THE GOOD EARTH (1937, Sidney Franklin) La buena tierra
Como en tantas otras épocas del cine de Hollywood, a finales de los años treinta florecieron una serie de producciones “de prestigio”, en donde cada estudio ponía todo su empeño a la hora de dar vida una película –generalmente desarrollada o ambientada en un hecho del pasado o quizá de otro país-. Algo que por cierto con el paso del tiempo no ha ido evolucionando demasiado-.
Serían varios los ejemplos a citar, pero uno muy curioso es A TALE OF TWO CITIES (Historia de dos ciudades, 1935. Jack Conway), que es un estupendo referente de cara a las posibilidades más valiosas que ofreció esa vertiente cinematográfica. De rasgos similares al título de Conway, un par de años después se estrenaba THE GOOD EARTH (La buena tierra, 1937. Sidney Franklin), adaptación de la obra de Pearl S. Buck y al mismo tiempo de la obra de teatro que surgió previamente a su equivalente cinematográfico. El productor Irving Thalberg fue el principal promotor de un proyecto que se extendió en su gestación durante cuatro años y que el magnate no pudo ver finalmente completado al producirse su muerte –la película está dedicada a su memoria-.
Lo primero que sorprende, y gratamente, en THE GOOD EARTH es la presencia de grandes profesionales en su equipo técnico –el productor asociado era el mítico Albert Lewin, Karl Freund ejerce como operador de fotografía, en una labor que por otra parte recibió un Oscar-, mientras que en el conjunto del diseño de escenografías figura una larga nómina de especialistas de primera fila, al igual que en su reparto –Luise Rainer lograría su segundo Oscar a la mejor actriz con su extraordinaria labor en esta película-.
El film de Franklin cuenta, esencialmente, la aventura vital del agricultor chino Wang Lung (Paul Muni), un joven bonachón que se casará con O-Lan (Luise Rainer), a la que ha solicitado en una visita a una siniestra casa de mujeres, habitual en la china de finales del siglo XIX. Desde el primer momento y con absoluta modestia, O-Lan será realmente el alma del entorno vital que rodea a Lung. Además de tener hijos, ayudará a su marido cuando la ocasión lo requiere, logrando una relativa estabilidad al comprar varias tierras limítrofes con la suya propia. Sin embargo, la llegada de una hambruna llevará a la familia a viajar de forma penosa hasta la gran ciudad en busca de trabajo, pudiendo comprobar que en su nuevo destino se encontrarán aún peor, ya que no logran ningún trabajo o ingreso alguno. Una vez más, será O-Lan la que de forma casual y tras haberse jugado la vida viéndose arrastrada por una muchedumbre que protagoniza un brote revolucionario, encontrará una bolsa de piedras preciosas que logran remontar sus deseos de prosperidad familiar.
Los componentes de la misma volverán a sus tierras de siempre, dejándose tentar Lung en su condición de nuevo rico. Con ello aparecerá una joven que será su segunda mujer, y que solo pretende sacar del ya terrateniente las mayores riquezas posibles. Cuando esta situación llegue al límite y familiares y amigos se vayan separando del protagonista, llegará la amenaza de una plaga de langostas. La situación favorecerá que de nuevo se unan las voluntades de todos en su sentimiento de defensa de la tierra, poniendo en practica un plan que finalmente –y con la ayuda del viento- permitirá finalmente salvar buena parte de la cosecha. Será ese el momento de inflexión que necesitará el veterano oriental para reasumir su condición de hombre de la tierra, que es donde ha estado presente toda su trayectoria vital, y en la que tanto ha colaborado su mujer, hasta prácticamente el momento de su muerte. Llegado ese trágico desenlace, Lung quedará desolado y afirmará –delante del melocotonero que en su juventud plantó su esposa-, que para él O-Lan es la buena tierra.
Es innegable que THE GOOD EARTH se describe como un melodrama de tintes folletinescos, caracterizado por su ambiente rural y la descripción desde una complaciente mirada occidental, de unos personajes totalmente diferentes en cultura y avances a los característicos de nuestra sociedad. Creo sin embargo que no es esta la mejor opción a la hora de valorar las considerables cualidades de su resultado fílmico, que centrándolas en el seguidismo de una novela que predica la resignación de los pobres como la mejor vía para la redención personal. Si el film de Franklin sigue mintiendo interés en nuestros días, es precisamente por una puesta en escena llena de viveza que concede una gran importancia al ritmo cinematográfico y a un extraordinario trabajo de ambientación y atmósfera visual –obra del ya citado Freund-. En varios momentos es fácilmente perceptible que en algunas secuencias se aplica una planificación claramente inspirada en Einsenstein, caracterizada por el montaje de planos cortos con efectos impactantes. Con el recurso reiterado del fundido en negro, la película logra desarrollar un ritmo ágil, lo que permite que con el recurso de elipsis se logre, como en todo relato novelesco, avanzar años en la historia central.
La película de Franklin logra asimismo un par de set piéces realmente admirables. Una de ellas es la odisea que sufre O-Lan al integrarse en el seno de las masas que asaltan el palacio en la ciudad, donde está a punto de morir pisoteada por los campesinos que buscan enseres para robar. Pero sin duda alguna, en THE GOOD EARTH se desarrolla una larga secuencia que ejerce además como catársis moral de surelato, y que es la que describe la lucha contra la invasión de las langostas. Un fragmento admirable en su propia fisicidad que se podría retener sin duda entre los más impactantes del cine norteamericano en los años treinta.
Dentro de este conjunto de cualidades, lo cierto es que la película del olvidado Sidney Franklin –que en aquellos años era el prototipo del realizador de prestigio- hay un relativo bache con la aparición del personaje de la joven china que fascinará a nuestro protagonista. Pese a la necesidad de su presencia como tal, introduce un ritmo un tanto moroso que se disipará definitivamente con el advenimiento de la señalada plaga de insectos. En cualquier caso, con sus logros y pequeños reparos, nos encontramos con una interesante y olvidada muestra de un tipo de cine “de productora”, que procuraba aunar con sus talentos más adecuados una labor de equipo, y con cuyo esfuerzo colectivo le ha permitido llegar hasta nuestros días con una notable fuerza dramática.
Calificación: 3
2 comentarios
eduardo enrique -
NESTOR VELASQUEZ -