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CINEMA DE PERRA GORDA

MARIE ANTOINETTE (1938, W. S. Van Dyke) María Antonieta

MARIE ANTOINETTE (1938, W. S. Van Dyke) María Antonieta

A la hora de intentar “legitimar” una superproducción como MARIE ANTOINETTE (María Antonieta, 1938. W. S. Van Dyke), se podrían esgrimir razones de prestigio, como recurrir para su base dramática con un relato parcial de Stefan Zweig, haber contado como uno de sus guionistas –y sin acreditar- con la figura de F. Scott Fitzgerald, o el hecho que para filmar las secuencias de la revolución francesa, se contara –también sin acreditar- con las tareas del director francés Julien Duvivier. Nada de ello, sin embargo, la hace elevarse de suponer una típica producción de la Metro Goldwyn Mayer –es curioso consignar como inserta un preludio musical, un intermedio y una conclusión-, más en su vertiente más caduca y ampulosa, que en aquella que podría plasmar esa capacidad del estudio para expresar lo novelesco.

No en balde, la película lleva la firma de W. S. Van Dyke, antiguo ayudante de Griffith, y en buena parte de carrera fiel servidor de los dictados del estudio más conservador de Hollywood. Capaz de una puesta en escena académica, en ocasiones incluso estéticamente brillante, Van Dyke se encontró sin embargo bastante lejos de directores tan “de la Metro” como Sydney Franklin –a quien se agradece en los títulos de crédito su aportación en la producción- o un Clarence Brown, que supo incorporar su propia personalidad en el seno del estudio. Hay un grave problema de partida en MARIE ANTOINETTE, que a mi modo de ver invalidan los posibles senderos dramáticos por los que podría haber girado su desarrollo. Senderos que en ocasiones llegan a aparecer, pero que nunca tienen su definitivo caldo de cultivo, pecando su –demasiado generoso- metraje, de indefinición. Me refiero a la evidencia de haber dado forma a esta producción de grandes fastos, destinada al lucimiento de su máxima estrella, una Norma Shearer en aquel tiempo unida a la figura del magnate del estudio Irving Thalberg. Confieso que en mi juventud detestaba el referente de actrices como la Shearer, representativas de ese concepto caduco que en aquel tiempo vislumbraba tanto en sus películas, como en su propia presencia. El paso del tiempo me ha permitido apreciar una sensibilidad notable en ella, tanto a la hora de introducirse por los senderos del melodrama, como en los de la comedia. Sin embargo, por más que fuera nominada al Oscar a la mejor actriz, lo cierto es que en MARIE ANTOINETTE su presencia parece no estar dirigida por la mano de director alguno. Más allá del asombroso diseñó de producción que atesora, la andadura de Marie Antoinette en el palacio de la Bastilla, es un constante, molesto e interminable recital de rictus, gestitos y mohines de la actriz, dejando de lado la complejidad de su personaje, por más que la misma representara un modo de sociedad condenado a ser eliminado.

Sin dejar de lado ese elemento, aunque en todo momento relegándolo a un terreno muy secundario, la película nos describirá el pacto establecido con las casas reales de Austria y Francia, para unir a la protagonista con el nieto de Luis XV (encarnado por un magnifico John Barrymore). El joven (interpretado por un sobresaliente Robert Morley en su debut en la gran pantalla, logrando mostrar la evolución y vulnerabilidad de su complejo rol) es un ser obeso, dominado por los complejos, carente de sensibilidad social y, lo que es peor, no posee capacidad reproductora. Muy pronto Marie será rechazada, llamándola “la Austriaca”, recibiendo la contestación de seres relevantes de la Corte de París, como la antigua sombrerera y protegida del Rey, Mme du Barry (Gladys George). Será la dura convivencia de Antoinette en el mundo de las clases altas de la capital francesa, en la que solo podrá exteriorizarse, cuando bajo el manto del taimado Duque de Orleáns (Joseph Schidkraut), manipulador en ese mundo, aunque en el fondo utilizando sus resortes para adelantarse en la destrucción de los fastos monárquicos. Será algo que Luis XV anunciará a la corte que le rodea, apelando de manera lúcida al hecho que solo él, con su capacidad para dominar terrenos en apariencia opuestos, ha logrado mantener el imperio francés.  Pero mientras Marie ha logrado airearse como una mujer dada una vida de fiestas, juegos y diversiones, el monarca se apagará de manera repentina, convirtiendo a su marido en Luis XVI, y a ella en reina consorte. Con gran contratiempo por su parte, la noche anterior conocería y quedaría deslumbrada por la apostura, gallardía y sentido de la dignidad, que le transmitirá el Conde Axel de Fersen (un Tyrone Power derrochando carisma pese a su juventud). Será el contrapunto a la ligereza de su comportamiento, a la que sucederá una mirada más compasiva hacia el entorno de miseria que envuelve al pueblo francés, e incluso a la figura de ese marido con el que se ha casado por cuestiones de estado, con el que solo se plantea una relativa amistad, y que con el que poco a poco generará una creciente comprensión, sabiendo este sus devaneos amorosos.

Tras su coronación como reina, esta romperá por deber su relación con Axel, aunque sabiendo que podrá contar con él en cualquier situación que lo necesite. El entorno de conspiraciones de la corte, forzará a la demonización de su figura, a partir del rechazo que siempre ha producido por haber sido una extranjera, y también teniéndola como punta de lanza para derribar la monarquía. Surgirá la Revolución Francesa, y con ello un periodo de desestabilización que provocará el rechazo a la figura de Luis XVI y su esposa. Curiosamente cuando más unida se encuentra la pareja –que cuenta con dos hijos-, esta se pondrá a prueba en su huída, detención y posterior ejecución, con la mirada puesta en la añoranza del ya envejecido pero siempre galante Axel, por ese amor perdido, simbolizado en el anillo que porta en su mano.

No se puede pedir en MARIE ANTOINETTE, más que la expresión de un gran espectáculo, en el que la dirección artística y el diseño de producción albergan un especial protagonismo, y en donde casi todo se sacrifica en el logro de unos determinados “cuadros plásticos”, bastante caducos, y que no dudo tuvieron referencia en las posteriores producciones históricas de nuestra Cifesa años después. Sin embargo, sin dejar de reconocer este lastre, el maniqueísmo que se brinda en la descripción de la brutalidad de las clases populares revolucionarias ¡Que diferencia con A TALE OF TWO CITIES (Historia de dos ciudades, 1935. Jack Conway)! El servilismo a los molestos modos y tics de la Shearer, lo cierto es que casi ocho décadas después de su realización, hay suficientes valores para resaltar dentro de un conjunto por momentos polvoriento. Es decir, sobrevive en ella su letra pequeña. Aspectos como el gusto estético de Van Dyke, intentando insuflar cierta personalidad a escenas como la de la boda de Marie y el futuro monarca, insertando un impactando picado, y a continuación una elección pictórica en contrapicado, mostrando al oficiante delante de una composición de estilizados velones. Momentos como la descripción de la muerte de Luis XV, mostrando a sus sucesores en unas dependencia desde las que se ven las ventanas en donde el monarca agoniza, llegando incluso a utilizar un tipo de lente que destaca la combinación de nitidez y borrosidad a la hora de manejar las distancias. O momentos como esa sobreimpresión entre el rostro de la monarca de paseo en carruaje, sobre los rostros marcados de los ciudadanos, a punto de estallar en la revolución.

Cierto es que el film de Van Dyke no ofrece una crítica sólida de ese mundo superficial y frívolo, en el que se generó la célebre y sangrienta revolución. No es, sin duda, esa su intención. Pero tampoco en su vertiente romántica, se incide como debiera en la relación entre ella y el conde Axel de Fersen. Podría decir, a fin de cuentas, que las secuencias en la que ambos comparten plano, centradas todas en la creciente pasión que ambos se profesan, pueden situarse entre lo mejor de esta película de generosa duración. Hay en ellas un pudor, una sensibilidad y, por que no decirlo, una química entre ambos intérpretes –en ello la Shearer tuvo la intuición de elegir al emergente Power, estrella de la Fox, al que convenció invitándolo a una cena-, que por desgracia se echa de menos en demasiados instantes de su recorrido. Si más no, será uno de sus aspectos más perdurables, como lo será esa nueva mirada a la familia de Luis XVI, unida en sus últimos momentos, mostrando incluso el rey una sensibilidad hasta entonces no vista en él. Veremos incluso como en la asamblea que torpemente quiso coartar, se votará su posible ejecución, siendo el detonante de la misma el voto de su primo, el Doque de Orlenas (Joseph Skildraut). Se sucederán unas brillantes secuencias de exteriores nocturnos, describiendo la huída de la diligencia en la que viaja la familia real, orquestada por Axel, finalmente serán descubiertos y escoltados hasta ser recluidos en prisiones. Serán ya los últimos minutos, cuando poco antes de la ejecución de ese monarca al que humillan, este se muestra sensible con sus hijos. Ese mismo día, los revolucionarios separarán a la madre del heredero, al que llegarán a volver en contra de ella. La revolución se corrompe en función de sus excesos… y en un alarde de valentía, Axel deseará contemplar a Antoinette por última vez, estando ella confinada en una oscura celda. Totalmente envejecida, será el último encuentro con una mujer, que horas después asumirá tan digna como catatónica, la llegada con la guillotina. Desde la lejanía, el gran amor de su vida contemplará la ejecución con dolor, pudiendo ver como evoca ese anillo que perpetuará su amor por encima de cualquier circunstancia.

Calificación: 2

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