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CINEMA DE PERRA GORDA

THE ANGRY HILLS (1959, Robert Aldrich )Traición en Atenas

THE ANGRY HILLS (1959, Robert Aldrich )Traición en Atenas

Cuando Robert Aldrich asume el rodaje de THE ANGRY HILLS (Traición en Atenas, 1959), ha sufrido la dolorosa circunstancia de ser expulsado del rodaje de THE GARMENT JUNGLE (Bestias de la ciudad, 1957. Vincent Sherman) –que sufre un injusto menosprecio debido a esta circunstancia-. Se encamina hasta Grecia, para rodar la historia de un conflicto dramático, enmarcado en la invasión nazi a dicho país producida en 1941, tomando como base la adaptación de una novela del controvertido Leon Uris. Intuyo que cuando se acomete esta producción, se intenta prolongar ante todo esa creciente presencia cinematográfica, de relatos que evoquen diversos episodios relacionados con la incidencia de la II Guerra Mundial, aunando espectacularidad, la presencia de marcos internacionales, y la querencia de repartos trufados de estrellas. En esta ocasión, el protagonismo de THE ANGRY HILLS recayó en Robert Mitchum, después de desestimar a un Alan Ladd, al que descartaron por su avejentado aspecto físico. Como quiera que el propio Aldrich, intuía las debilidades del material dramático que tenía entre manos, recurrió a la colaboración como guionista del contundente A. I. Bezzerides, pudiendo con ello intentar moldear y suplir las deficiencias, e intenta desmenuzar la entraña de una película que discurre a dos niveles, de manera desigual.

Por un lado, nos encontramos con una producción que explota de manera evidente, ese contexto “turístico” de su peripecia argumental, dentro de una historia centrada en la resistencia a la invasión nazi, sobre la discurren una serie de estereotipados personajes –no me resisto a destacar dos de ellos; el general hipocondríaco que encarna el británico Marius Goring, o el colaboracionista griego que asume un enervante Theodore Bikel-. Todo ello se inserta en un contexto, en el que no deja de utilizarse con excesiva dependencia el exotismo de los exteriores del país, potenciados en sus instantes más percutantes –que no siempre tendrán que coincidir con los más valiosos- con una planificación retórica, de ascendencia wellesiana, nunca abandonada por su realizador, potenciada con el uso del formato panorámico, y enriquecida  con la fotografía en blanco y negro de Stephen Dade. Pese a su esquematismo, ello no evitará en modo alguno la presencia de elementos y personajes inquietantes –como el dr. Stergion, encarnado magníficamente por el británico Donald Wolfit, portador del mcguffin de la película; esa lista de quince griegos que precisa el mando británico, y que al mismo tiempo intentan conseguir los mandos nazis llegados hasta Grecia-. Será una responsabilidad que llegará hasta un escéptico corresponsal de guerra americano –Mike Morrison (Robert Mithcum, no en una de sus mejores interpretaciones)-, quien poco a poco irá descubriendo en este cometido nunca deseado, la oportunidad de vislumbrar otro sentido a su existencia. Así pues, en THE ANGRY HILLS no dejarán de aparecer encuadres pintorescos que avalan el retraso de la Grecia de los primeros años cuarenta, planos inclinados, composiciones retóricas, miradas aviesas, y personajes patriotas descritos en su desaforado exotismo. En este sentido, preciso es reconocer que el tandem formado por Michael Powell y Emeric Pressburger The Archers, lograron penetrar con bastante mayor acierto en la idiosincrasia del drama griego en la previa y muy cercana ILL MET BY MOONLIGHT (1957).

Pero junto a esa premisa en primer término que emana del film de Aldrich, se oculta otra película, mucho más atractiva, que se aleja considerablemente de las bases argumentales iniciales, y que habla de personas y sentimientos. Es cuando la retórica abandona el encuadre, y se detiene en seres que adquieren una extraña sinceridad ante la pantalla, por más que en ocasiones se encuentren ante dilemas que sobrevuelan comportamientos reprobables. En definitiva, lo mejor de la película de Aldrich, se dirime en torno a la evolución que protagoniza el personaje encarnado por Mitchum, desde su escepticismo y reticencia al compromiso inicial, hasta su apercibimiento de la necesidad del sacrificio y la solidaridad. El acierto en este caso, vendrá dado al aflorar una extraña sensación de autenticidad, no solo en el proceso seguido por Morrison, por más que Mitchum lo exprese con notable desapego, sino ante todo en el magnífico personaje de Conrad Heisler, el representante de la Gestapo, encarnado admirablemente por Stanley Baker. Desde el primer momento, percibiremos en él su voluntad de desmarcarse de las consignas nazis. No va uniformado, sino que viste traje, y a la hora de dirigir interrogatorios, apelará a descartar la violencia, introduciendo en su oposición una aparente desdramatización y lógica. Sin embargo, su objetivo es el mismo, y no dudará en dictaminar decisiones de especial dureza, como será marcar la trágica decisión de asolar una población griega, al no haber facilitado el destino de Morrison. Llegados a este punto, la película articula sus más valiosos elementos de interés, a la hora de expresar el drama interior de un hombre en el fondo sensible, como es Heisler, dominado y determinado a no abandonar el ideario y los objetivos de sus superiores. Ello se manifestará al utilizar a Lisa, su enamorada, al objeto de localizar y capturar a Morrison, siendo consciente poco a poco de su imposibilidad de hacerla abjurar de su condición de patriota griega, y buscando para ello la amenaza de liquidar a sus dos hijos, si no colabora tal y como está establecido. En realidad, lo mejor, lo más perdurable de esta irregular pero no desdeñable película, se centra esencialmente en el encuentro entre esos dos personajes, marcado en los últimos compases de la película, en los cuales Heisler dejará traslucir el ser humano que anima en su interior, por encima de la bestia nazi con la que ha de convivir.

Con ser atractivo, no será lo único a destacar en la película. Aparecerá de forma sutil una llamada en torno a la importancia de la trascendencia, que poco a poco irá acercándose al irremediablemente escéptico corresponsal americano, presente en ese pendiente que le entregará la joven, aguerrida y descreída patriota Eleftheria (Gia Scala), quien irá sufriendo junto a Mike una transformación interior. Ello se hará patente en ese bellísimo travelling de retroceso que describirá la despedida de ambos, una vez han sido acogidos y escondidos en un monasterio, ubicado en un entorno rural al margen de la vigilancia de los nazis. Será un movimiento de cámara idéntico, al que describirá la decisión final de Heisler para dejar en libertad a Lisa, tras descubrir que los hijos de esta han sido liberados de la vigilancia nazi, que los custodiaba para lograr por parte de la madre, la entrega del americano. De nuevo, un travelling de retroceso encuadrará al jefe de la Gestapo alejándose de la ventana en donde se encontraba, como si de algún modo lo “liberara” de la opresión interior de su servilismo a la atrocidad de su cargo, y en su lugar apareciera, aunque quizá solo momentáneamente, el ser humano, sensible y compasivo, que se encuentra en su alma.

THE ANGRY HILLS oscila en todo momento, entre el estereotipo, la rutina del ámbito bélico de aquel tiempo, la servidumbre a la visita turística y a roles exóticos, junto a la búsqueda de una búsqueda existencial por parte de sus principales personajes. Logrará en su confluencia un producto intenso e intimista en sus mejores momentos, revelador de las posibilidades de un director que, más allá del seguimiento de su retórica visual, sabía comprender la entraña de sus criaturas fílmicas.

Calificación: 2’5

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