MY SIX CONVICTS (1952, Hugo Fregonese)
Según podemos ir accediendo a la obra del argentino Hugo Fregonese –sobre todo aquella que se rodó en Estados Unidos e Inglaterra-, encontramos en su cine a uno de los más singulares dinamitadores de géneros que se conocieron en la década de los cincuenta. Como si nos encontráramos ante un trasunto –con todas las distancias que se le quieran formular-, del francés Jacques Tourneur, en las películas de Fregonese se encuentran insertas bases genéricas como punto de partida, que poco a poco iban frustrando sus posibles intenciones iniciales, logrando con ello resultados sumamente atractivos, al incardinarse con insólitos postulados dramáticos. Pese a no poder ubicar su resultado entre la cima de su pródiga producción de este periodo, es evidente que MY SIX CONVICTS (1952) proporciona otra valiosa variante, dentro de ese subgénero tan en boga en aquellos años, como fue el cine carcelario. Y una vertiente además, que atesoraba un elemento que, de entrada, podía aparecer como temible, como era el auspicio en la producción de Stanley Kramer, bajo el auspicio de la Columbia, entroncando dicha tendencia en un sendero discursivo y moralizante. Pero por fortuna, el film de Fregonese, parte en su base dramática de la novela de Donald Powell Wilson, transformada en guión por parte de Michael Blankfort, y tomando como base de producción, el amparo del célebre matrimonio de guionistas, formado por Edward y Edna Anhalt.
Ya desde el primer momento, con el relato en off del que pronto descubriremos como personaje central del relato –el dr. Wilson (John Beal)-, nos encontramos con un relato que partirá de un extenso flashback, a partir de cual narrará su llegada a la prisión de Harbor State –sus interiores fueron filmados en San Quintín-, como psicólogo experto, a la hora de lograr aplicar sus nuevos métodos, en una población reclusa que desconoce. Se encontrará con la opinión escéptica de su veterano alcaide pero, al contrario de lo que pudiera parecer, pronto comprobaremos que la película abandona cualquier sendero discursivo, inclinándose por el contrario en la letra pequeña, y centrándose en la creciente y estrecha relación que mantendrá con esos seis reclusos, de rasgos psicológicos divergentes, que compondrán su gabinete de ayuda en las practicas que irá efectuando en el conjunto de los internos. De forma intimista, utilizará para ello una envidiable capacidad descriptiva, así como constantes toques humorísticos, nunca forzados, y siempre insertos para acentuar el grado de humanización que, a fin de cuentas, definirá el conjunto del relato. Como si por momentos nos encontráramos ante un curioso precedente del OPERATION PETTICOAT (Operación; Pacífico, 1958. Blake Edwards), aunque transmutando la ficción bélica en alta mar por el género carcelario, MY SIX CONVICTS avanza en voz callada, atendiendo a una excelente dirección de actores, que unido al dominio de la cámara del realizador, y la presencia de estos en el interior del plano, lograr perfilar un retrato conjunto de esos seis personajes que, junto a Wilson, se irán desnudando como tales roles, en función de pequeños hechos y comportamientos, partiendo por lo general de la descripción en off brindada por el psicólogo. Será un sendero que iniciará Connie (Millard Mitchell), el primer recluso que intuirá las ventajas de acercarse al doctor. Con su anuencia, pronto se irán incorporando el pendenciero Punch Pinero (Gilbert Roland), el joven Clem Randall (Alf Kjellim), traumatizado por la ausencia de vida de pareja, con una esposa con la que apenas ha compartido relación en los últimos diez años. El también joven Scott (Marshall Thompson), el oscuro Dawson (Harry Morgan), o el fracasado Steve Kopak (Jay Adler). Formarán todos ellos una galería humana, de la que incluso dejaremos de lado su condición de reclusos, ya que la película se centra en su autenticidad como personas, olvidando la película todo sesgo moralizador, o incluso despojando su conjunto de cualquier inclinación por el relato policial. Por el contrario, sus imágenes se inclinarán por un sendero sincero e incluso ligado a la comedia, acercandonos a la personalidad de estos personajes, en buena medida movidos a la delincuencia e incluso al crimen por circunstancias familiares, sin que la mirada sobre ellos prejuzgue. Simplemente se limitará a mostrarla, con comprensión y sentido de la camaradería.
Antes lo señalaba, Fregonese se sirve en buena medida de la articulación de la cámara y la presencia de los actores dentro del encuadre, utilizando leves travellings de retroceso para enfatizar algunos instantes. Sin embargo, lo más perdurable de MY SIX CONVICTS se centra en esas secuencias “a dos”, en las que algunos de sus reclusos se sincera con Wilson. Es algo que tendrá especial significación en el rol que encarna con extraordinaria frescura Millard Mitchell. Pero quizá tenga aún una mayor efectividad en el retrato más conmovedor de la función. Me refiero al que proporciona un excepcional Jay Adler, encarnando a ese recluso de diez años de condena por desfalco en su oficina, temeroso de que al cumplir la misma, no logre encontrar la necesaria estabilidad para reintegrarse en la sociedad. Será un vaticinio que acertará, peor aún será pero el que exteriorizará con amargura; “Soy un fracasado”. En el tiroteo de la fuga frustrada, un tiro acabará con su vida. Sus compañeros verán su cadáver, inerte, tirado en el suelo, con profunda tristeza.
No sería justo omitir que en ciertos momentos, el film de Fregonese acusa una cierta molestia en la banda sonora de Dimitri Tiomkin –especialmente afortunada en otros de sus pasajes-. Sin embargo, en una propuesta de un cineasta tan singular como el argentino, no podemos ocultar episodios tan deslumbrantes –dignos de la más singular de las comedias silentes-, como aquel en el que los compañeros de Randall, idean un plan en el interior de la prisión, para reunirlo unos instantes con su esposa y permitirle esa realización sexual tanto tiempo deseada. O la fuerza que reviste la secuencia en la que Wilson explica al conjunto de los reclusos –al punto del motín-, las circunstancias que han obligado que uno de ellos no pueda jugar el partido contra los funcionarios. O, en definitiva, la emotividad que registrará esa sucesiva despedida de esos cinco supervivientes cuando el especialista protagonista sea relevado por un atildado y –presumiblemente- poco acertado sustituto. Se percibirá la ausencia de Conny, descrita en un amplio picado mientras el psicólogo abandona el recinto por su patio central, hasta coincidir con él en el exterior del mismo, ya que entre todos sus compañeros han decidido comprarle un coche. Una conclusión vitalista y emocionante, para un relato que ratifica la iconoclasta personalidad de este casi apasionante cineasta, llamado Hugo Fregonese.
Calificación: 3
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Luis -