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CINEMA DE PERRA GORDA

UPSTAIRS & DOWNSTAIRS (1959, Ralph Thomas) Las pícaras doncellas

UPSTAIRS & DOWNSTAIRS (1959, Ralph Thomas) Las pícaras doncellas

Cuando en 1959 Ralph Thomas asume la realización de UPSTAIRS & DOWNSTAIRS (Las pícaras doncellas), cierto es que ya había probado armas de manera exitosa –a nivel comercial-, con el ciclo de títulos de la serie DOCTOR IN.... Exponentes de enorme popularidad pero exiguo interés que, junto a la serie Carry On, forjaron lo menos atractivo que el género brindó en una década donde el influjo de la Ealing Studios fue declinando, hasta que su devenir evolucionara con nuevas formas, ajeno casi por completo a la renovación marcada en el cine norteamericano. Es por ello, que pese a esas poco alentadoras premisas, hay que reconocer que la producción de Thomas en aquellos años se encontraba en un buen momento, siempre adscrito a la Rank. Apenas un año antes había filmado su estupenda versión de A TALE OF TWO CITIES (Historia de dos ciudades, 1958) –quizá su obra más perdurable-, y se encontraban dramas y aventuras coloniales no desprovistos de interés. En medio de dicha coyuntura, y aunque su interés aparece de manera intermitente, lo cierto es que UPSTAIRS & DOWNSTAIRS –título que evoca la célebre y posterior serie de la BBC-, nos traslada ante todo a la importancia que la servidumbre albergaba en la Inglaterra próspera de finales de la década de los cincuenta. Thomas y el guionista Frank Harvey, a partir de la novela de Ronald Scott Thorn, no se plantean el más mínimo análisis sociológico en torno a la representatividad que dicha circunstancia tiene como manifestación del clasismo británico.

En su oposición, ofrecen un juguete amable y, en algunas ocasiones –en líneas generales las más divertidas de la función- describiendo las hilarantes consecuencias de la búsqueda de sirviente por parte del matrimonio formado por Richard (Michael Craig) y Kate Barry (Anne Heywood). Ambos se presentan en la película en la víspera de su boda, mostrando como ella se dirige a la búsqueda de sirvienta en una oficina de empleo, en donde percibirá las exigencias que en esos días ofrecen las empleadas domésticas. Una vez convertidos en esposos, el padre de Kate –Mansfield (James Robertson Justice), introducirá en la vivienda que la pareja ha adquirido, a una joven sirvienta italiana sin conocerla, basándose en referencias. El resultado será desastroso, encontrándose el matrimonio a su retorno al hogar con una escena casi surrealista. En ella, Maria (una joven Claudia Cardinale, poco antes de su consagración como estrella internacional) se encuentra con una serie de marineros viviendo una tremenda juega. Serán desalojados todos ellos, pero aún contarán con la protesta airada de la inconsciente muchacha, dejando atribulado a Richard.

La búsqueda seguirá con la incorporación de una sirvienta ya entrada en años, que ha venido acompañada por un perro de grandes proporciones, y que se caracteriza por su incorregible adicción a la bebida. El resultado, como se podrá suponer, se dirimirá catastrófico, en una cena además que Richard había programado para complacer a un veterano matrimonio norteamericano, presto a invertir en la empresa de su suegro. Las negativas experiencias motivarán al rol encarnado por Michael Craig a acudir a un pueblo inglés para recoger a una muchacha que jamás ha conocido la capital inglesa, en cuyo trayecto se producirán numerosas incidencias, que provocarán que la joven quede atemorizada y renuncie a su destino profesional. Las tribulaciones del joven matrimonio parecerán solucionarse tras el compromiso adquirido con un viejo matrimonio que incluso se ofrece a trabajar ambos por el precio de uno… sin saber que tras ellos se esconden unos asaltantes de bancos. Todo parecerá quedar solventado cuando acojan en su hogar como sirvienta a una joven nórdica –Ingrid (Milène Demongeot)-, que en principio colmará todas sus aspiraciones a la hora de ocupar esas labores domésticas, acentuadas además con el paso del tiempo con los dos hijos fruto del matrimonio de los Barry. En primera instancia, Ingrid cumplirá a la perfección su cometido. Sin embargo, muy pronto se podrá percibir que su eficacia discurre por encima de lo esperado, ya que su juventud y belleza arrastrará el interés de los hombres. Incluso el del acomodado Richard.

A partir de dicha premisa, y a través de una estructura que combinará elementos de comedia blanda, otros ligados al slapstick y ciertas gotas de melodrama, Thomas conforma una película tan plácida como carente de ese gramo de locura que, caso de haber exprimido ante todo su potencial cómico, hubiera permitido que nos encontráramos ante un resultado mucho más plausible. Pero, si más no, lo cierto es que su metraje alcanza a mostrar un inofensivo fresco sobre la clase media inglesa de su tiempo y, sobre todo, hay que reconocer que los episodios que relatan las frustradas experiencias de diferentes sirvientas, aparecen revestidos de eficacia cómica. No lo será tanto el fragmento que protagoniza la Cardinale, pero si el de esa veterana sirvienta que supuestamente visita a su hermana enferma pero que acude a una tasca a emborracharse. Sobre todo el la larga y casi enervante secuencia en la que prepara una cena a los invitados de los Barry, dentro de un conjunto caracterizado por la técnica del slowburn que deviene francamente hilarante, concluyendo el mismo con el incendio de los mismos y la anuencia de los bomberos. Más lo será el del traslado de la joven pueblerina, que provocará un divertido fragmento en el que Richard –impagable Craig-, se verá atrapado en el aseo del tren, viviendo equívocas y apuradas situaciones que incluso darán pie al doble sentido. De eficacia más formularia devendrá la acción de los nuevos sirvientes, ancianos que acometerán el atraco a una sucursal vecina por medio del butrón, insertándose a continuación la vertiente melodramática en la incidencia de la sensual e inocente Ingrid. Su personaje proporcionará los instantes más emotivos de la película, al decidir renunciar a la boda que iba a celebrarse con el músico americano Wesley (Daniel Massey), y dejando entrever en su despedida al iniciar su viaje en tren, que su amor se encontraba ligado al imposible Richard, de quien siempre admiró el hecho de ser feliz con su esposa e hijos.

Tan frágil como inocente, tan discreta como plácida, con un reparto en el que se encuentra en un rol episódico la mítica Barbara Steele –encarnando a la esposa de un matrimonio mundano, encariñada con su perro-, lo cierto es que UPSTAIRS & DOWNSTAIRS aparece como un producto inofensivo pero agradable dentro de su irregularidad. Un título representativo de esa carencia de rumbo que la comedia británica mantenía en aquellos años puente en su cinematografía. Otros géneros más ligados a su sensibilidad –el fantástico y terror, por ejemplo-, se encontraban en aquel tiempo en plena efervescencia.

Calificación: 2

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