuerdo de ese joven por ellos evocado que, gracias a esa decisión de puesta en escena, apreciaremos se encuentra literalmente presente en dicho instante.
Sin embargo, hay una breve secuencia que, por lo general, suele pasar desapercibida, sin duda por su carencia de espectacularidad y aliento épico, que no dudo en considerar el momento más memorable de BEAU GESTE. Se encuentra situada en el bloque descrito en el fortín Zinderneuf, bastante antes del ataque de los nativos, mientras el hasta entonces mando -siempre crítico con los alardes de crueldad de Markoff-, se encuentra consumido por una enfermedad que sabe a ciencia cierta va a acabar con su vida. Será un instante en el que la película abandonará cualquier querencia heroica y, por el contrario, deje entrever un aliento crítico en torno a la insustancialidad de la épica, señalando el moribundo cuantas personas son olvidadas entre la arena del desierto. Morirá en su oscura habitación entre las sombras de la noche, mientras la cámara muestra el rostro satisfecho del maléfico sucesor de su mando.
Calificación: 3’5