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CINEMA DE PERRA GORDA

ROMAN HOLIDAY 1953, William Wyler) Vacaciones en Roma

ROMAN HOLIDAY 1953, William Wyler) Vacaciones en Roma

Como pudo suceder con Billy Wilder con WITNESS FOR THE PROSECUTION (Testigo de cargo, 1957), ROMAN HOLIDAY (Vacaciones en Roma, 1953), es una feliz rareza en la obra de William Wyler. Lo es en la medida que suponía un auténtico reencuentro con la comedia –no me encuentro entre los que ensalzan su apreciable pero limitada, y muy lejana en el tiempo, THE GOOD FAIRY (Una chica angelical, 1935), y es evidente que las secuencias de raíz cómica que aparecían en COME AND GET IT (Rivales, 1936, Wyler & Hawks), llevan una clara impronta hawksiana-, rompiendo por completo el perfil escorado al drama que caracterizó la mayor parte de su cine. Y lo mejor de todo, es que esta actualización del cuento de Cenicienta, no solo ha superado la barrera del tiempo, hasta erigirse como una autentica cult movie –y en ello, estimo que tiene que bastante que ver la presencia de Audrey Hepburn como protagonista femenina-, sino que no dudo en considerarla una de las mejores obras de su director.

En esencia, la historia original escrita por Dalton Trumbo –que tuvo que esperar varias décadas para ver reconocido su crédito, al ser unos de los represaliados de las listas negras de McCarthy, teniendo que asumir su crédito en solitario Ian McLellan Hunter- más allá del contraste entre el mundo rígido, acartonado y aristocrático, con la vitalidad de las clases populares, el proceso por el que una niña a la que se han asumido responsabilidades impropias de su edad, en prácticamente un día sufrirá un proceso acelerado que le permitirá acceder a una asumida madurez. Todo ello quedará representado en la deliberada huída de un contexto engolado, clasista, en el que apenas hay cabida para la espontaneidad. Así pues, el film de Wyler se iniciará con un falso noticiario y una recepción de la princesa Ann (Audrey Hepburn), sin señalarse su país. Muy pronto la película deja ver sus cartas, dejando a un lado un previsible sendero lindante con la opereta o la blandura de Rene Clair, introduciendo esa divertida secuencia de comedia, en la que la joven heredera se verá en una situación apurada, al despojarse de su zapato en medio del acto.

Será la primera pista en esa mirada que, por encima de cualquier aspecto rosáceo, introduce esta magnífica comedia romántica, dentro de un conjunto de elementos y singularidades que, a mi modo de ver, son las que han permitido que su resultado perviva con enorme frescura. Más allá del componente de mítica que propone la presencia y el triunfo personal de la joven Hepburn, lo cierto es que ROMAN HOLIDAY supone una extraña simbiosis de diversas corrientes ya preexistentes, que alcanzarían una extraña e insospechada armonía, en un periodo puente para la comedia americana, en la que el aporte de figuras como Cukor, Hawks, Minnelli, Leisen, Wilder o los ya seminales La Cava, hasta que muy pronto aparecieran las figuras del último gran periodo del género, como Tashlin, Edwards, o Quine, articulándose una renovación de sus estructuras, coincidiendo con una mayor permisividad temática. Es por ello, que el film de Wyler sorprende por esa inserción dentro de aquel intermedio temporal. Y para ello, su estructura se articula en torno a tres claros elementos de referencia, que en su confluencia proporcionan al conjunto su definitiva personalidad. De entrada, con su apuesta para el rodaje en exteriores romanos, en lugar de recurrir a las tradicionales transparencias, es evidente que el cineasta acusaba la influencia del neorrealismo en su vertiente rosa, algo por otro lado acorde con el argumento central del relato. Y justo es reconocer que ese recorrido por la vieja Roma, sus monumentos, potenciados por la excelente fotografía en b/n de Franz Planer y Henri Alekan, logran transmitir al espectador esa extraña sensación de autenticidad en la urbe italiana. Y a ello, le acompañará uno de los elementos a mi juicio más brillantes del conjunto. Me refiero al especial cuidado brindado a los roles secundarios y episódicos, representativos de esa Italia tradicional –atención al propietario de la pensión en la que se hospeda Gregory Peck, y a la propia y airada limpiadora del recinto-. Junto a ello, ROMAN HOLIDAY me parece una comedia profundamente británica. Más allá de la presencia de la inglesa Hepburn –que se había fogueado en comedias ingresas menores-, la presencia como coguionista del británico John Dighton, muy ligado a los modos de la Ealing, o el aporte musical del francés George Auric –tan representativo de la comedia de las islas-, hay en sus imágenes una sensación prolongada de imperturbabilidad que beneficia su conjunto, en un relato donde no abundan los diálogos y si, por el contrario, un especial cuidado en la imagen. Y para completar el tercer vértice en la singularidad de esta película, no puede obviarse esa oportuna apuesta por ecos del lejano slapstick silente, e incluso la presencia de algunas situaciones claramente enmarcadas en el slowburngags de efecto dilatado-, ubicadas de manera oportuna a la hora de potenciar el elemento cómico –la pelea en el baile sería un episodio emblemático a este respecto, pero previamente lo supondrá la accidentada huida de la vespa en la que viaja la protagonista.

Pero el film de Wyler no sería lo que es, sin la química que provoca el encuentro insospechado de la princesa huída y casi anestesiada, con un periodista –Joe Bradley (Gregory Peck)-, quien sin conocerla finalmente la llevará a su sencilla habitación para evitar dejarla en la calle –tras sufrir una equívoca situación con otro típico taxista-, sin sospechar que se encuentra ante esa princesa, ya que no ha acudido a la recepción a la prensa que tenía anunciada, y que verá en ello la posibilidad de rentabilizar dicho encuentro simulando ante ella no conocerla, ayudado de su fiel colaborador, el fotógrafo Irving Radovich (Eddie Albert). Es innegable el enorme acierto en la elección del trío protagonista. Especialmente entre un enorme Gregory Peck -¿Cuándo se le reconocerá que fue uno de los realmente grandes de Hollywood?-, y la propia Hepburn, que fraguará en ese primer plano –a mi juicio el mejor momento de la película- de los dos tras huir de la pelea antes señalada, y caer a las aguas del Tíber, en donde se transmitirá por vez primera la pasión existente entre ambos, o en las miradas finales plasmadas entre Bradley –por cierto, ubicado entre los periodistas, entre dos reporteros españoles, mucho más bajitos que él ¿Ironía o burla de Wyler en torno a la situación de nuestro país en pleno franquismo?-, hacia esa muchacha, que en apenas unas horas ha madurado más que en el resto de su existencia previa. Que ha podido vivir la realidad de las clases populares, y será de la mano de alguien, al que el deber le impedirá prolongar en una historia de amor, tan efímera como intensa, que intuimos se prolongará el resto de sus vidas.

Retengamos de esta finalmente hermosa película, secuencias tan brillantes, como la silente, en la que vemos a Anna escapar en la noche en medio de la lujosa residencia en la que ha sido instalada –por momentos, parece que nos encontremos ante una secuencia de cartoon-. La divertida interacción de Bradley con su director, o la propia presentación del personaje con sus colegas en una partida de cartas, que no dudo tuvo mucho que ver la la elección de Peck en la inolvidable DESIGNING WOMAN (Mi desconfiada esposa, 1957. Vincente Minnelli). Los desternillantes subterfugios –patadas y caídas incluidas-, utilizados por Bradley ante Radovich, para intentar evitar que este identifique públicamente la verdadera identidad de Anna, en el primer encuentro que tenga con esta, asumiendo asimismo otra identidad, en vez de la suya como fotógrafo. La impagable y nada discreta llegada por via aérea, de una pléyade de agentes, vestidos todos con el mismo atavío a modo de detective, destinados a localizar la princesa extraviada. O, finalmente, ese bellísimo travelling de retroceso, en el que el periodista se ahogará en la inmensidad del palacio, tras quedar como la última persona en abandonar el mismo, como si con ese gesto inconsciente deseara que permaneciera en el recuerdo, una aventura inesperada, que también cambiará su vida. Insólita experiencia dentro del cine de Wyler. Definida en una encomiable simbiosis de comedia y romanticismo. Provista de un ritmo ligero y chispeante, ROMAN HOLIDAY supuso un nuevo e inesperado sendero para el cineasta, y preciso es lamentar que no lo explorara, tan solo más de una década después, con la simpática pero insustancial HOW TO STEAL A MILLION (Como robar un millón y…, 1966)

Calificación: 3’5

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