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CINEMA DE PERRA GORDA

GREEN ZONE (2010, Paul Greengrass) Green Zone: Distrito protegido

GREEN ZONE (2010, Paul Greengrass) Green Zone: Distrito protegido

Comentar GREEN ZONE (Green Zone: Distrito protegido, 2010. Paul Greengrass) apenas a muy pocos años de su estreno, de entrada revela la fragilidad de lo que se vendió como una presunta denuncia de los motivos que llevaron al gobierno norteamericano de Bush, a llevar a cabo aquella desgraciada invasión de Irak, cuyas consecuencias aún seguimos sufriendo. “Borne se hace épico” llegó a proclamarse en algunos medios de la débil crítica USA, a la hora de recibir una película tan previsible e incluso acomodaticia en sus enunciados, y que desde el momento en que vio la luz pública, no entiendo como recibió la más mínima consideración desde tal prisma de denuncia. En realidad, y más allá de admitir que nos encontramos ante un astuto y en momentos efectivo thriller, que combina lo mejor y lo peor de las recurrencias visuales del cine de Greeengrass, al tiempo que prolonga ese débil compromiso del poderoso ala liberal de la industria de Hollywood –George Clooney, Matt Damon…- que ya se hiciera de manifiesto en títulos previos como SYRIANA (2005, Stephen Gagham). Películas que parecen cortadas en el mismo molde de la previsibilidad y sensación de acudir a ámbitos de lo políticamente correcto, pero que en modo alguno saben sobrepasar una determinada frontera. Llega un momento en donde uno no sabe si ello se produce por la incapacidad real de profundizar en unos parámetros políticos por todos conocidos, o la que plantean los responsables en este caso del film de Greengrass, por más que partamos de la base de una historia real.

Lo cierto es que dentro de la no demasiado menguada producción surgida al amparo de dicha invasión, podemos encontrar propuestas alternativas, que aúnan el sentido del espectáculo con una reflexión crítica en torno a las atrocidades irakís, al extenderlas y hacer abstracción a través de la misma, en torno a un mundo destinado a la autodestrucción, y al mercadeo de las grandes potencias. Es algo de lo que hablaba con propiedad la magnífica, irónica y aún no suficientemente valorada LORD OF WAR (El señor de la guerra, 2005. Andrew Niccol). En su oposición, y como antes señalábamos, GREEN ZONE se basa en la historia real de un grupo de élite, que en la pantalla dirige el oficial Miller (un Matt Damon con su ceja derecha casi permanentemente enarcada, en señal de perenne preocupación). Miller es un joven idealista que se ha alistado en dicha contienda, confiando en la veracidad de la denuncia del gobierno Bush, en torno a la existencia de armas de destrucción masiva en el régimen de Saddam Hussein. A ello se dedicarán desde el preciso momento de la invasión que derrocará dicho régimen en marzo de 2003, comprobando con creciente decepción que las informaciones recibidas de emplazamientos en donde estas se debían encontrar, en realidad no suponen más que avisos fallidos de lugares en los que en ningún momento se observan atisbos de dichas armas. El creciente escepticismo poco a poco se irá transformando en desconfianza, que irá engrandeciéndose cuando a partir del aviso de un habitante iraquí –Freddy (Khalid Abdalla)-, Miller se acerque a una reunión que se ha realizado en un apartamento, donde el general Al Rawi (espléndido Igal Naor) se ha reunido con sus seguidores, intentando explicarles consignas y opciones de futuro-.

Como antes señalaba, si algo predomina en GREEN ZONE es lo previsible de su desarrollo. No faltan en su trazado el político manipulador estadounidense –Poundstone (Greg Kinnear)-, ni el agente de la CIA que de manera paulatina y un alcance más distanciado, va desconfiando de las directrices gubernamentales –Martin Brown (Brendan Gleeson)-. Más escorado al ámbito del estereotipo se encuentra el de esa aguerrida pero en el fondo oportunista periodista norteamericana, que poco antes ha dado pábulo en sus crónicas a las presuntas informaciones de la existencia de dichas mortíferas armas salvaguardadas por el régimen de Saddam, y que de manera paralela irá comprobando como su apuesta se diluye como un azucarillo. En realidad, la propuesta de Greengrass apenas profundiza, ni siquiera en el sendero de la mala conciencia norteamericana. Poco se percibe de ello en sus imágenes, ya que para lo bueno y lo menos bueno, su devenir narrativo deviene previsible, aunque no por ello carezca de interés. Personalmente, esa sensación déjà vu la encuentro cuando su director se encierra en lo que podríamos denominar –con bastante frivolidad- su “mundo visual”. Fruto de dicha coyuntura será ese episodio inserto casi al inicio, con el asalto en el que presuntamente es un reducto de armas de destrucción masiva, pero que en realidad esconde un almacén abandonado de sanitarios.

En esa inclinación hacia la gratuidad, la cámara en mano y sucesión indiscriminada de planos cortos, se encuentra a mi juicio lo más prescindible del cine de Greengrass, aunque justo es reconocer que en la película hay ciertos instantes donde aparece inserto con propiedad. La magnífica ambientación de la película, de los exteriores e interiores irakíes. La sensación de amenaza, de incertidumbre. La capacidad en suma que se alberga para plasmar en imágenes, la consecuencia última de esta aterradora e injusta invasión –más allá del incontable número de víctimas civiles y militares y destrozos materiales sufridos-, es la de haber alterado ese auténtico “avispero” humano en que se encontraba el país, y que con mano dictatorial pero profundo conocimiento controlaban los hombres de Hussein. Esa sensación de haber desequilibrado un Irak para el cual no se puede “importar” una democracia al modo occidental –la manera de insertar un exiliado como mando civil del mismo, provocando una reunión con buena parte de las minorías del país, que acabará como el rosario de la aurora-.

Sin embargo, con asumir que nos encontramos con un sólido producto industrial, al que pese a sus insuficiencias y servilismos, o a los propios vicios de su director impiden encontrar un superior alcance, cierto es que en algunos momentos las intenciones de la película se disparan, llegando a mi juicio a su más alto grado de interés. Ello se produce por un lado en el tratamiento del personaje del general Rawi, bajo el cual a mi juicio se encuentra el auténtico “nudo gordiano” de la maraña de intereses que confluyen en la situación de invasión sufrida por Irak. En las secuencias protagonizadas por el militar iraní, con astucia Greengrass apostará por una narrativa más reposada, proporcionando un aura de sinceridad a cuanto emane de un personaje en teoría infrahumano, pero que poco a poco revelará un notorio grado de lucidez. Y es precisamente cuando el director deje de lado la apuesta por la parafernalia visual, en donde surgirán detalles en apariencia secundarios, pero en última instancia reveladores de comportamientos. En la entrega de una garrafa de agua –como una limosna- por parte de los vehículos de Miller, a las muchedumbres de iraquíes que se enraciman en los extremos de la carretera. En el instante en el que tras una persecución contra Freddy, culminará al despojarle de su pierna ortopédica –un instante escalofriante-, revelando su pasado luchando contra los vecinos iraníes. O, en definitiva, en ese comentado plano de grúa final, que nos muestra la presencia de destilerías petrolíferas, dejando en evidencia los auténticos intereses de una de las más deplorables iniciativas de nuestra reciente historia. Detalles y destellos de sugerencia, dentro de un conjunto eficaz, atractivo, al que el servilismo a unos determinados modos, y su incapacidad para profundidad en este sendero, le impide llegar a un superior grado de interés.

Calificación: 2’5

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