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CINEMA DE PERRA GORDA

THE DESPERATE HOURS (1955, William Wyler) Horas desesperadas

THE DESPERATE HOURS (1955, William Wyler) Horas desesperadas

Dentro de la desconcertante andadura fílmica de William Wyler en aquellos años cincuenta, tras el éxito logrado con su incursión en la comedia que supuso ROMAN HOLIDAY (Vacaciones en Roma, 1953), decidió introducirse de nuevo en un ámbito más o menos discursivo –tal y como expresaba DETECTIVE STORY (Brigada 21, 1951)-, formando parte de ese conjunto de producción más o menos habitual en aquellos años, en donde desde un prisma conservador, se planteaba el enfrentamiento de una familia claramente representativa del American Way of Life, contra una serie de seres que violentaban su cotidianeidad. Es cierto que en ocasiones tales planteamientos eran subvertidos por medio de una narración vigorosa –VIOLENT SATURDAY (Sábado trágico, 1955. Richard Fleischer)-, pero en su oposición aparecían títulos dominados por la convención, como podría ejemplificar RAMSOM! (Rapto, 1956. Alex Segal). En medio de las posibilidades de una y el moralismo de otra, Wyler rodó para la Paramount este THE DESPERATE HOURS (Horas desesperadas, 1955), en el que de entrada sorprende la carencia de valentía, a la hora de afrontar un relato de suspense que incidiera en ese elemento transgresor, inherente a las mejores muestras del género –recordemos el posterior y tanto años ignorado MURDER BY CONTRACT (1958, Irving Lerner)-. Y sorprende además por partir de un cineasta que tiempo atrás, había destacado por su voluntad transgresora, y que en esta ocasión discurre por una tenue línea, sen la que por un lado cabe valorar ese alcance de crónica, con la clásica unidad de espacio y tiempo, aunque por el contrario haya que lamentar esa mirada en apariencia acrítica planteada en torno a la familia Hilliard, cuyo patriarca –Dan (Fredric March)-, aparece muy pronto como alguien quizá demasiado disociado por su avanzada edad, a unos modos de comportamiento, que no solo chocan con los de sus hijos, sino incluso con los de su esposa Ellie (Martha Scott).

Es probable que los intereses tanto de Wyler como de de la base dramática planteada por Joseph Hayes, se inclinaron en dicha vertiente. Es decir, plantear una doble oposición. En primer lugar, la que aparece entre el cabeza de familia y su pequeño Ralph, intuyéndose en ella una carencia de comunicación entre ambos. Sin embargo, la segunda y principal aparecerá en la lucha planteada entre el propio Dan, y el líder de los tres fugados de la prisión que invadirán su cómoda y espaciosa vivienda. Este es Gleen Griffin (Humphrey Bogart), a quien acompaña su joven hermano Hal (Dewey Martin), y el bruto y anormal Sam (Robert Middleton). Será el elemento de enfrentamiento sobre el que girará la tensión del relato. De una parte, los deseos de Glenn de contactar con su esposa, al objeto de que le envíe dinero que le permita escapar con sus compañeros. Y por otra, los intentos del cabeza de familia, de intentar poner en practica la astucia, al objeto de luchar contra la fuerza que le plantean estos tres individuos que han invadido la placidez de su hogar, y que quizá de manera inconsciente le permitirán para reencontrarse consigo mismo, y recuperar ante su mujer y sus hijos, esa importancia perdida que como tal ha ido diluyéndose en los últimos tiempos.

Reconozcámoslo. Si algo lastra, e impide que THE DESPERATE HOURS alcance esa altura que apuntan tímidamente sus mejores momentos, es ese servilismo. Ese canto a las virtudes de la familia media americana de su tiempo. Sin embargo, ese cierto tufo conservador que se adueña de dicha estampa familiar, no dedbería impedirnos valorar un relato que discurre en voz callada, en el que Wyler sabe extraer el máximo partido posible de las predominantes secuencias de interior de la cómoda vivienda de los Hilliard. Ayudado por la magnífica iluminación en blanco y negro de Lee Garmes, y las posibilidades que le brindaba el VistaVision, lo cierto es que Wyler logra extraer un magnífico resultado en esos picados y contrapicados que tienen como epicentro, las escalera central –una vez más en su cine-, de la vivienda. Pero también se manifestará en la contundente utilización de la profundidad de campo, otorgando dinamismo a las acciones de sus personajes en el interior de la misma. Y es algo que ya desde sus primeros instantes, permitirá con leves trazados, delimitar la personalidad de su galería humana. Llegados a este punto, justo es reconocer que no se apunta con la debida gama de matices, la psicología de esos tres fugados, quizá tan solo con la excepción del joven Hal que encarna Dewey Martin, en cuyas dudas se atisba un deseo interior de emerger del mundo violento y sin futuro que representa su hermano.

En cualquier caso, pese a esa incapacidad para profundizar en una mirada más crítica, no es menos cierto que el film de Wyler se conserva moderadamente bien. Destaquemos al margen de esa ya señalada configuración como crónica –es notable la sobriedad con la que se plasman las pesquisas policiales-, la presencia de un notable ritmo. La singularidad que proporciona al renunciar en la mayor parte del metraje de banda sonora, o incluso la agudeza de algunos diálogos. A este respecto, es digna de ser resaltada la importancia de esa bicicleta que aparecerá como el elemento que hará decidir a Glenn invadir la vivienda de los Hilliard, y que la cámara de Wyler reslatará una vez concluya el drama. En un momento determinado, el fugado lo hará constar; “me gustan las casas con bici fuera”, añorando con ello una infancia normalizada de la que quizá careció. Es en gestos, en miradas, donde realmente se encuentra lo más valioso de esta, con todo, más que estimable THE DESPERATE HOURS. En ese primer plano sobre el rostro de Bogart, cuando logra conversar por teléfono con su mujer. En la mirada sonriente y cómplice de Martin, cuando desde detrás de una cortina, contempla un vehiculo portando a jóvenes divirtiéndose. En el rostro desencajado por el miedo del basurero, cuando se encuentra amenazado por el brutal Sam, y que culminará con una tensa e insospechada secuencia de infructuosa huída de este. O en la enorme tensión que se vivirá en el altillo de la vivienda vecina de la de la ocupada por los delincuentes, donde los mandos policiales debaten entre sí las acciones a determinar, mientras que Dan no deja de abstraerse, plasmando en su semblante su único objetivo; rescatar de allí a su mujer y pequeño hijo.

Y en una película que, en última instancia, se basa en la oposición de caracteres; Dan – Glenn, Glenn – Hal, Dan – Ralph, yendo en ello más allá que la propia pugna que pudieran representar la familia convencional y los fugados –y es ahí, a mi modo de ver, donde se encuentra la entraña de la película, no siempre convenientemente formulada-, personalmente, no dudaría en destacar ese estallido emocional y violento, digno del mejor Joseph H. Lewis, que aparece a partir de la huída del en todo momento débil Hal, que a lo largo del asedio a la vivienda, ha ido dejando indicios de su incomodidad en la decisión de su hermano, y que articulará un plan de fuga asaltando un coche, del que tirará a su dueño a punta de pistola, al escuchar por la radio el asedio de la policía a los fugados. Procederá en un restaurante a efectuar una llamada, con tan mala fortuna que coincidirá con la entrada de unos agentes de policía. Desde la cabina, e intuyendo una falsa detención, disparará contra uno de ellos, siendo él mismo herido, trágicamente atropellado por un camión, y muriendo casi como un perro.

Calificación: 2’5

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