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CINEMA DE PERRA GORDA

GERMANIA, ANNO ZERO (1947, Roberto Rossellini) [Alemania, año cero]

GERMANIA, ANNO ZERO (1947, Roberto Rossellini) [Alemania, año cero]

Como en cualquiera de las grandes obras que el cine alimentó, consolidando su denominación de Séptimo Arte, GERMANIA, ANNO ZERO (1947, Roberto Rossellini) admite numerosas lecturas. A su condición de tercer y más amargo vértice de la trilogía que el italiano consagró al fin de la II Guerra Mundial y el III Reich, hay que añadir ese rasgo que sobrelleva –en algunos aspectos discutible-, de erigirse como auténticos motores del movimiento neorrealista que enriqueció el cine italiano de aquel tiempo. Pero más allá de eso, y de esa aparente crónica verista en la que en apariencia se inserta, aparecen numerosos aspectos que enriquecen esta obra imperecedera, verdadero punto de inflexión, lleno de sinceridad y amargura. Y es que podemos hablar del riesgo y el enorme acierto de atreverse a rodar en una Alemania todavía devastada por la consecuencia de los bombarderos. Poco después, cineastas como Fred Zinnemann hicieron lo propio con resultados muy inferiores. Rossellini centra su acción en la andadura existencial del pequeño Edmund, un muchacho de doce años de edad que deambula por un Berlin asolado, para aportar algún sustento a una familia que, como otras tantas, padecen enormes penurias en un marco en la que la carencia de la más mínima necesidad es un problema tan asfixiante como cotidiano. La película se centra en su capacidad de penetrar en el desconcierto del muchacho, en las contradicciones de su comportamiento, en la dualidad de su capacidad de aportar algo y la falsa inocencia de su comportamiento –que sería prolongado en cineastas como Alexander Mackendrick-.

Pero al mismo tiempo, y con alcance más universal, el film de Rossellini destaca bajo mi punto de vista, por mostrar una de las más devastadoras descripciones del comportamiento humano que jamás se ha podido contemplar en la pantalla. Ante una situación límite, los personajes que pueblan las imágenes de GERMANIA, ANNO ZERO se caracterizan por una mezquindad no por cruel menos reconocible. Es algo que percibimos ya en la propia familia protagonista. Incluso en ese padre enfermo que no deja de mostrar su autocomplacencia para mantener su peso como cabeza de familia. En el hijo mayor que no desea asumir su pasado nazi, pasando por la depuración de las autoridades, la hermana que por la noche acude a salones de baile para conseguir algunos cigarros. Y también esa vecindad que acoge a la familia por obligación, sin dejar de mostrar su hostilidad por la imposición que ha sido objeto por parte de las autoridades. Es tal el grado de vileza que desprenden sus personajes –solo en ocasiones aparecen ciertos rasgos de nobleza, como la entrega del hermano mayor a las autoridades-, que casi se puede palpar la incomodidad de contemplar el recorrido físico y moral que plantea un Rossellini más pesimista y sombrío que nunca. Es algo que se extiende en el deambular del muchacho, donde contemplará como chavales algo mayores que él no dudan en emplear estrategias para robar a los viandantes. Como él mismo es sometido al abuso de uno de los vecinos, que le obliga a vender a un precio desorbitado una báscula, que otro comprador le quita literalmente con un trueque poco convincente.

La huella del nazismo es aún perceptible en la población, con ciudadanos que realizan trabajos de reconstrucción para limpiar su estigma. En la propia fascinación que en los soldados aliados alberga la figura de Hitler –visitan y se hacen fotos en su bunker, y no dudarán en comprar un disco que graba uno de sus discursos-. En lo profundo que se alberga en el personaje del antiguo maestro –uno de los más siniestros del relato-, que apenas oculta sus instintos de pederastia con Edmund, conviviendo con otro no menos temible previsible aristócrata homosexual en decadencia. Él será en el fondo el que insertará en el muchacho una de las máximas del nazismo –la preponderancia de la selección de los fuertes sobre los más débiles-, incitando en Edmund la intención de envenenar a su padre. Así pues, el peregrinaje del pequeño protagonista aparecerá casi propio de una pesadilla expresionista, pero la misma es real. Rossellini escruta el resultado de la barbarie bélica en unas imágenes dantescas, que el director sabe potenciar con unas angulaciones que aparecen de todos modos cotidianas en su terrible realidad –esos niños que se enraciman en torno a una bella fuente casi destrozada-.

La música de Renzo Rossellini ejerce como elemento de apoyo a los distintos giros y encuentros en la acción, dentro de esa mirada devastadora y existencial sobre la fiereza de la condición humana. Será algo que esgrime un relato trazado en un ámbito determinado por el sentido de la inmediatez que le proporciona el entorno y ámbito elegido, pero que con el paso de casi siete décadas, aparece como uno de los alegatos más terribles que el celuloide ha propuesto jamás, en torno a la crueldad de los hombres y mujeres que pueblan la Humanidad. No importa que en un momento determinado, los cánticos religiosos entonados por un clérigo en un templo que acusa los bombardeos, sean escuchados por Edmund y por una serie de viandantes que detienen su marcha por la supervivencia. No importa incluso la eficacia del personal que regenta el hospital al que acudirá el padre de la familia, recomendados por un medico que logra facilitar un ingreso que se antoja casi imposible. Lo real, lo casi incómodo de comprobar en GERMANIA, ANNO ZERO es el hecho de que sus imágenes llenas de horror cotidiano, no son más que la extrapolación de la vida cotidiana que nos rodea.

Es cierto, aparece rodeada de unas fantasmales y aterradoras ruinas, que se extienden en un confín casi sin límite, y sobre las que paseará un muchacho acostumbrado a patear montañas de escombros y ladrillos, y fincas gravemente deterioradas, que se erigen casi como un personaje físico de la película. Serán filmadas por una fotografía en blanco y negro dotada de una casi dolorosa fisicidad, que con probabilidad acusó la escasez de material, pero que quizá por ello aparecen con el paso del tiempo como uno de los rasgos que proporciona la inmediatez y autenticidad a su conjunto. Una película que proporciona momentos tan terribles como el que le sirve de conclusión, en medio de la pasividad de la vida diaria, o aquel en el que Edmund contempla poco antes desde una terraza, como se llevan el cadáver de su padre en un camión casi anónimo, sin el más mínimo homenaje, o las miradas aviesas de ese aristócrata previsiblemente nazi, que convive con el antiguo maestro, y a quienes se atisban comportamientos más que censurables. O la capacidad para sobrevivir mediante la picaresca, por parte de los dueños del ruinoso inmueble, que no dudan en piratear la frágil red de electricidad que se mantiene. O la fragilidad y crudeza con que se mantienen las relaciones de la familia protagonista. Secuencias estas últimas, que el italiano rodará en localizaciones de interiores cargadas de un aura claustrofóbica, caracterizadas por una enorme complejidad en la planificación de sus largos planos dominados por reencuadres, que acentúan ese grado de incomodidad y crueldad buscada, en todo momento definido por su credibilidad y dureza.

Son aspectos tan incómodos de plantear en la pantalla, que con posterioridad fueron expuestos por lo general por medio de la comedia satírica. En esta ocasión, un Rossellini más valiente e inspirado que nunca, lo brinda con toda su crudeza, incluso abandonando para ello sus convicciones cristianas –presentes sin embargo en el previo y admirable ROMA, CITTA APPERTA (Roma, ciudad abierta, 1945). Dura y sin concesiones, GERMANIA, ANNO ZERO aparece como una de las más duras diatribas jamás filmadas en torno a la crueldad del ser humano. Y, con ello, hay que considerarla como un punto sin retorno, en torno a la visión crítica de la Humanidad, narrada en un periodo concreto, pero dotada de un sentido inmanente de la inmortalidad en su mensaje.

Calificación: 5

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