HOW TO STEAL A MILLION (1966, William Wyler) Como robar un millón y...
Vista ahora, casi cuatro décadas después del momento de su realización, sorprende hasta cierto punto que William Wyler –el director “prestigiado” por excelencia de toda una larga época de Hollywood-, aceptara rodar una comedia plenamente integrada en los parámetros de moda en aquellos tiempos –de los que nunca negaré mi especial aprecio-, conducidos por nombres como Stanley Donen, Richard Quine o Blake Edwards entre otros. Mas allá de valorar o no este conjunto de films –se que hay discrepancias en este terreno, mas yo me mantengo fiel en una admiración más o menos matizada- ¿Cómo es posible que Wyler se sometiera a los dictados de la comedia sixtie?
No soy el primero en afirmar que llegada la década de los sesenta y como sucedió con otros directores de los denominados clásicos –otro ejemplo sería el de John Huston-, Wyler quiso situarse en la aparente “modernidad” cinematográfica, adoptando planteamientos temáticos –en ese aspecto fue muy detrás de la admirable audacia cinematográfica del gran Otto Preminger- y replegándose con fórmulas de probado éxito comercial y crítico. Podríamos remontarnos como prueba de ello con títulos como LA CALUMNIA (The Children’s Tour, 1961) –en mi opinión de alcance más bien corto- o la posterior y más interesante –aunque algo envejecida visualmente, pese a ser aclamada en su día- EL COLECCIONISTA (The Collector, 1965).
Pero de forma sorprendente y cuando parecían abrirse nuevos terrenos en el veterano realizador... dirigió esta HOW TO STEAL A MILLION (1966) –COMO ROBAR UN MILLÓN Y... en España-. Típica y tópica comedia romántico policíaca que seguía sin recato la estela de un título como el ejemplar CHARADA (Charade, 1963. Stanley Donen), la moda de la comedia ambientada en París –que ya el tándem Richard Quine & George Axelrod habían dinamitado en la excelente y nunca suficientemente reivindicada ENCUENTRO EN PARÍS (Paris When is Sizzles, 1963) y, en definitiva, todo aquello que rodeaba el mito de la gran Audrey Hepburn –modelos de Givenchy, etc.- , aquí encarnando uno de sus trabajos más estereotipados y alimenticios.
Como su propio título revela, HOW TO STEAL A MILLION nos traslada al entorno del acomodado Bonnet, un acaudalado falsificador de grandes obras pictóricas (encarnado por el siempre eficiente Hugo Griffith, de quien por otra parte se conocen mejores prestaciones). Este decide prestar para una exposición pública una escultura que posee de Cellini –evidentemente se trata de una falsificación-. Su hija Nicole (Audrey Hepburn) se muestra recelosa de la actitud hedonista de su padre, hasta que una noche descubre a un ladrón en su casa. Se trata de Simon Dermott (Peter O’Toole), un atractivo joven que está a punto de robar una de las falsificaciones de Van Gogh que la familia de Bonneth posee en su casa. Pese a la particularidad del encuentro ambos se enamoran.
Mientras tanto por la trama surge la presencia del multimillonario Davis Leland (Eli Wallach), obsesionado en adquirir la escultura y posteriormente poseer la mano de Nicole; el marchante de arte De Solnay (Charles Boyer) y una serie de personajes secundarios entrelazados con las armas clásicas del vodevil por la mano experta de Harry Kurnitz a partir de una historia –presumo que poco distinguida-, de George Bradshaw. Una serie de circunstancias que inducen al análisis de la escultura por parte de los responsables del museo, obligarán a Nicole a proponer a Dermott el robo de la misma de forma urgente.
Evidentemente, la película se ofrece con los mejores ropajes con los que entonces un estudio como la Fox sabía envolver productos de estas características: formato panorámico, escenarios fotogénicos, diseño de producción indudablemente brillante (Alexander Trauner; -EL APARTAMENTO (The Apartment, 1960. Billy Wilder)-, excelente fotografía en tonos pastel de Charles Lang (experto en el género; una vez más CHARADE) e incluso música burbujeante a cargo de un Johnny Williams tratando de abrirse camino en la estela del incomparable Henry Mancini, como pasos iniciales de una trayectoria hoy día triunfal en la banda sonora.
Sin embargo y pese a todos estos ingredientes he de reconocer que HOW TO STEAL A MILLION no me parece más que un film discreto, simpático en algunos momentos, divertido en otros, pero carente de ritmo y en modo alguno finalmente distinguible dentro del conjunto de una producción amplia y relevante como la que el género ofreció en aquellos años. Antes al contrario resulta hasta cierto punto triste que un director de su experiencia de tuviera que arrastrarse a los dictados de otros nombres posteriores –a los que personalmente admiro más que al sobrevalorado Wyler, pese a contar este con una filmografía con algunos títulos destacables-. Y es que además estimo que uno de los géneros en los que menos destreza demostró fue precisamente en el de la comedia. Recuerdo el escaso partido que extrajo del guión de Preston Sturges en UNA CHICA ANGELICAL (The Good Fairy, 1935), e incluso me atrevo a cuestionar el que supone –a mi juicio- uno de los mayores “falsos mitos” de su filmografía, la simpática pero finalmente insustancial VACACIONES EN ROMA (Roman Holiday, 1953).
Y esa falta de destreza en la comedia se nota –y mucho- en el título que nos ocupa. No hay “química” entre sus protagonistas –aquí cabría añadir la desafortunada elección de Peter O’Toole como oponente de la Hepburn-. La película es muy irregular en el manejo del timming, por más que logre algunos detalles realmente divertidos: las reverencias de autoridades militares y eclesiásticas ante el paso escoltado de la escultura de Cellini, toda la andadura del episodio de las falsas alarmas y las incidencias con los vigilantes y gendarmes –especial mención a la impagable presencia del casi obligado Jacques Marín (también presente en CHARADE)-, o el momento a mi juicio más hilarante del film; la afectación con la que Bonnet pone un lazo negro en el lugar en el que previamente se ubicaba dentro de su palacete la falsa escultura de Cellini –ante la mirada conmovida de Grammont, el director del museo (Fernand Gravey).
Esa ausencia de feeling en la relación de ambos protagonistas; algo que sí consiguieron directores de generaciones posteriores que apostaron en el género –Warren Beatty y Susannah York de la mano de Jack Smight en MAGNÍFICO BRIBÓN (Kaleidoscope, 1966)-, habría que compensarla de algún modo con el uso de una narrativa más clásica –aunque en sus pasajes iniciales Wyler no se prive del uso de zooms-, y el recurso visual a la presencia de escaleras en buena parte de sus secuencias en el interior de la mansión de los Bonnet. Son elementos y detalles que realmente poco aportan al conjunto de una comedia que se ve con la misma facilidad con la que se olvida, pese a no poder ser considerada como un producto realmente desechable.
Calificación: 2
2 comentarios
anselmo -
Carlos Chacon -