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CINEMA DE PERRA GORDA

KING CREOLE (1958, Michael Curtiz) El barrio contra mí

KING CREOLE (1958, Michael Curtiz) El barrio contra mí

Durante muchos años, he sido uno más de la ingente cantidad de aficionados, que ha detestado la presencia cinematográfica de Elvis Presley. Tanto su aportación fílmica como sus propias dotes como actor, han sido siempre puestas en tela de juicio, y entiendo que con bastante pertinencia. Ello no impide, sin embargo, reconocer que sus primeros pasos en el mundo de la pantalla, estuvieron revestidos de dignidad, e incluso una cierta ambición, potenciados además por la presencia –que no registro- que el propio Elvis brindó a sus vehículos cinematográficos. Fue algo que muy pronto derivó en comedietas románticas con canciones, desprovistas del más mínimo interés. Sin embargo, reconozcamos que algunos de los primeros films protagonizados por Elvis, mantienen un cierto atractivo, prolongando con su presencia, la corriente del rebelde cinematográfico, que habían popularizado figuras como Brando o James Dean. Probablemente, vista desprejuiciadamente, KING CROLE (El barrio contra mi, 1958. Michael Curtiz) sea el más valioso título protagonizado por Presley. El acierto de la película, estriba a mi juicio, en la capacidad albergada por Curtiz para recrear un drama de nada solapados ecos noir, dentro de un contexto donde además, las canciones de su protagonista, son insertadas del mejor modo posible; es decir, tomando como base su contratación dentro del club King Creole, lo que implicaba que las mismas se desarrollaban dentro de la narración –unido a dicha circunstancias, buena parte de las letras cantadas, contribuyen a reforzar el discurrir dramático de la película-.

Ambientada en el New Orleans en la época –aspecto que proporciona a sus imágenes una singularidad en su atmósfera-, KING CREOLE nos narra la andadura de Danny Fisher (Presley), un muchacho emprendedor de fuerte personalidad, que sobrelleva de mal grado el carácter apocado y vencido de su padre (Dean Jagger)- conviviendo igualmente con su hermana Mimi (Jan Shepard). Esa circunstancia favorece su carácter rebelde y arisco, que es el que le costará la imposibilidad de obtener la graduación. Trabajando como limpiador en un club, tendrá un encuentro casual con la sensual Ronnie (Carolyn Jones), sin saber que se trata de la protegida de Maxie Field (Walter Matthaw), el mafioso que rige el negocio donde limpia. Un accidentado encuentro con este, culminará con la demostración de sus habilidades como cantante. Allí se encontrará con Charlie Legrand (Paul Stewart), quien intuirá las posibilidades de Danny para animar el club que regenta, y remontar con ello su maltrecha economía. El muchacho aceptará el ofrecimiento, logrando un inesperado triunfo en el recinto. Será algo que Field intentará contrarrestar, intentando por todos los medios posibles que este sea cantante en su establecimiento. La negativa del muchacho, conocedor del mal trato que proporciona a Ronnie, marcará una espiral de creciente tensión, en la cual tendrá una notable importancia la relación que Danny mantendrá con Nellie (Dolores Hart), y las difíciles circunstancias que sufrirá su padre, en buena medida, debidas a la actitud de su hijo en contra de Maxie.

A partir de un argumento adaptado de una novela del destajista Harold Robbins, KING CREOLE modificó al parecer de manera sustancial el rasgo folletinesco de su base argumental. Además del acierto de la ubicación sureña  de su relato, una de las grandes virtudes de la película estriba, a mi juicio, en despojar del mismo cualquier connotación discursiva, que es lo que tan mal ha envejecido en títulos como SOMETHING UP THERE LIKES ME (Marcado por el odio, 1956. Robert Wise) o CRIME IN THE STREETS (Crimen en las calles, 1956. Don Siegel), dejándose llevar por el contrario por un argumento revestido de simplicidad, incluso de inverosimilitud en algunos pasajes, pero en líneas generales muy bien conducido por el veterano Michael Curtiz, quien al parecer logró establecer una muy buena relación con Presley –es algo que se percibe en la pantalla-. Ya en la secuencia progenérico, podemos apreciar por un lado el acierto en la ambientación de esa New Orleans que casi podemos palpar, así como el magnetismo que brinda el rostro de un entregado protagonista, en ese sensual contacto con una de las lanzadas prostitutas de la conflictiva calle. Es cierto, hay aspectos argumentales de la película que aparecen poco creíbles, como la circunstancia que propiciará la revelación de las facultades como cantante de Danny, o la manera con la que, guitarra en mano, se introduce en unos grandes almacenes, para lograr que sus compañeros de fechorías roben en el mismo, y al mismo tiempo conozca accidentalmente a Nellie –no hay quien se las crea-. En cualquier caso, son servilismos que no ocultan el bagaje de cualidades que preside este descenso a los infiernos de un joven condenado por incidencias familiares, que descargará toda su furia a través no solo de su actitud personal, sino especialmente en estos estallidos emocionales que le brindará su música. Y, llegados a este punto, creo que KING CREOLE proporciona ese elemento suplementario, de suponer el mejor reportaje que registró Elvis Presley como estrella del rock en sus primeros años. Es a través de sus actuaciones, transparentemente llevadas a la pantalla por Curtiz, donde podemos comprobar y justificar, el revuelo que su figura provocó en la aún pacata Norteamérica de la segunda mitad de los cincuenta. Sus provocadores canciones y, sobre todo, la sensualidad de su lenguaje corporal, permanecen vigentes hoy en día y, lo que es más importante, justifican y sirven de soporte emocional al conjunto del film.

Una película que funciona muy bien en sus líneas como melodrama de ascendencia juvenil –magníficas las secuencias “a dos” con Dolores Hart, mostrándole en un barco la costa donde se encontraba su vivienda de pequeño, o a Carolyn Jones, en los pasajes donde Danny se encuentra escondido por esta, rogándole la ya experimentada joven que la quiera, siquiera sea por un día-. Pero donde realmente alcanza su auténtica temperatura, en el creciente tratamiento como noir, que irá teniendo una especial presencia en la segunda mitad de su metraje, según vayan creciendo las presiones de Maxie al objeto de contratar al muchacho en su negocio. La magnífica secuencia del asalto del padre del protagonista bajo la lluvia, o las sucesivas visitas a la mansión del mafioso, conformarán una creciente sensación de ahogo, que tendrá un punto culminante en el asfixiante episodio de persecución a Danny por parte de los esbirros de Maxie, que culminarán con el asesinato en defensa propia de Short (Vic Morrow) –curiosa la presencia del posterior director Brian G. Hutton, como otro de los jóvenes matones del gang-.

KING CREOLE iniciará su auténtica catarsis, cuando Ronnie se lleva al malherido protagonista a un refugio en la costa que ella mantenía oculto. Será la última posibilidad de sincerarse entre ambos y, sobre todo, el marco en el que la violencia apenas contenida hasta entonces, se exteriorice con tintes trágicos, y en donde la ayuda de un joven mudo al que Danny defendió en un momento dado, se revele imprescindible. Casi sesenta años después de su estreno, y haciendo abstracción del éxito logrado en su momento, lo cierto es que el film de Curtiz se revela competente e inspirado en sus mejores momentos, acertando al introducir un vehículo a la medida de Presley, en una historia en la que su propia presencia enriquece y proporciona carisma, a un conjunto en el que cabría destacar el aporte de un reparto formidable. La hondura del siempre extraordinario Paul Stewart, que en su nobleza no oculta las aristas de un pasado convulso, la oscuridad que proporciona Walter Matthaw, la personalidad hundida de Dean Jagger, la pureza de la mirada de Dolores Hart, o la rebeldía transgresora del rostro de Carolyn Jones, se contraponen y refuerzan el exotismo salvaje y la provocación en algunos momentos, y el dolor interno –los instantes en los que no tendrá más remedio que firmar un folio en blanco para someterse a Field-, que definirán el personaje encarnado con instintiva entrega por un Elvis Presley, que pocas veces como en esta, demostró que podía ser estrella y actor a la vez, y ratificando como en aquellos años, la cámara también lo hizo suyo.

Calificación: 3

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