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CINEMA DE PERRA GORDA

THE COMANCHEROS (1960, Michael Curtiz) Los comancheros

THE COMANCHEROS (1960, Michael Curtiz) Los comancheros

De entrada cabe señalar, que THE COMANCHEROS (Los comancheros, 1961. Michael Curtiz), supone una muestra, vitalista y por momentos elegíaca, de unos modos de entender el western, que marcaron con determinación, el último momento de homogénea brillantez en la historia del género. Contemplar la placidez, la serenidad, el sentido del paisaje, la simplicidad incluso de la historia escrita por el experto James Edward Grant, supone una muestra más de la madurez del cine del Oeste, centrada en la figura de su máxima estrella; John Wayne. No cabe duda que cualquier seguidor de Wayne, apreciará la relativa semejanza que planteaba THE COMANCHEROS, con la previa NORTH TO ALASKA (Alaska, tierra de oro, 1960. Henry Hathaway), THE SONS OF KATIE ELDER (Los cuatro hijos de Katie Elder, 1965. Henry Hathaway), o incluso la muy superior EL DORADO (1966, Howard Hawks). Por encima de las bondades de cada uno de estos títulos, e incluso si ambos pertenecen –como es este caso- a la 20th Century Fox- o a la Paramount. Hay en todos ellos el sedimento de una andadura en el género, en donde se aplica cierta serenidad, un aura casi elegíaca –lindando por momentos con ese elemento crepuscular que se iba adueñando del western-. En ella contemplamos la belleza de los parajes, enaltecidos por una actualización fotográfica tan característica, y la figura de un Wayne va consolidando en un estatus casi mítico. Pero contra lo que aparecería como forzada aura mesiánica en los títulos que desde finales de la década, dirigieran realizadores poco dotados como Andrew L. McLaglen, la presencia del icono bordea cualquier matiz ideológico, para erigirse por el contrario como un referente en el que la veteranía da paso incluso a matices irónicos y revestidos de sentido del humor.

Legados a este punto, y con ese aroma inconfundible que liga los ejemplos antes señalados, THE COMANCHEROS ofrece un relato en el que pronto se inserta al espectador en un maremandum donde los episodios de acción se dan de la mano con otros más intimistas. En el que una figura veterana del universo del Oeste, prolonga su andadura vital junto a un representante de una generación más joven. El pasado y el futuro, envuelto en un marco de gran belleza –en Ohio-, en el que la cámara del operador William H. Clothier, se pasea por unos exteriores quizá no tan estremecedores como los plasmados en las mejores muestras del cine de Ford, pero no por ello carentes de una extraordinaria sensualidad. Por sus fotogramas discurrirá la relación establecida entre el veterano ranger Jack Cutter (Wayne), desde su encuentro con el francés Paul Regret (Stuart Whitman en su mejor momento), un atractivo jugador de cartas y conquistador que ha sido envuelto en un duelo en Nueva Orleans, por el que es reclamado para su condena a muerte. Cutter localiza a este en un buque situado en otro estremo, iniciándose una relación dominada por la creciente sincronía, en la que la química entre los dos intérpretes resulta primordial. A partir de su encuentro, el relato prende de inmediato en sus matices, recogiendo en su discurrir diferentes subtramas que se insertan con tanta pertinencia y despreocupación, contribuyendo en su conjunto a forjar un relato en el que importa tanto el detalle y lo pequeño, como la pincelada en torno a la visión de un género que plantea en sus generalidad.

Conocido es que cuando Curtiz asume la realización de THE COMANCHEROS, se encontraba muy débil de salud. Una inoportuna caída de caballo le levó a eser hospitalizado, descubriendo los médicos la metástasis del cáncer que poco más de un año después le llevaría a la muerte. Es por ello que el rodaje de la misma, si ya desde su inicio contó con la clara influencia de Wayne, fue retomado tanto por su principal figura –que acababa de vivir el agotador rodaje de THE ALAMO (El Alamo, 1960. John Wayne)-, su debut como director-, como por el veterano George Sherman, que asumió las tareas como productor, y al que avalaba una aún poco apreciada andadura como especialista del western. Por todo ello, se puede poner hasta cierto punto en tela de juicio el grado de implicación personal que aportó Curtiz al resultado final de la película. Se puede incluso apelar a esa falta de estilo que esgrime su conjunto. Pero de lo que no se puede uno abstraer, es a ese grado de placidez que imprimen sus imágenes. Al acierto de incorporar un guión que orilla con general intuición en diferentes meandros del cine del Oeste. A ese vitalismo que brindan sus secuencias. A su por momentos portentosa belleza visual. A la fuerza que adquieren esos dos episodios dominados por la acción, plasmando los asaltos de los comanches. A la sensibilidad con la que se expresa esa creciente relación entre los dos actores protagonistas –impagable y noqueante el episodio en el que Regret agrede con una pala a Wayne, tras haber enterrado a cinco víctimas de un asalto indio-; las miradas de complicidad de ambos. A los apuntes humorísticos que se insertan sin demasiada estridencia –la presencia del rol encarnado por Lee Marvin, que parece prefigurar la relación de este con Wayne en la eternamente infravalorada DONOVAN’S REEF (La taberna del irlandés, 1963. John Ford)-. A lo desacostumbrado de su comienzo, que parece preludiar una cinta de aventuras, uno se queda sobre todo, con aquellos momentos intimistas y evocadores, que otorgan una patina de delicadeza y humana densidad al reato. Son, sobre todo, episodios como el de la visita de Wayne y Whitman, a la vivienda en la que se reencuentra con su amiga Melinda Marshall (Joan O’Brien), donde a través de la modulación de la planificación, las miradas y el eco de ciertos diálogos, el espectador llegará a percibir el peso que el pasado y la ausencia de su esposa, tiene para el veterano Cutter.

A THE COMANCHEROS le ayuda el fondo sonoro de Elmer Bernstein, que envuelve con sus sintonías renovadas esa simbiosis que ofrece su metraje. Sin ser un producto que aporte nuevos elementos al cine del Oeste, no es menos cierto que su contemplación proporciona el placer del producto elaborado con convicción, con el experto manejo de unas recetas de segura eficacia, representativas del último momento de fulgor para el western y, sobre todo, a través de una historia que de puro sencilla llega a empatizar con el espectador por medio de una especial sinceridad.

Calificación: 3

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