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CINEMA DE PERRA GORDA

SMILIN' THROUGH (1932, Sidney Franklin) La llama eterna

SMILIN' THROUGH (1932, Sidney Franklin) La llama eterna

No me cabe la menor duda que en la figura del norteamericano Sidney Franklin (1893 – 1972) se esconde la obra de un cineasta de primera fila, sobre la que aún se sigue manteniendo un enorme oscurantismo. Y es que la misma, que se extiende a más de setenta largometrajes, se desarrolla en su mayor parte en el periodo silente, y lo cierto es que incluso hoy día, en donde tantas obras van emergiendo a la luz pública, sus obras siguen manteniendo el sueño del olvido –habría que determinar cuantos de ellos se han perdido, algo que no habría que descartar-. Lo cierto es que SMILIN’ THROUGH (La llama eterna, 1932) supone apenas la tercera de sus obras que contemplo, y me es fácil señalar que en Franklin se puede detectar no solo un realizador de primer orden, sino a un profesional dotado de una gran capacidad para plasmar el romanticismo cinematográfico, y experto dominador de los recursos del lenguaje fílmico en plenos años treinta, indudable herencia de un bagaje previo en el cine mudo. Es decir, cuando uno contempla el título que nos ocupa, no cabe duda que percibe casi un precedente de la posterior e igualmente notable THE DARK ANGEL (El ángel de las tinieblas, 1935) –también protagonizada por Fredrick March-. Pero para añadir otro matiz de esa coherencia en la obra de Franklin, hay que señalar que él mismo realizó su primera versión en 1922, adaptando por vez primera la obra teatral de Jane Cowl y Jane Murfin.

Es decir, que aún insertándose en el seno de la Metro Goldwyn Mayer, Franklin –al igual que un Clarence Brown-, encontró el terreno adecuado para que el magnate Irving Thalberg auspiciara esta nueva versión para la estrella del estudio y su entonces esposa Norma Shearer. Algo que quizá en manos de otro realizador hubiera resultado algo soporífero –recuerdo por ejemplo MARIE ANTOINETTE (María Antonieta, 1938) de W. S. Van Dyke-, bajo las directrices de Franklin posee una irresistible fuerza dramática, erigiéndose además como uno de los exponentes precursores –o continuadores si recordáramos la corriente consagrada por Frank Borzage en las postrimerías del cine mudo-, del planteamiento de producciones de corte romántico, en las que su aporte sobrenatural los confería un atractivo suplementario. Es decir, que antes de DEATH TAKES A HOLIDAY (La muerte en vacaciones, 1934. Mitchell Leisen) o PETER IBBETSON (Sueño de amor eterno, 1935. Henry Hathaway) SUEÑO DE AMOR ETERNO, podemos señalar esta hoy día poco recordada SMILIN’ THROUGH, de la que puede erigirse como en cierto modo precursora, y de la que años después el ya citado Frank Borzage realizaría otra versión, protagonizada por Jeanette MacDonald. Como se puede comprobar, esa apuesta clara por un romanticismo exacerbado en la pantalla, aunque se extendiera en numerosos hombres de cine, tuvo claros referentes en figuras que tuvieron una de las principales premisas de su obra en la apuesta por un sentimiento que excediera los límites racionales –corriente a la que se incorporaría tiempo después William Dieterle-.

La película de Franklin se inicia con una breve sucesión de planos en el exterior del jardín de Sir John Carteret (admirable Leslie Howard, en uno de los tour de force más rotundos de toda su carrera). La cámara nos lo muestra desde diferentes ángulos, con una innata melancolía, apesadumbrado, sentado delante de un dosel y bajo un árbol, intentando evocar a su esposa fallecida bastantes años atrás. Se trata de Moonyeen (la Shearer), que llegará a aparecerse en espíritu aunque el ya avejentado Carteret no la contemple. El espectador será testigo privilegiado del contacto espiritual que se establecerá entre ambos, en unos instantes iniciales provistos de una inusual emotividad. Serán el contraste para la secuencia posterior, en la que la intercesión de Owen (O. P. Heggie), el íntimo amigo y consejero de nuestro protagonista, le haga acoger a la pequeña niña que ha quedado superviviente de unos familiares de su difunta esposa. De nuevo la sobriedad con la que se plantea y la manera con la que se brinda a través de atinadas elipsis el crecimiento de Kathleen (de nuevo Norma Shearer), permiten que en apenas pocos minutos nos introduzcamos de lleno en ese ámbito casi apartado del mundo, del que el destino querrá que en una noche de tormenta, la ya crecida muchacha, en compañía del atildado Willie (Ralph Forbes), acudan a refugiarse a una vieja mansión abandonada. En apenas unos instantes se nos introduce en una atmósfera ligada al cine de terror –los pasos de la pareja en el interior abandonado y polvoriento de la misma-, hasta producirse el encuentro con un joven –Kenneth Wayne (Fredrick March)-, que Franklin describirá con unos magistrales acercamientos de cámara hacia los rostros de dos seres que desde ese momento iniciarán una relación amorosa casi a contrapelo, y que hasta que se vaya consolidando –con inusitada rapidez- revele sus casi insalvables dificultades. Wayne se dispone en unas semanas a alistarse en Francia a combatir en la I Guerra Mundial, aunque el casi insalvable amor que ambos sentirán, le llevará finalmente a revelar un secreto que Carteret había ocultado a su joven familiar acogido. Un flashback nos revelará que el padre de Wayne –encarnado por el mismo March, fue amigo desde su juventud de Moonyeen, intentando impedir la boda de la muchacha con John. La tragedia se cebará en la recién consagrada esposa, que será abatida de un tiro ante el altar, pudiendo apenas consumar la ceremonias antes de morir ante su ya declarado esposo. Será todo ello motivo para que Sir John haga prometer a Kathleen que no volverá a ver al hijo de quien provocara dicha tragedia. Una orden que ella cumplirá pese al amor que siente por este, pero que finalmente dejará de lado ante el sentimiento que le une a Wayne, aunque ello impida en el último momento que cuando este va a acudir al frente se case con él in extremis, atendiendo al imperativo marcado por su tutor, de alejarla incluso de sus dependencias. La guerra mostrará su crudeza durante cuatro largos años, en los que la joven no dejará de añorar al hombre que ama, y al firmarse el armisticio esperará la legada de su amado.

Hablando como estamos de una película estrenada hace más de ocho décadas, quizá algún espectador acostumbrado a los modos actuales de la pantalla, pueda encontrar caducos los métodos empleados por Sidney Franklin en SMILIN’ THROUGH. Sin embargo, a cualquier amante del buen cine le resultará fácil constatar la sensibilidad manifestada por el cineasta a la hora de articular la progresión del relato a base de secuencias elegantemente estructuradas a partir de fundidos en negro. En la intensidad y sutileza de la dirección de actores –a la magnífica labor de un Howard que encarna su personaje en base a diferentes edades, cabe destacar no solo la labor del siempre excelente March, sino que su química con la Shearer se revela no solo admirable, sino en algunos instantes del todo punto emotiva-. Me refiero con ello de manera especial a la intensidad que reviste la interacción de los dos personajes cuando ella acude a casa de este –que disimulará ante ella la parálisis de sus piernas-, fingiendo desafección cuando ella le describe un amor entregado. Son instantes conmovedores, en una película que sabe albergar en casi todo momento el eco del ambiente bélico –esos lejanos temblores de los cañonazos disparados en territorio francés-, la delicadeza con la que se introduce ese apunte sobrenatural de la presencia ante el espectador de Moonyeen –que concluirá en lo que podría ser casi un adelanto de la sublime conclusión de THE PHANTOM AND MRS. MUIR (1947, Joseph L. Mankiewicz)-, que de manera inconsciente irá influyendo en el ánimo vengativo de su amado, como condición romántica para que en un momento dado pueda unirse a él de nuevo en el más allá.

Pero unido a todo ello, y aún reconociendo ciertos atisbos teatrales que quizá impidan al conjunto total alcanzar un mayor grado de intensidad, hay algo que destacar de manera muy especial en el film de Franklin. Me refiero con ello a la perfecta anuencia existente entre la fotografía brindada por Lee Garmes y la dirección artística desplegada a lo largo del relato, pudiéndose apreciar una especial integración de los mismos como auténticos personajes suplementarios de este SMILIN’ THROUGH, que no solo me hace incentivar en el acercamiento a otros títulos de Franklin –incluso el precedente mudo del mismo argumento-, al tiempo que acercarnos al remake filmado por Borzage la década posterior.

Calificación: 3

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