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CINEMA DE PERRA GORDA

KEY TO THE CITY (1950, George Sidney) [Las llaves de la ciudad]

KEY TO THE CITY (1950, George Sidney) [Las llaves de la ciudad]

Artífice de una filmografía capaz de los mejor –SCARAMOUCHE (Idem, 1952) y de lo peor JUPITER’S DARLING (La amada de Júpiter, 1955), es probable que el norteamericano George Sidney lograra su mejor aportación a la comedia con la casi desconocida KEY TO THE CITY (1950) –nunca estrenada comercialmente en nuestro país, aunque editada recientemente en DVD con el título de LAS LLAVES DE LA CIUDAD-. Y es que, más allá de sus atractivos, nos encontramos con uno de esos curiosos exponentes –como algunos títulos filmados por Mitchell Leisen o George Cukor- que anticiparon la renovación del género abanderada a partir de la segunda mitad de los cincuenta por realizadores como Wilder, Tashlin, Donen, Edwards, Quine, Lewis o Minnelli –por aquel entonces artífice de títulos muy acomodaticios dentro del mismo-. La película centra su argumento en la celebración de una convención de alcaldes de San Francisco, entre los cuales se encontrarán Clarissa Standish (Loretta Young) y Steve Fisk (Clark Gable), ambos regidores de ciudades muy distantes, que sin pretenderlo se verán unidos en una relación que se pondrá a prueba a través de diversas y azarosas circunstancias, siempre dentro de un tono que oscila entre el melodrama, sirviendo el mismo en especial a la mitología de Gable, y una especial querencia por una comedia, que adquirirá por momentos tintes hilarantes.

Y hay que reconocer, que esa mirada renovada, que pocos años después se haría santo y seña del último periodo dorado del género en USA, se plasma con inusual efectividad en un título que ya desde sus primeros compases apela a su sentido de la ironía –esa hoja de periódico que anuncia la convención, envolviendo una merluza-, extendido a la muy vigente mirada en torno a los intentos de diversas firmas para convencer a los primeros ediles reunidos en un gran hotel, para optar por los productos que representan. Un hotel además cuyo recepcionista adquiere divertidos matices de caricatura. Podría decirse que con KEY TO THE CITY nos encontramos ante un borrador de los muy posteriores y célebres ácidas comedias wilderianas –en un momento dado, las dos coristas que van a buscar a Fisk a su habitación, parecen suponer un referente del Lemmon y Curtis travestidos en SOME LIKE IT HOT (Con faldas y a lo loco, 1958)-, unido a la elección por un blanco y negro que une esos modos casi experimentales, con la huella de la vieja comedia, representada en la brillante pareja protagonista, y también en secundarios tan valiosos como Frank Morgan, James Gleason o Lewis Stone.

Dentro de dichos parámetros, lo cierto es que el film de Sidney se caracteriza por un ritmo en ocasiones endiablado, basado en una constante movilidad de la cámara, adquiriendo por momentos ese alcance casi musical que se extendería en los nuevos modos de la comedia que casi preconiza el relato. Asumiendo ciertos elementos heredados del cine de Preston Sturges, lo cierto es que su planteamiento crítico aparece por momentos como demoledor, en la actitud de ciertos políticos corruptos –un ámbito muy común en nuestros días, con especial incidencia en nuestro país-, en la visión caústica en torno al puritanismo de cierta clase política provinciana estadounidense –la secuencia en un restaurante nocturno en la que la alcaldesa Standish, siempre muy responsable con la administración del erario público en gastos de representación, se verá cohibida ante la mirada de las esnobistas esposas de los regidores de otras ciudades-. Sin embargo, aunque nunca se abandone dicha vertiente crítica –las escaramuzas a las que es sometido Fisk por parte del enviado Lee Taggart (Raymond Burr), para que favorezca cierto contrato especulativo, las andanzas del comisario de policía para esconder de las garras de los periodistas la detención de los dos protagonistas, detenidos por error-, lo cierto es que en no pocas ocasiones su discurrir se inclina por derroteros que en ocasiones bordean con acierto la frontera del slapstick, sin olvidar que nos encontramos con una comedia que, en esencia, participa  de esa “guerra de los sexos” que fue una de las grandes aportaciones de la screewall comedy norteamericana. La oposición de caracteres entre la pacata, un poco reprimida y un mucho responsable Clarisse, y el conquistador impenitente encarnado por un Clark Gable, que exhibe tanto su dotación para el género, como el carisma de estrella que pone en práctica en toda la función.

A partir de dichas premisas, KEY TO THE CITY proporciona no pocos aspectos y episodios regocijantes. Personajes episódicos tan divertidos como el citado recepcionista del hotel, o el pequeño chino vendedor de nueces, interrumpiendo la labor del veterano policía. Instantes tan hilarantes como el inesperado flash que un fotógrafo dispara a Clarisse, convirtiéndose inmediatamente en un impertinente titular de prensa. La incómoda situación que vive Gable vestido ridículamente y escondido en las escaleras del hall del hotel, realizando un sonoro silbido que le hará llamar la atención de todos. La divertida secuencia con los intentos de Gable de romper una guía telefónica, que finalmente logrará al tornarse colérico de manera inesperada. La pelea desarrollada en el club donde se han reunido los alcaldes, a partir del extraño giro del descorche de una botella de champañ por parte de Fisk. El absurdo y por ello tan divertido episodio con Gable con gabardina y la Young disfrazada de niña -¿ecos de THE MAJOR AND THE MINOR (El mayor y la menor, 1942. Billy Wilder)?-, que culminará con la detención de ambos por la policía, pensando que se trata de un acoso de menores. La persecución con banda de música y una grotesca llave de flores por parte de este para recibir a Clarisse y declararse su amor. O la tremenda pelea final entre Steve y Taggart, para coartar de raíz los intentos intimidatorios de este, que tendrá su inesperado contrapunto en la preparación de Clarisse para la defensa, que pondrá en práctica contra la resentida amiga de Steve. En definitiva, un regocijante divertimento, que culminará con un divertido private joke en torno a la figura de Gable y el recuerdo de su Rhett Butler presencia en GONE WHIT THE WIND (Lo que el viento se llevó, 1939. Víctor Fleming).

Calificación: 3

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