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CINEMA DE PERRA GORDA

THE EAGLE AND THE HAWK (1933, Stuart Walker & Mitchell Leisen) El águila y el halcón

THE EAGLE AND THE HAWK (1933, Stuart Walker & Mitchell Leisen) El águila y el halcón

Al igual que sucediera con títulos como THE ENFORCER (Sin conciencia) firmada por Bretaigne Windust pero realizada por Raoul Walsh en 1950, en ocasiones se han estrenado producciones avaladas por nombres que en realidad no se correspondían con la autoría real de las mismas. Esto es lo que sucedió en 1933 con THE EAGLE AND THE HAWK (El águila y el halcón, 1933), que porta los créditos de Stuart Walker en calidad de director, mientras que el de su verdadero artífice –Mitchell Leisen- queda relegado en letras más pequeñas en calidad de “director asociado”. Aquella circunstancia tuvo lugar en el seno de la Paramount en aquel tiempo, accediendo Leisen a que se produjera dicha injusta alteración, para alcanzar con ello su debut oficial con la hoy ignota CRADLE SONG (Canción de cuna, 1933) y la posterior DEATH TAKES A HOLIDAY (La muerte en vacaciones, 1934). Han pasado ya muchos años desde aquel entonces, y por fortuna en las ocho décadas transcurridas la figura del autor de HOLD BACK THE DAWN (Si no amaneciera, 1941) ha logrado sobreponerse no solo al menosprecio que en su tiempo le propiciaron tanto Billy Wilder como Preston Sturges sino, lo que es peor, contra el olvido. Aunque cierto es que resta camino por recorrer, poco a poco se ha reconocido su enorme aportación al melodrama y la comedia, destacando en su obra una personalísima mirada revestida de elegancia y melancolía.

Es por ello que cuando se contempla ahora esta película, y uno recuerda la pésima impresión que me ofreció hace muchos años el visionado de la apergaminada y posterior WEREWOLF OF LONDON (El lobo humano, 1935), es cuando se aprecia a la perfección el hecho de encontrarnos ante una obra en la que se reconocen los modos narrativos e inquietudes de Leisen, para lo cual habría que remitirse a la cercana y posterior y ya mencionada DEATH TAKES A HOLIDAY. Resulta bastante evidente que la presencia de Walker al frente de los títulos de crédito, no es más que una anécdota en un conjunto magnífico, gélido y tenso, dominado por una creciente espiral de tragedia que culminará en un pathos tan inesperado en su expresión, como inevitable en su esencia. Con una duración que no alcanzará los setenta minutos, THE EAGLE AND THE HAWK narra la repentina crisis de conciencia vivida por el reconocido piloto norteamericano Jerry Young (una extraordinaria composición del joven Fredrick March), que se encuentra en Inglaterra y es enviado hasta territorio francés para luchar en la I Guerra Mundial. Hasta allí se llevará un equipo de aviadores y colaboradores, dejando en dicha relación a Henry Crocker (Cary Grant), con quien ha mantenido un enfrentamiento en un combate inicial, donde no ha dudado en disparar sin escrúpulos contra un paracaidista alemán que ha huido de un aparato aéreo. Muy pronto, el resentimiento se instalará en la mente de Jerry, cuando en uno de sus primeros combates sea acribillado el primer copiloto que porte, destinado en la parte superior del aparato, en una de las operaciones destinadas a fotografiar campos en zonas enemigas férreamente vigiladas. A partir de ese momento, se irá instalando en su conciencia un creciente hastío, que discurrirá en opuesta dirección con el prestigio obtenido, que le llenará de medallas, pero al mismo tiempo le acarreará perder hasta cinco compañeros de vuelo en el plazo de dos meses. Ello motivará le llegada al colectivo de aviadores de Crocker, a quien se destinará como ayudante suyo. Muy pronto reaparecerán las viejas rencillas, especialmente por parte del segundo, pero al mismo tiempo se establecerá entre ellos una cierta y velada complicidad. Los combates seguirán y la tragedia seguirá extendiéndose entre estos aviadores. El aroma a muerte –inútil e innecesaria-, se impregnará en una personalidad sensible como la de nuestro aviador, y esa espiral de hastío no quedará menguada con su episódico encuentro con la joven y sofisticada joven de elegante presencia –una jovencísima Carole Lombard-.

Será un simple intervalo en un contexto en donde lo sombrío y el aroma a muerte parece inevitable. Los jóvenes voluntarios que asisten absortos a la simple presencia del que consideran un héroe, llegarán a perder la vida en el propio cuartel al sufrir un bombardeo, mientras uno de ellos pronuncia como últimas palabras “ni siquiera he entrado en combate”. La llegada de otro joven, apuesto y encantador, lo convertirá en su compañero de vuelo, cayendo herido y muriendo en una tremenda caída hasta el suelo desde mil metros de altura en un quiebro del avión. Morirá también su estrecho amigo Richards (Jack Oakie), haciendo casi irrespirable la propia existencia de ese Jerry Young que ha logrado esquivar exteriormente la muerte, pero en el fondo está impregnado de ella en su interior.

THE EAGLE AND THE HAWK está llena de detalles y elementos mortuorios. Los crucifijos y cruces se encuentran en casi todos los rincones del metraje, tal y como la simbólica calavera estará presente como anagrama de ese avión que pilotará Jerry. La película cabe insertarla de lleno de este conjunto de producciones que en los primeros años treinta destacaron por su abierta condición pacifista y antimilitarista –es el caso de la muy cercana BROKEN LULLABY (Remordimiento, 1932) de Lubistch-. Sin embargo, en esta ocasión el film de Leisen –su visionado deja bien clara la autoría del mismo- presenta matices singulares. Esa sensación que se ofrece en una película rodada casi íntegramente en estudio –tan solo lo oponen las secuencias de combates aéreos, que procedente del material rodado en WINGS (Alas, 1927. William A. Wellman)-, la singularidad que ofrece la compasión que el propio protagonista siente cuando ha derribado al máximo enemigo de la aviación alemana –Arnold Voss (Robert Seiter)-, en realidad es un adolescente tan parecido al compañero de vuelo que ha fallecido en su caída al abismo. O, sin duda, la incorporación del suicidio –una acción muy poco vista en la pantalla de la época-, como única salida a la casi irrespirable existencia de este, mientras sus compañeros celebran una fiesta en su honor. Será un relato en el que se plasmará incluso una secuencia tragicómica –que aún sigue resultando de pasmosa pertinencia-, como es la imposición de insignias a los valerosos aviadores –entre ellos Jerry-, en medio de la lluvia, recibiendo todos ellos besos del veterano militar alemán.

Hay un constante aliento fúnebre en esta película, de la que Leisen se lamentó la amputación de dos secuencias de especial significación. Una de ellas revelaba una noche de amor entre Jerry y la joven encarnada por Carole Lombart en las dos semanas de vacaciones que ha obtenido de sus superiores en Londres. La otra, será precisamente el final que podría haber sido. El que muestra la pantalla es contundente y demoledor, manteniendo su rival pero, en el fondo, amigo, Crocker. Al comprobar la inmolación de su compañero, no permitirá que este quede como un cobarde y lo llevará cadáver hasta su avión, para simular una muerte en acto de combate. El descenso quedará encadenado con la descripción de su tumba, erigida para un héroe en defensa de la democracia. El final original, ligaba dicho instante con la presencia repentina de Jerry, en estado catatónico, convertido en un vagabundo, y con una botella de bebida en sus manos. Con cortes o sin ellos, no cabe duda que THE EAGLE AND THE HAWK merece su reconocimiento como una magnífica, honda y arriesgada propuesta, al tiempo que la revelación del talento de un Mitchell Leisen, que de inmediato iniciaría, ya de forma oficial, su andadura como un excelente hombre de cine, y durante muchos años, una de las figuras estrella de la Paramount.

He de confesar por último, que como espectador me cuesta emocionarme con el subgénero que expresan títulos de estas características. Su sequedad, esa extraña combinación de refinada teatralidad que le acompaña, su ausencia de fondo sonoro, de asideros emocionales en suma, por lo general me han impedido como espectador integrarme de lleno en su disfrute. No por eso dejo de valorar el riesgo, el acierto y la valentía que plantean. Y dentro de esas coordenadas, que duda cabe que el film de Leisen –oficialmente de Walker- supone uno de sus exponentes más valiosos.

Calificación: 3’5

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