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CINEMA DE PERRA GORDA

THE DARK ANGEL (1935, Sidney Franklin) El ángel de las tinieblas

THE DARK ANGEL (1935, Sidney Franklin) El ángel de las tinieblas

La aversión que muchos hemos podido compartir por el look expresado en el melodrama durante la década de los años treinta, es algo que en no pocas ocasiones ha propiciado injustas valoraciones dentro de un corpus en el que junto a títulos desprovistos de mayor atractivo que el meramente arqueológico, se encuentran no pocos revestidos de un notable interés, y que quizá por estar configurados dentro de aquel ámbito, se vieron muy pronto arrinconados a un olvido más que injusto. THE DARK ANGEL (El ángel de las tinieblas, 1935) es un ejemplo de este enunciado, que nos sirve además para evocar la figura de un interesante realizador; Sidney Franklin, quizá más conocido por su posterior –y estupenda- THE GOOD EARTH (La buena tierra, 1937). Artífice de una amplia filmografía que se remonta a la segunda década del siglo XX cinematográfico, en lo poco que he podido contemplar de sus últimos títulos se observa en ellos una patina pictórica, en buena medida heredada de esa larga ascendencia en el periodo silente. Tanto en THE DARK ANGEL como en THE GOOD EARTH se aprecia un cierto menosprecio por el aspecto narrativo, optando por el contrario por ese grado impresionista de ambas propuestas, tamizados por el especial esmero dispensado al aspecto sensorial e interiorizado de las acciones desarrolladas en los guiones, y en las que podemos contemplar la evolución interior de sus personajes a través de los sentimientos que de estos emanan.

De igual modo, THE DARK ANGEL se emparenta con ese tipo de melodrama que se daba de la mano con cierta vertiente fantastique, ensalzando en su trazado la fuerza suprema de los sentimientos –tema esencial en el cine de un Frank Borzage-, que se manifestaría asimismo en este periodo, en títulos tan reconocidos como DEATH TAKES A HOLIDAY (La muerte en vacaciones, 1934. Mitchell Leiden) o PETER IBBETSON (Sueño de amor eterno, 1935. Henry Hathaway). Ejemplos todos ellos prestigiados y representativos de una tendencia de perfiles magníficos entre los que, justo es reconocerlo, puede integrarse sin desdoro el título que comentamos. La propuesta de Franklin nos muestra en sus primeros minutos la intensa relación de amistad existente entre la pequeña Kitty, Alan Trent y Gerald Saxon, que viven desde bien pequeños. Ya en ese disfrute colectivo de infancia, se propiciará la presencia de una inesperada y casi sobrenatural ráfaga de viento, que la pequeña Kitty intuye se trata la cercanía de un sentimiento –pensando siempre en Alan-. Pasarán los años, y antes de que los dos hombres se incorporen a filas –en la I Guerra Mundial-. Kitty (ya convertida en una bellísima Merle Oberon), decidirá casarse con Alan (magnífico Fredrick March). En el triángulo, Gerald (un no menos brillante Herbert Marshall) asumirá la unión que le merecen los dos amigos de siempre, aunque quizá en el fondo de su corazón albergara también la esperanza de casarse con Kitty. La guerra ofrecerá su crudeza, y de la misma retornará sin complicaciones Gerald, pero un ataque de bombas en el refugio en el que se encontraban ambos –en aquel momento, Alan era subordinado de su eterno amigo-, propiciará en apariencia la desaparición de este. Kitty y Gerals asumirán su previsible y trágica muerte, aunque desconocerán que este fue hecho preso y auxiliado para su recuperación, quedando ciego de por vida. Tiempo después lo veremos junto a muchos otros invidentes, decidiendo una vez abandone el recinto hospitalario en donde se encuentra reposando, no volver ni dar señales de vida en su hogar y su entorno familiar y de amigos –pensando sobre todo en no generar compasión en su prometida-. Por ello viajará hasta una lejana casa de campo, donde se instalará inicialmente con carencia total de apego hacia la vida, pensando que el discurrir ulterior de su existencia va a suponer un auténtico calvario personal. Sin embargo, de forma casual, y animado por la pequeña hija de la dueña de la casa en la que reside, se irá convirtiendo en un prestigioso autor de libros infantiles, aspecto este en el que utilizará otro nombre al suyo –el mismo que eligió cuando volvió al conocimiento y descubrió que se había quedado ciego-. Han pasado tres años, y Alan –bajo su otro nombre- recibirá la visita de Sir George Bartin (Jon Halliday), la persona que más lo ayudó a salir de aquel hospital de postguerra. Este aún recuerda aquella fotografía que Alan portaba en su cartera, y descubrirá leyendo una revista que se encuentra cerca de este, que Kitty y Gerald –a los que no conoce personalmente- se van a casar. De alguna manera, y aunque aparente escepticismo, todo ello será demasiado para el joven invidente, sintiendo en su propia piel que se recuperación era más externa que interior, a lo que se sumará el inesperado encuentro que se producirá con Kitty, que de forma casual se encuentra instalada junto a su prometido en una mansión cercana, asistiendo a unas cacerías, antes de vivir sus esponsales. Poco a poco, Bartin irá ligando las piezas percibidas, localizando a Gerald quien, junto a Kitty, visitará a un Alan que disimulará su ceguera, estableciéndose un encuentro lleno de frialdad, marcado desde el primer momento por la distancia impuesta por el escritor invidente, que en ningún momento desea recibir la compasión de sus compañeros y, con ello, la ruptura de esa boda ya anunciada.

THE DARK ANGEL se encuentra dividida con claridad en dos partes. En la primera destacará una vertiente mucho más ligera, en consonancia con ese primer estado de infancia e incluso juventud de nuestros protagonistas. Los primeros planos de la película incidirán en ese aspecto pictórico del relato, e incluso la planificación que muestra el crecimiento de los tres amigos en ocasiones reiterará la planificación, sometiendo la misma situación al paso de los años. Ya en estos primeros minutos, en pleno disfrute campestre, se escenificará la primera ocasión en la que esa ráfaga de viento servirá con conexión en la especial relación mantenida entre Kitty y Alan. Poco a poco, iremos adentrándonos en los protagonistas, que adquirirán ya los rasgos del trío de magníficos intérpretes, y sobre los que se irá cerniendo la sombra de la llegada de la guerra, que marcará indefectiblemente su futuro. Será precisamente en el momento en el que los dos grandes amigos compartan la experiencia de la contienda, cuando la película marque un punto de inflexión, representado en la secuencia más intensa de la función, y en la que incluso su aire fantastique adquirirá una vertiente más física. Será el episodio desarrollado dentro de un lejano reducto de guerra, donde Alan y Gerald exterioricen un enfrentamiento al no darle el segundo permiso para encontrarse con Kitty. El primero saldrá al combate, escuchándose desde dentro el resonar de un inesperado bombardeo, que de forma previsible ha acabado con este. En la distancia, una gélida ráfaga de aire servirá a Kitty de siniestro augurio.

No voy a ocultar que en el film de Franklin su segunda mitad –la que se desarrolla a partir del episodio relatado-, me interesa mucho más que la primera de ellas. Al mismo tiempo, hay que entender que sin la ligereza de ese primer tramo el relato no adquiría su notable progresión dramática. Pero cierto es que es a partir de advertir la ceguera de un Alan que ha decidido cambiar de identidad, cuando a mi modo de ver la película adquiere una mayor agilidad narrativa. Esta circunstancia quedará de manifiesto en la magnífica secuencia en la que se reúnen todos los invidentes que han sobrevivido a la contienda –mostrados a través de un brillante uso del travelling-, en donde uno de ellos estallará indignado ante las soflamas conciliadoras del invitado a pronunciar unas –inútiles- palabras de ánimo a esta deshauciada galería de seres ya imposibilitados para vivir una vida normal. Entre ellos, Alan alzará la voz para acallar el grito desesperado de rabia de uno de sus compañeros, y pese a dicha desesperanza –es magnífica la gradación dramática que le proporciona March-, poco a poco irá reconduciendo su vida, teniendo para ello la ayuda inicial de George Bartin. Este le animará a regresar a su entorno y volver a su identidad original, pero en el último momento y cuando se encontraba muy cerca en tren de regresar, una serie de pensamientos –que serán proyectados ante el espectador-, centrados en la previsible compasión que provocaría entre su gente, le harán retroceder en su intención, aunque ello le lleve a una decisión que le permitirá de manera definitiva asentar su futuro. Todo este proceso, en el que tendrá una mayor presencia la acción, propicia un bloque narrativo magnífico, planteando Franklin el discurrir paralelo de nuestro protagonista, con el de Kitty y Gerald. Un discurrir al que el destino unirá de nuevo, en un fragmento final admirable, que podría ser insertado sin desdoro en cualquier galería de las mejores secuencias del melodrama de la década de los años treinta. Lo supondrá el reencuentro de los tres amigos de siempre, ante los que Alan intentará realizar una puesta en escena que impida descubrir en ellos y, sobre todo, ante su enamorada Kitty, su ceguera. Adelantándose a los avatares vividos en las dos versiones de LOVE AFFAIR / AN AFFAIR TO REMEMBER (Tu y yo), rodadas en 1939 y 1957 por Leo McCarey –en aquella ocasión simulando evitar una parálisis-, la secuencia tendrá una pudorosa resolución, como si Sidney Franklin no buscara el exceso y si, por el contrario, una extraña serenidad que invadirá el conjunto de la película. No cabe duda que el realizador era un profesional que prefería hablar con voz callada, pero sabiendo transmitir con personalidad y nobleza las armas del melodrama.

Calificación: 3

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