UNSEEN FORCES (1920, Sidney Franklin)
De manera muy lenta, se van recuperando títulos muchas décadas olvidados, en la andadura de Sidney Franklin. Exponentes que, en su amplio periodo silente, observan un doble interés. Por un lado, al proceder estos de la recuperación de producciones que permanecieron perdidas durante décadas. Por otro, en la medida que permiten comprobar la madurez estilística de Franklin, tanto en la versatilidad que siempre manifestó, como en la evolución de unas formas visuales y narrativas, imbricadas en una apuesta constante por la serenidad narrativa, que le permitió en los años treinta, emerger como uno de los más valiosos representantes del romanticismo cinematográfico, junto a figuras como Frank Borzage, John M. Stahl, Leo McCarey, y tantos otros. Dentro de dicho proceso, el visionado de UNSEEN FORCES (1920), proporciona dos rasgos, que impiden su completo disfrute. A la ausencia de una bobina -descrita a partir de la secuencia campestre, en la que se produce el inesperado reencuentro de la pareja protagonista-, se aúna la carencia de fondo sonoro. Peor lo supone el hecho de encontrar, fundamentalmente en el primer tercio de los 65 minutos de metraje que se conservan, unas molestísimas manchas, que describen la descomposición del negativo de nitrato, que en no pocos instantes casi impiden la contemplación de los encuadres marcados por Franklin.
No son estas dificultades menores, pero una vez solventadas, nos permiten apreciar asta atractiva muestra de melodrama sobrenatural, iniciando quizá -desconozco si Franklin ya filmó con anterioridad, relatos con estas características-, una veta, que prolongaría, con sus dos adaptaciones de la obra de Jane Cowl -SMILIN’ THROUGH (A través de sonrisas, 1922) y la estupenda y sonora SMILIN’THROUGH (La llama eterna, 1932)-, caracterizada por su sencillez y sensibilidad, expresa a través de una planificación dispuesta a través de planos fijos -solo detecté una leve y liberadora panorámica hacia la izquierda, en el momento en que se descubre el fallecimiento del padre de la joven Miriam-. UNSEEN FORCES se inicia con el alumbramiento de Miriam Holt, en medio de una extraña confluencia en el cielo, costando su llegada la muerte de su madre. Dicha dramática desaparición -que el cineasta describe de manera elíptica-, provocará un enorme trauma a su padre, mientras desde bien pequeña, en Miriam se irá patentizando un don para vaticinar el futuro. En una ocasión, hasta el entorno rural donde esta vive de manera bucólica, llegará el acaudalado George Brunton y, con él, su hijo Clyde, que de inmediato simpatizará con nuestra protagonista, estableciéndose en la estancia de ambos en el campo, una clara vinculación, cuando al marcharse Clyde le regale a Miriam un reloj de pulsera, e incluso no puedan resistirse a besarse de manera pudorosa.
Pasan los años, y ambos ya se encuentran en plena juventud, tanto Miriam (encarnada ya por una sensible Sylvia Breamer) como el amable Clyde (asumido ya por Conrad Nagel), se reencontrarán, cuando este último acuda de nuevo, acompañado por el capitán Stanley (Sam de Grasse). De nuevo, entre la calidez emocional de la campiña, entre ellos se reanudarán aquellos lazos afectivos, latentes, más nunca desaparecidos, en el tiempo. Una explosión romántica, que será observada por un primo de Miriam desde la distancia, y que aparecerá más que esperanzadora cuando el primero retorne a su entorno habitual. Por desgracia, casi de inmediato, Miriam sabrá que su padre acaba de fallecer. Instantes después, Clyde volverá a su hogar -bajo el pretexto de recuperar la escopeta que se ha dejado-, viendo a Miriam abrazada a su primo, sin saber que la muestra de afecto, en realidad está dominada como exteriorización por el dolor de la desaparición de su progenitor.
Pasa el tiempo, y Clyde se casará con la adusta Winifred (Rosemary Theby), que en todo momento se vinculará al poderoso padre de este, configurando una pareja carente de afecto. El destino reencontrará a aquella romántica pareja en un encuentro campestre -instante a partir del cual se inserta el metraje perdido-. Una vez se recupera el argumento, Miriam se ha trasladado a la ciudad, intentando ofrecer su don a aquellos que lo necesiten, sin pedir a cambio ninguna contraprestación, mientras que el matrimonio de Clyde y Winifred se ahoga en la falta de afecto que este recibe de su esposa, que nunca ocultará haberse casado con él por su posición. Ello propiciará que el joven se acerque e incluso ayude a la vidente, aunque ella intente que se aleje de su entorno. Al mismo tiempo, la intrigante esposa de Clyde, aprovecha la inquina que el padre de este mantiene con Miriam, a la que considera una oportunista, logrando ambos llevar a esta ante la sociedad psíquica, para poner a prueba sus dones. Esta, pese a los consejos que recibe de las personas que la respaldan, no dudará en aceptar la llamada, reconociendo en la vista, que no puede poner en marcha sus poderes como simple manifestación, lo que se argumentará por sus detractores, como una señal de la falsedad de estos. Sin embargo, en el último momento, la sala registrará una sorprendente visualización, que marcará sobre todo el pasado de Winifer, y el de un antiguo pretendiente de esta, presente en la sala.
Como será habitual en el conjunto de la obra de Franklin -al menos entre los títulos suyos que he tenido ocasión de contemplar-, la sensibilidad, la modulación en la planificación, y una suavidad y naturalidad en la dirección de actores, serán las armas utilizadas por un cineasta provisto de una notable elegancia, que en este caso será plasmada a partir de una puesta en escena dominada por planos fijos pero, eso sí, dominada por una agilidad en la utilización de los mismos, apelando a una mayor calidez e intensidad en las motivaciones de sus personajes, según su discurrir argumental se irá imbricando en una creciente temperatura emocional. Todo ello permitirá unas secuencias dominadas por la placidez y lo telúrico, en la descripción de la consolidación romántica de Miriam y Clyde durante sus secuencias campestres. Será un sendero que se extenderá al conjunto de una película, caracterizada por episodios tan intensos, como ese encuentro de la protagonista con el insistente y frívolo Arnold Crane (Rober Cain), que dará paso a un inesperado flashback, en donde se revelará un episodio pasado en la andadura sentimental de este, que no solo marcará una modificación en su actitud vital, sino que aparecerá de especial interés en la sorprendente resolución de la película.
UNSEEN FORCES refleja su querencia sobrenatural con especial delicadeza. Inicialmente se expresará con esa despedida del padre de Miriam, que ante ella anunciará su muerte. Esa pronta aparición ante ella, para tranquilizarla en su presencia en el más allá o, sobre todo, en esa aparición final de esa niña, que sin duda fraguó el fracaso existencial, e instauró la personalidad insidiosa de Winifer. De todos modos, me sorprende -quizá se reflejara en el metraje perdido-, la ausencia de la resolución argumental de esa predicción que la protagonista formuló al capitán Stanley -segura alusión al célebre explorador-, en la que le auguraba un accidente por arma de fuego en una exploración a tierras africanas. Sidney Franklin logra permutar un determinado grado de maniqueísmo, en una creíble descripción de personajes, centrando todo ello en una contenida dirección de actores, de la que destaca la frescura y naturalidad que brinda la labor de un jovencísimo Conrad Nagel. Precisamente, será su personaje -Clyde-, el que pronuncie la frase más rotunda del relato, tras recibir el desdeñoso anuncio de su esposa, de que se casó con él por interés, al señalar “Nada hay más bajo que una mujer, ni más alto que una mujer”.
Como elemento insólito, UNSEEN FORCES muestra una secuencia -bastante deteriorada en el negativo-, que celebra el aniversario de matrimonio entre Clyde y Winifer. En la cena de celebración, se proyectará una película de la boda -pensemos que la película se rodó en 1920-, cuyas imágenes serán reveladoras del auténtico sentimiento que anima en sus nada felices contrayentes, en la que se superpondrá el rostro de Crane que, en ese mismo instante, desconocemos había sido con anterioridad, amante de esta.
Calificación: 3