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CINEMA DE PERRA GORDA

CLIVE OF INDIA (1935, Richard Boleslawaski) Clive de la India

CLIVE OF INDIA (1935, Richard Boleslawaski) Clive de la India

Contemplando el caudal de cualidades cinematográficas que adornan la olvidada CLIVE OF INDIA (Clive de la India, 1935), uno lamenta por un lado que su realizador, el polaco Richard Boleslawski, falleciera apenas un par de años y siete títulos después. Es evidente que nos encontramos con un hombre de cine, que centraba sus cualidades en una puesta en escena de raíz pictórica y, fundamentalmente, en una personalísima e intensa dirección de actores, a partir de cuyas claves asentaría una dramaturgia, que estoy convencido que en una andadura más dilatada, hubiera fraguado en un cineasta de primera fila. Sea como fuere, acceder a algunos de sus más de veinte largometrajes, nos permite apreciar a un cineasta digno de revisitación. Y es algo que transmite esta película casi plano a plano, logrando adquirir vida propia, a partir de la directa apuesta de Darryl F. Zanuck, como máximo artífice de la 20th Century Pictures. Todo ello, poco tiempo antes que fraguara con la nomenclatura de Fox. Zanuck en estos años apostaría de manera directa por una serie de títulos de época, intentando buscar un aura de prestigio, al tiempo que una creciente aceptación de público, y hay que reconocer que ambas cosas se lograrían, con la astuta mirada de este admirable tycoon. Está claro que muy pronto intuyó los contrapesos del espectáculo cinematográfico, como un arte destinado al consumo de las masas, al tiempo que vehículo para canalizar expresiones dotadas de una clara ambición, basadas bien en la adaptación de prestigiosos referentes literarios o teatrales, o bien albergando en su estudio una nómina de realizadores y técnicos, de enorme valía.

Pues bien, a partir de la adaptación de la obra teatral de R. J. Minney –que muy pronto encandiló a Zanuck-, a mi modo de ver, y por encima de su ropaje como drama romántico, combinando cine colonial y drama victoriano, CLIVE OF INDIA aparece ante mi mirada, como el triunfo de la intuición. La película, en esencia, nos describirá buena parte de la andadura vital de Robert Clive (una eminente composición de Ronald Colman). Un recorrido que se iniciará en la India de 1748, cuando fuerzas de diversos países europeos, compiten a la hora de intentar alcanzar la hegemonía de la India, sobre todo para albergar con ventaja en sus territorios intercambios comerciales. Muy pronto veremos que Clive es un auténtico rebelde, que contando desde el primer momento con el apoyo sincero de Edmund Maskelyne (Francis Lister), se confiará en él su creencia en la búsqueda de un destino a su vida –intentó suicidarse en dos ocasiones, pero la bala no salió del revolver-. Esa misma ambición existencial, pronto nos lo mostrará como un ser en abierta rebeldía contra la mediocridad de su entorno, y se prolongará con la intuición que albergará al descubrir el medallón que Edmond porta de su hermana –Margaret (espléndida Loretta Young)-, que de manera inesperada calificará como la mujer de su vida. Para ello enviará un escrito hasta Inglaterra, poniendo en práctica de nuevo esa intuición que guiará sus actos, aunque todos ellos vayan en abierta contradicción contra las autoridades allí representadas. De forma paralela, las fuerzas francesas invadirán Arcot, la capital del sur de la India. Será el momento oportuno para que Clive se evada del acoso a que se han sometido las fuerzas británicas, y se brinde para comandar a los escasos soldados de que disponen las autoridades, y logrando con ello y con una audaz estrategia, conquistar dicha población y, de inmediato, la hegemonía de las fuerzas inglesas. Convertido en un héroe, el hecho coincidirá con la llegada de Margaret, iniciándose para ellos una relación revestida de sorprendente sinceridad. Clive prolongará una vida social como tal héroe en Londres, alcanzando incluso un escaño parlamentario. Sin embargo, y al tiempo que en su familia se produce la llegada de un hijo, poco a poco comenzará a caer en desgracia, perdiendo su condición social. Ante tal circunstancia ello, atendiendo un nuevo instinto, retornará con su mujer a la India, donde luchará para combatir al sanguinario Suraj Ud Dowlah (encarnado por el habitual actor cómico Mischa Auer), apoyando por tanto al pretendiente y más responsable Mir Jaffar (Cesar Romero). De nuevo pondrá en práctica un ambicioso plan, tras lograr un acuerdo con este de manera poco ortodoxa, disponiéndose con sus tropas para lograr destronar las huestes de Dowlah. Cuando todo aparece en contra, y desoyendo las órdenes de sus superiores, Clive atacará las fuerzas de Dowlah, recibiendo en principio el rechazo contundente de sus tropas, que inesperadamente oscilará y variará de rumbo, gracias a la ayuda de las fuerzas de Jaffar, que se entronizará como monarca y agradecerá la ayuda del británico. Este retornará de nuevo a Inglaterra, decidiendo hacer caso a su mujer y viviendo en una casa de campo. Sin embargo, el deterioro de la vida en la India en su ausencia, le forzará a un nuevo y breve retorno, en el que no contará con la presencia de su mujer. Desde aquellas lejanas tierras le llegarán noticias sobre la campaña de desprestigio que está sufriendo en su país, por lo que regresará y se intentará defender en la Cámara de los Comunes, de las acusaciones que le formularán sus detractores, y que se basarán en sus acciones poco ortodoxas, aunque siempre revestidas de patriotismo.

Como antes señalaba, CLIVE OF INDIA es una acertada combinación de drama histórico, film colonial y relato de época, envuelto en su esencia dentro del ámbito del melodrama, y es ahí donde cabe encontrar lo más valioso de esa crónica, que encarna en la química establecida en Colman y Young, buena parte de sus pasajes y episodios más intensos y perdurables. Sin embargo, aún asumiendo esta sensible premisa, no se puede ocultar que Boleslawski sabe expresarse con constantes muestras de inventiva cinematográfica. Ese rotundo picado que describe el acoso que viven las fuerzas inglesas en Arcot. La crueldad del episodio que muestra el sadismo de Dowlah, prolongado con ese otro picado, que plasma el destino que ese monarca cruel va a destinar a los soldados ingleses apresados, condenándolos a la muerte por asfixia. O,. de manera muy especial, la singularidad que describen las formas visuales de esa imponente batalla, con elefantes protegidos con planchas de hierro, descrita en una noche con tormenta, en la que uno no deja de intuir una cierta ascendencia a la escuela soviética, y en la que la fuerza de su montaje, le proporciona una textura y una singularidad personalísima.

Sin embargo, lo mejor, lo más sincero del film de Boleslawski, se centra en su demostrada querencia por lances melodramáticos, revestidos de un aura de intimismo y sinceridad, que aún siguen manteniendo una enorme vigencia. Es algo que transmite el bellísimo episodio del primer encuentro personal entre Clive y Margaret, en el que las miradas, los gestos o la propia duración de sus planos, transmiten esa sensación de amor sincero. En pocas ocasiones como esta, el amor a primera vista ha quedado más justificado ante la pantalla. O en el doloroso episodio en el que Margaret descubre lo incurable de la enfermedad de su hijo, preparándose para transmitir la noticia a su marido, que acaba de perder el escaño parlamentario. La lectura de la carta de Margaret en plena concentración de las fuerzas. Clive, esperando la señal de Jaffar, hasta que una de las líneas del escrito de esta, hagan reflexionar a su esposo y, de nuevo, atender a su instinto, por encima de las ordenes de sus superiores. O, como no podría ser de otra manera, la sucesión de emociones que transmiten sus minutos finales, con su propia defensa en la cámara, expresando un discurso sincero y elegante, la emoción de su esposa cuando escucha el mismo desde el exterior del parlamento, en unos planos dispuestos con una iluminación casi sobrenatural, o el reencuentro de Clive, totalmente superado por los acontecimientos, y aislados en su antigua mansión londinense. Hasta allí volverá su esposa, reanudando su apoyo y cariño, aún a expensas de la reprobación que espera recibir. Ello, y la llegada del primer ministro –encarnado por el recurrente C. Aubrey Smith-, permitirá concluir CLIVE OF INDIA con un aura de verdad en torno a sus personajes, que una vez más nos permite dejar de lado ese componente colonialista que transmite su base argumental. Creo que más vale dejar de lado el argumento caduco de condenar películas de estas cualidades, en función de una premisa más o menos cuestionable y, en su oposición, valorar lo que en este caso, sus imágenes transmiten. Lo hará por medio de una producción irreprochable, que no se avergüenza de estar totalmente en estudio, y que combina con destreza dicha circunstancia, con la sensibilidad de la que hace gala, en líneas generales dejando en off los grandes acontecimientos que relata, para detenerse en la letra pequeña, a partir de esos dos personajes. Elementos que un director como Boleslawski, sabe delinear, tomando como base dos extraordinarios intérpretes, de los que moldea sendos admirables trabajos.

Calificación: 3

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